lunes, 23 de abril de 2018

VIII


- ¡Ya te dije que no! - El erizo era insistente con sus extravagancias hasta el punto de abrumarte. - ¡No usaré ese atuendo tan ridículo!

- Por favor, Shadow. - Sonriendo con verdadera autenticidad, no dejaba de intentarlo, ocultándose tras esas desagradables prendas. - Apuesto a que alguien como tú lo haría lucir tan formidable.

- ¡Eso no me va a convencer! - Me había puesto rojo de coraje. ¡Pensar que podía hacer comentarios tan estúpidos...!

- Vaya, de verdad eres necio. Está bien, igual no es como que pensara que funcionaría. - Sin inconveniente alguno, fue al armario y sacó otro uniforme, esta vez uno como el suyo. - En fin, ¡seguramente éste también te hará lucir genial!

- ¡Dijiste que sólo tenías uno para hombre!

- ¡Bueno, bueno! Acabo de recordar que tenía otro. - Se excusó sin siquiera esmerarse en fingir que era cierto, o que al menos lo sentía.

Me dejé caer nuevamente contra el sofá, soltando una gran exhalación. Me esperaba un largo día y me había condenado a pasarlo con él.

¿Era tarde para cambiar de estrategia?

Crujió mi estómago de tan sólo recordar que habíamos salido sin desayunar. ¿Se atrevería de verdad a matarme de hambre? Veía al erizo con desagrado. Mantenía mi ritmo como si ello no representara problema alguno para él. No terminaba de entenderlo. Mientras él no me quitara la mirada de encima, yo no lo haría. Regresó a verme. No podía descifrar su verdadera naturaleza, siempre oculta detrás de aquella molesta sonrisa.

Atravesamos un enorme pasillo cuando finalmente llegamos. Había casi tanta gente y lujo como en la ciudad misma. ¿Esto en verdad era una escuela? Tampoco estaba del todo seguro de qué se suponía que ocurriría en las siguientes ocho horas. Mi tedio era más grande que mi curiosidad por el erizo.

Nos detuvimos al fin frente a un salón tras subir infinitas escaleras y recorrer interminables pasillos.

- ¡Oye! ¿Me estás escuchando?

- Por supuesto, su majestad. - Me crucé de brazos y me apoyé contra la pared, con una marcada mueca de disgusto en mi rostro. El erizo había estado hablándome desde que llegamos a la ciudad, pero no tenía ánimo de escuchar sus nimiedades.

- En serio siempre eres tan pesado. - Pero permanecía tan amigable como siempre. - Tú sólo sígueme el juego, ¿entendido?

Entramos y reinó el silencio. Había al menos veinte estudiantes dentro de aquel enorme aula, todos ellos sentados firmemente en sus asientos. Esos ojos curiosos estaban completamente destinados a mí.

- Sonic. Tarde otra vez. - Comentó una morsa hembra de gran tamaño con libro en mano, observando al erizo ya con poca sorpresa. Él se disculpó agachando la cabeza, un tanto avergonzado. La gorda aquella alzó una ceja mientras que algunos trataban de callar sus carcajadas. - No me dijeron nada de un rostro nuevo. Ya tendrá oportunidad de presentarse. Tomen asiento, por favor. - Continuó con su lectura pero la atención general estaba reservada para mí.

Y pensar que incluso en la gran ciudad seguía produciendo ese efecto sobre la gente... 

Tomé asiento una banca detrás del erizo. Para mi sorpresa, no pasó mucho tiempo antes de que el primer mocoso intentara entablar conversación conmigo. Algunos murmuraban, otros incluso se atrevieron a lanzarme bolas de papel. Abrí la primera con cierta curiosidad, lanzada por una chica que se ruborizó al ver que lo tomaba y, tras leer el ridículo mensaje, la rompí y lancé las demás al suelo.

No necesitaba sus estúpidos piropos.

Lo que más me extrañó fue que el único que evitara todo contacto conmigo, fuera el erizo. Pese a que era un alivio poder quitármelo de encima siquiera por un momento, me resultaba raro. Asomé con discreción al frente. No podía creer a este sujeto. No había notado que a su lado se encontraba aquella chica de la larga cabellera rosada del día anterior, a quien no le quitaba la mirada de encima. Ella ni siquiera le prestaba atención y él seguía suspirando. Di una fuerte patada contra el respaldo de su asiento cuando se tornó insoportable.

- ¿Por qué hiciste eso? - Susurró molesto.

- Pon atención, ¿no?

Pero en realidad no estaba molesto, pues al regresar a verme, su mirada obtuvo un semblante muy distinto. Verlo sonreír con aquella calma me desconcertó. Incluso, se disculpó conmigo antes de regresar la mirada a la pizarra. ¿En qué estaba pensando? Desvié la mirada.

Yo no iba a disculparme con él.

Continuaba de brazos cruzados, cada vez más impaciente. Ya nadie intentaba hablar con nadie y todos tomaban apunte en sus cuadernos, o seguramente sólo pretendían, como tanto me lo había advertido el erizo antes de venir. No los culpo. Intentaba prestar atención a lo que decía la profesora, pero sencillamente no me interesaba. ¿Era éste su secreto? ¿Venir a perder su tiempo todas las mañanas de esta manera? Puse mi mano sobre su hombro, pero antes de poder siquiera pronunciar palabra alguna, me di cuenta de que el erizo ya estaba completamente dormido. Me dio tanto coraje que estuve a punto de darle otra patada a su asiento y mandarlo a volar hasta el pizarrón. Es ahí donde tenían que estar sus ojos, maldita sea. ¡Y pensar que se esmeró tanto en arrastrarme a este absurdo...!

Al girar la cabeza, mis ojos se encontraron con aquella misteriosa chica rosada. Algo en ella me desconcertaba, pero no podía decir con certeza qué. Quizá era la manera con la que observaba atenta al erizo, una mirada que jamás antes había visto. Curiosos, sus ojos brillaban como los de un bebé. Sus pequeños labios que sonreían con suavidad denotaban fascinación. Se me revolvió el estómago de tan sólo pensarlo. ¿Acaso esos eran los famosos ojos de amor? ¡Y por ese erizo! Pobrecita. Tan sólo desviar la mirada, un par de miradas también lo hicieron. Estaba acostumbrado a que la gente me viera con temor, pero esas niñas comenzaban a hartarme.

Apoyé mi cabeza contra mi mano, girando entre mis dedos la única pluma que traía conmigo, pensativo. Desde que dejé Downhood, todas las miradas han sido muy distintas. Mi reputación variaba ante cada nueva persona. Era todavía más difícil descifrar una mirada libre de odio. Rompí la pluma entre mi puño. Lo era todavía más sí usaba esas molestas gafas oscuras.

Pero tan sólo recordar la mirada del erizo, sabía que había mejores maneras de ocultar sus intenciones.

De repente, otra bola de papel cayó sobre mi cabeza. No noté en qué momento me había quedado dormido. Ebrio de cansancio, leí la nota.

¿Aburrido?

Abrí los ojos poco a poco y vi al erizo apoyado contra mi pupitre. Su sonrisa volvía a ser la misma. Susurró algo y regresó la mirada al frente, juguetón. Confundido, el sonido estridente de una campana terminó de despertarme. Todos se levantaron de sus asientos y salieron disparados del salón.

- ¿Qué está sucediendo? ¿Acaso hay que evacuar?

- No, Shadow. - Se reía de tan sólo verme aturdido. - Es nuestro primer receso. Tenemos treinta minutos libres. Vamos por algo de comer y a estirarnos un rato, ¿sí?

Tomó de mi brazo y me obligó a seguirlo hasta un gran patio donde la cantidad de gente era inconcebible. La fila en la cafetería era enorme. Jalaba de mi brazo cada vez que intentaba abrirme paso al frente. Se reía cada vez que gruñía cuando hacía ese gesto tan molesto.

- No es correcto saltarse la fila, ya te lo explicaré luego.

Mascullando insultos, fui a sentarme en una banca lejos de todo ese murmullo. Me senté y esperé con impaciencia.

- ¡Oye, Shadow! - Después de una eternidad, finalmente volví a escuchar su voz. Traía consigo dos platos llenos de comida y un par de bebidas, las cuáles dejó a un lado mío, incorporándose nuevamente. -  Disculpen mis modales. Creo que es hora de que los presente formalmente.

No fue necesario. 

Lo acompañaba la misma chica a quien no dejaba de ver en clases. Ya no debería ser sorpresa, pero de igual manera me levanté de súbito cuando finalmente pude verla con tanta claridad.

- Ahora lo entiendo todo. Tú eres la chica que estaba con el erizo en el incidente del bosque. - Adelanté unos pasos mientras la señalaba, incrédulo, sin poder contener una maliciosa sonrisa de tan sólo recordar.

- Mucho gusto en conocerte, Shadow. Mi nombre es Amy, Amy Rose. - Retrocedió inconscientemente, sosteniendo una sonrisa intranquila.

De igual manera, me extendió su mano. No quería ser grosera. Acepté el gesto y tomé de ella. Era bastante inocente y todavía podías advertir que estaba nerviosa. No sabía si me agradaba o sencillamente me entretenía.

- Lindo nombre para una linda chica. - Al menos. Su voz era chillona, esperaba algo más dulce que sentara con su apariencia. En realidad, cuando no te veía con horror, se trataba de una chica en verdad hermosa.

- Sí, muy linda. - El erizo, quien se mostraba fastidiado desde el inicio, la tomó de los hombros, alzando una ceja.

Regresé a verlo, severo. ¿Era eso lo que le molestaba? Me acerqué a él sin pensarlo, pero de último momento me contuve.

- Quizá eres algo patético. - Cerré los ojos y llevé mis manos a los bolsillos de mi pantalón. - Mi más sincera admiración, Amy Rose. Eres tú quien debe soportar a este idiota todos los días.

Nuestras miradas se enfrentaron. Una tensión espantosa se creó en aquel momento entre el erizo y yo.

La chica tomó asiento y nos acompañó mientras comíamos. O mejor dicho, era yo quien los estaba acompañando a ellos. Mientras platicaban y reían, yo no hacía más que devorar mi comida.

- ¿Te gusta el fútbol americano, Shadow? - La chica veía en mi dirección. Yo realmente no estaba prestando atención a los sujetos que jugaban al fondo del patio.

- No lo sé. Nunca lo había intentado, pero seguramente lo juego mucho mejor que todos esos perdedores.

Ambos me miraron con alarma, haciendo gestos como locos porque me callara. Un par de jugadores regresaron a verme con mala cara. Al comprender la situación, sencillamente sonreí y regresé a dar los últimos bocados.

- Déjame adivinar; podrías ganarles tú sólo con los ojos vendados. - El erizo se cruzó de brazos e hizo el comentario al aire libre, retándome.

- Hoy estás más insoportable que de costumbre. ¿Cuál es tu problema?

De verdad existía una tensión entre ambos el día de hoy, sin poder explicarme porqué. Ambos nos habíamos levantado, nuestras miradas se confrontaron cuando de repente un balón impactó bruscamente contra mi pecho. Un par de voces gruñeron al verme tomarlo sin inmutarme, apenas observándolo con curiosidad.

- Veamos qué tan bueno eres, chico rudo. - Un tigre de bengala de grandes músculos me miraba con ira mientras se echaba a correr nuevamente al centro del campo. Todos los jugadores habían tomado sus posiciones, dejando un espacio claramente para mí.

- Shadow, no deberías de hacer amistad con esos chicos, mucho menos enemistad... - Susurró auténticamente preocupada.

- Te sorprendería saber cuántos enemigos tengo. - Respondí desinteresado, dirigiéndome al centro del campo con el balón en manos. - No notaría si incrementara mi lista.

Ambos me observaban incrédulos. El erizo se dio una palmada contra su frente.

Era una excelente excusa para alejarme de ese sujeto.

- ¿Conoces las reglas, enano? - Con una mirada asesina, un tigre anaranjado me arrebató el balón de las manos.

- Sé que no está permitido matar a mis contrincantes. Puedo ganar con eso. - O al menos esa era la regla de oro de la ciudad, según me dijo el erizo antes de que llegáramos. Ya me las ingeniaría para vencer.

Comenzó el juego y todos, incluyendo mi propio equipo, buscaban una oportunidad para derrumbarme. No me molestaba en lo absoluto. La confianza que transmitía mi sonrisa era capaz de hacer enfurecer a los mismísimos dioses.

- Sonic, ¿qué está pasando? ¿En serio el fútbol americano tiene que ser tan violento?

- Por supuesto que no. Tú espérame aquí. Iré a ayudarlo.

El disgusto tras escuchar sus palabras fue tal que le dio la oportunidad a un gigantón de aplastarme. Riendo, se quitó de encima, quitándome el balón y regresando a la posición inicial de juego. 

- ¿Qué demonios crees que haces, erizo? - Seguía en el suelo, no tenía ánimo de levantarme con las nuevas reglas.

- Sí, ¿qué demonios crees que haces pisando mi territorio, eh, Sonic?

Interrumpió un sujeto tomándolo de la playera y acercándoselo al rostro, molesto. Bueno, sé que no era el único al que podía desagradarle el erizo, pero a diferencia de mí, aquel equidna rojo de baja estatura parecía guardarle una especie de rencor.

- ¿Tienes algún problema con que juegue? - Su sonrisa volvía a ser distinta. Era odiosa, pero me agradaba.

- Lárgate a jugar con las porristas, nadie te quiere en su equipo. - Dio media vuelta, pero frenó al momento que interrumpí.

- Yo lo quiero en mi equipo. - Coloqué mi mano sobre el hombro del erizo. - Quiero ver cómo te humilla. 

- ¡Qué dijiste, gusano! - Pero no protestó más al notar en mi sonrisa lo divertido que me resultaba. - Cómo sea. Puedes jugar en su equipo, sólo porque me lo pide tu novio. - Finalmente se largó a su posición. 

- Ya te arrepentirás, imbécil. - Me coloqué igualmente en posición, regresándole la mirada al erizo, harto. - Ahora, será mejor que me demuestres de una buena vez que esto vale la pena, inútil.

- ¿Inútil? Oye, no puedes ganar sólo corriendo de un lado a otro con el balón. Al menos yo sé las reglas. Recuerda, tú sólo sígueme el juego.

Tan molesta como me resultara su risa, ignoré sus palabras y reanudamos el partido. Me llamaba la atención aquel tomatito andante, pues tenía una habilidad digna de reconocer. Él tenía que ser el líder del equipo contrario.

Lástima que no era gran cosa contra mí.

Tenía razón. Este juego era más sencillo de lo que pensaba. Comenzó la paliza. En cuestión de segundos, una multitud impresionante se había reunido a ver el partido. Todos gritaban eufóricos, la pasión que recibía nuestro equipo resultaba hasta ridícula. Aunque, en realidad, tuve muy poca participación en un principio. Ese erizo era en verdad increíble, si tan sólo para perseguir un balón. No estaba jugando ni la mitad en serio, sencillamente se divertía. Tal vez tendría que encontrarle un reto todavía más formidable. Éste era mi deporte favorito y creo que lo compartíamos; humillar a los demás. No podían contra nosotros.

Empezó una cuenta regresiva y el juego terminó cuando sonó la campana. Aclamaban nuestros nombres y de un grito nos nombraron campeones. El erizo mandaba saludos a todos, alegre, y yo sencillamente fui a su lado, una vez más aburrido. Para mi sorpresa, mis contrincantes se acercaron para felicitarme por un buen juego. Incluso, se mostraban bastante amigables conmigo. ¿A dónde se había ido todo ese odio? 

Al poco tiempo, ya todos se habían marchado a sus clases salvo nosotros y unos cuántos pocos más. El mismo gordo trajeado del día anterior se había acercado a nosotros para invitarnos personalmente a formar parte del equipo de fútbol americano. Todos se mostraban muy respetuosos ante él, y cómo no, se trataba del mismísimo rector de este colegio. Tenía que ser él quien permitió mi estadía gratuita aquí, pues no dejaba de darme la más cordial bienvenida. El erizo pretendía con magistral habilidad considerar su invitación, pues se fue sumamente satisfecho. Era claro que a él no le interesaban esas cosas. Puede que fuera extraño, pero quizá no era tan idiota después de todo.

Se escuchó un rugido desde la lejanía. El erizo interceptó el puño del equidna, que en realidad había estado destinado para mí.

-  Es sólo un juego, por amor de Dios. No pienso unirme a tu equipo. No soportaría tener que verte todas las tardes, Knuckles.

- No creas que eres la gran cosa sólo porque el rector lo cree así. Algún día te expondré como el bufón que en verdad eres. - Añadió lanzando otro puñetazo, el cuál nuevamente volvió a interceptar. Detenía ambas manos. 

- ¿Te importaría controlar tu maldita ira, Knuckles? 

- ¡No te tengo miedo, Sonic! 

Tan sólo tomar a la chica de la mano, la tensión se desvió hacia mí.

- No tengo ánimo de ver algo tan patético. Te veo en el aula.

Pese a la confusión general, nadie nos siguió. No fue hasta que llegamos al abandonado pasillo frente a nuestra siguiente clase que la solté.

- Gracias, Shadow, pero no era necesario que hicieras todo esto. Lamentablemente, ya sé cómo puede llegar a ser Knuckles.

- Gracias a ti por darme la excusa perfecta para alejarme de esos dos dolores de cabeza.

Sin embargo, insistía en verme con esa carita de confusión. Sonreí con ironía de tan sólo pensar en lo acostumbrada que debía estar a que todo el mundo estuviera enamorado de ella.

- Tranquila, sólo quería fastidiarlos un poco. Lamento que fuera de una manera tan despreciable.

- No puedo creer que siga comportándose de esa manera... - Soltó un suspiro. Se mostraba en verdad desanimada de tan sólo pensarlo. - ¿Sonic estará bien enfrentándose a alguien como él? No sabes lo terrible que ha sido estos últimos meses. No quiero entrar en detalles con respecto a lo que haya sucedido entre Knuckles y yo en el pasado, pero no sabría qué hacer si llegara a vencer...

- Oye, no eres un objeto. ¿Acaso no tienes voz en todo este asunto? - Desvié la mirada con disgusto. ¿Por qué me estaba diciendo todo esto? - Ese erizo podría matarlo si quisiera. Yo que sé, tú lo conoces más que yo, ¿no?

Ella se quedó parada ahí un rato más, embobada y pensativa por su príncipe azul. Me fui de ahí. Y pensar que el aula podía ser menos tedioso, ¡qué ridículo! Todo era tan absurdo. Todo en esta ciudad lo era.

¿Cuándo podría irme de aquí?

Cinco clases y un receso más era la respuesta. No tenía sueño pero quedarme dormido había sido la mejor estrategia para saltarme esta tortura de día. Cuando finalmente volví a abrir los ojos, apenas llegaba un nuevo profesor. Se tomó su tiempo para escribir signos y números en la pizarra.

Claro que el erizo continuaba mirando a su costado tan embobado como siempre. Al verla ruborizarse, le mandó un pequeño saludo con la mano y le dedicó una suave sonrisa.

- Entonces, ¿cuándo se van a casar ustedes dos? - Volví a patear ese respaldo, llamando su atención.

- Eres todo un cómico. - Respondió con una sonrisa sarcástica. - ¿Acaso estás celoso porque ni con todas esas siestas puedes ser tan bello como Amy?

- "Tan." - Continué a la burla, jugando con mis púas. – Vaya, no sabía que bateabas con la zurda. Tampoco me sorprende.

- Alguien está celoso. - Dijo a manera de canto y ese imbécil se me abalanzó encima, rodeándome con sus brazos sin piedad alguna. 

-¡Qué crees que haces! ¡Quítate de encima! - Hacía un escándalo pero no me dejaba en paz.

- Shadow está celoso aunque él sea mi favorito. - ¡Continuaba coreando una y otra y otra vez!

La confianza que se tomaba conmigo era irritante. Se divertía con autenticidad. ¡Cómo se atrevía a tratarme de esa manera, sabiendo quién era yo...! No me soltó hasta que el profesor finalmente empezó a explicar su tema. 

Sería la única clase a la que prestara atención, y pese a haber durado dos horas, no pasó tan mal. Su explicación era realmente sencilla y la actividad que dejó era pan comido. Y se lo demostraría al erizo. 

- Entonces... A ver, sí está multiplicando y es negativo, entonces... No sé.

- ¡Oye, erizo! - Estrellé la hoja de ejercicios contra su pupitre. Sonreía con burla mientras presumía la firma del profesor y una nota perfecta.

- Felicidades, Shadow. - Pero no prestaba atención, o al menos intentaba no hacerlo.

- Mira, incluso me dibujó una carita feliz. ¿Te han puesto alguna vez una carita feliz?

- ¡Shadow! ¡Cállate! ¡Me desconcentras! - Llevó sus manos sobre su destruido cráneo, realmente histérico. Era la reacción que estaba esperando. 

Volví a mi asiento y, sólo para vengarme por todas las malas bromas que me había jugado en el día, no dejaba de mecer su silla con mi pie. Enloqueció a tal punto que prefirió entregar su ejercicio así como estaba, regresando con un triste seis sobre diez.

- Es definitivo, ¡odio graficar!

- Ni siquiera te pedía eso…

Emerald Institute, cero; Universidad de la Vida, uno.

Finalmente había terminado el día y pude salir de ahí. La chica rosada nos acompañó hasta la salida y luego de intercambiar unas palabras con el erizo, se despidió de nosotros, un tanto apresurada. Antes de subirse a ese vehículo del futuro, se despidió del erizo con un beso en la mejilla y un breve, pero cariñoso, abrazo. El erizo se llevó su mano a su mejilla, incrédulo. Quise hacer caso omiso de toda esa situación, pero no pude soportar ni un minuto de verlo en ese trance que no pude contenerme. Me planté frente a él.

- Qué ridículo eres. ¿Quién es esa chica y por qué tienes que actuar tan insoportable frente a ella?

- ¿Qué? ¿No la escuchaste? Es Amy Rose. - Se reía con burla, simpático.

- Sabes a qué me refiero. Realmente le gustas a esa chica.

- ¿Qué dices? No. Ella sólo está intentándolo. Es normal. Después de todo, eso se supone que es lo que hacen los novios, ¿no?

- ¡Eh! ¡Ustedes dos son novios! - Retrocedí inconscientemente. Ahora todo tenía sentido.

- Bueno, apenas llevamos un par de días de noviazgo. Un cierto cadáver en el bosque arruinó nuestra primera cita. - Sonrió mirándome con burla. Sencillamente se reía.

- No necesitas que yo lo arruine para que se dé cuenta de lo molesto que eres.

- Pero no hablemos de eso, Shadow.

Desvió la mirada. Incluso cuando su mano continuaba contra su mejilla, él no volvió a decir nada más del asunto. Estaba realmente sumido en sus pensamientos pero no es como que estuviera que explotaba en felicidad. En fin, ese no era mi asunto y me quité del medio de tan sólo pensar en lo ridículo que era esto.

Había estado caminando unos pasos frente a mí, todavía absorto en sus pensamientos. De repente se detuvo, regresándome a ver con una sonrisa renovada.

- Gracias por acompañarme.

Esquivé su mirada y continué caminando, pasando a un lado de él.

- No pienso volver mañana.

Pero me detuvo del hombro, sonriendo a la par que soltaba una pequeña carcajada.

- Sé lo tedioso que puede ser. Es por eso que tienes seguir viniendo conmigo. - Quedé de frente hacia él, observándolo al rostro. Tenía oportunidad de ver esos malditos ojos una vez más con claridad. Sus preocupaciones eran sumamente comunes para tratarse de un fenómeno como él. Puso ambas manos contra mis hombros, desconcertándome todavía más.

Él siempre encontraba todo divertido.

- Tenemos toda la tarde para nosotros en este laberinto. Vamos por algo de comer.

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*15/04/2018
- Sam

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