sábado, 23 de junio de 2018

XIII


Enloquecería. No sé cuántos días han pasado desde que llegué a Downhood. Una hora aquí era como una eternidad en el infierno. 
Gran parte del tiempo, pasaba escondida entre los escombros y conseguir alimentos era tarea imposible. Si lograra permanecer la semana con vida, sería un logro digno de presumir. Pero sencillamente no podía irme. Volver ahora significaría renunciar a todo lo que había logrado... ¿Qué había logrado? ¡Nada! 

Y por eso no podía irme.

La ciudad de la muerte, el lugar más peligroso del mundo... Jamás fueron exageraciones. Edificios enteros destruidos; cadáveres desinteresadamente regados por todos lados; un hedor putrefacto que gobernaba la ciudad. No sabía qué era más peligroso; esos malditos espíritus o los mismísimos ciudadanos que no paraban de asaltarme.  

Era difícil distinguir entre uno de los otros.  

No podía mantener a ninguno como mi rehén. Se encuentran todos en un estado de delicadeza como no había visto en tiempos. Se drenaban al instante utilizando aquel poder de la destrucción. Al menos ya sabía que tenía que ser ésta la ciudad a la que regresaban cuando necesitaban refugio. La cantidad de esos seres conglomerados en este único lugar era absurda.

- ¿Dónde lo escondes? - En aquella ocasión, fue un chico lobo quien me interceptó. En vida tenía que ser igual de pálido; era en suma delgado y no dejaba de temblar. - ¡Sé qué está aquí! ¡Puedo sentirlo! - Luego de desenfundar las dos espadas que traía consigo, apunto a la mía, lleno de rabia. - ¡Dame esa espada! 

- Realmente nunca he entendido porqué a ustedes les atrae tanto. - Negaba con la cabeza. Hice como él y me preparé para el asalto, sin fe en conseguir progreso alguno.

Para lo nervioso que se encontraba, corría a una velocidad admirable. Me preparé para el momento del golpe pero nunca sucedió. Un shock de energía impactó contra él a plena carrera y lo mandó a volar, estrellándolo violentamente contra un edificio. Entre nosotros, se encontraba un anciano de magistral agilidad. Volvió a repetir aquel truco, alejando todavía más a mi contrincante. Regresó a verme, sonriendo con suma picardía.

- ¿Así que es por tu culpa que la ciudad está tan alborotada últimamente?

- ¿Mi culpa? - Quedé paralizada ante su mirada. Sus ojos eran de un bello color magenta. Brillaban con una intensidad inusual incluso para los de su especie.

Extendió su mano, lanzando de ella un destello de energía. Apenas tuve tiempo de colocar el arma frente a mi rostro, interceptando el ataque. Pero no hubo explosión. Sencillamente desapareció al hacer contacto con la hoja, la cuál miraba con suma atención, perpleja. ¿También podía hacer eso?

No tienes idea del poder con el que te estás metiendo, niña. Qué lío. Lo menos que puedo hacer, es ayudarte. - No me percaté en qué momento había colocado su mano sobre mi cabeza. Una gran aura se desprendía con furia de aquel anciano. La ciudad desapareció en un instante. No podía moverme. El tacto de su mano contra mi frente actuaba como un puente entre él y yo, entre el mundo espiritual y el mundo físico. Pronto, esa aura también me rodeo a mí. - Hamadi... En qué momento te perdiste... - Fue su último susurro. Toda esa energía había pasado de él a mí. Era una sensación indescriptible. Mi visión se iluminó por unos instantes, cegándome por completo. 

- ¡Oye, espera! - Pero no logré nada. Cuando finalmente pude ver, él ya no estaba ahí. 

Bajé la mirada, dando con mis manos. Temblaba. Eché a correr a un charco apenas a unos pasos de distancia sólo para confirmar que no estaba enloqueciendo. Mis brazos, mis piernas, mi rostro... ¡ésta no era yo! Todo mi pelaje se había tornado azulado. Debajo de él, mi piel estaba en suma pálida. Mi apariencia era repulsiva. Palpaba por todos lados pero no podía sentirme. Y mis ojos... mis ojos habían adquirido la misma tonalidad que los del anciano. 

Mis piernas me traicionaron y caí contra el suelo. No podía estarme pasando esto. ¿Era así como se multiplicaban? ¿Acaso me estaba convirtiendo en uno de ellos? ¡No podía ser eso! ¡Era absurdo! 

- ¡Lo dejaste escapar! - Regresé la mirada nada más para dar nuevamente contra aquel chico lobo. Jadeaba con harta dificultad y apenas podía sostenerse en pie. Comenzaba a desprender aquel humo de su cuerpo pero ello no le impidió echarse a correr nuevamente hacia mí. - ¡Por qué están haciendo esto!

Me lancé contra la espada. Pasara lo que pasara, no podía dejar que ellos la tomaran. Comenzó a brillar. Solía actuar por su cuenta más seguido de lo que me gustaría admitir, pero no por ello resultaba más sencillo atinar a qué truco haría. Sentí un gran flujo de energía. Una poderosa ráfaga salió disparada contra el espíritu. Gritaba con desesperación, suplicando que lo dejara ir pero eso ya no dependía de mí. Se desintegró en cuestión de segundos, transformándose una vez más en energía. 

Quedó atrapado en la espada. 

Volvió a gobernar el silencio. Sólo entonces me levanté, inhalando y exhalando prolongadamente en un intento por tranquilizarme. Tomé la espada y la alcé frente a mí. La observaba con detenimiento. Todavía seguía desprendiendo humo. ¿Estaba realmente ese chico aquí encerrado? ¿Eso era bueno? ¿Era malo? Era útil. Sonreía al percatarme de lo que había logrado. 

¡Misión cumplida!

Eché a correr. Me sentía mucho más ligera y con mucha más energía que antes. Ya no tenía ningún asunto en este lugar; ¡Iba de salida de Downhood! 

Pero, como por instinto, detuve el paso al instante. Una daga pasó volando frente a mis ojos, clavándose contra el suelo a pocos pasos en frente de mí. 

- Primero Hamadi y ahora tú. - Se trataba de una rata, quien me observaba de brazos cruzados y con una sonrisa desagradable desde la cima de un edificio.

Era delgada, de una larga cabellera grisácea. Tenía que llevar en este mundo un muy buen rato, pues no podría haber advertido que se trataba de un espíritu de no ser porque emanaba esa aura putrefacta con descaro. Eso, y sus ojos rojos que comenzaban a tornarse opacos. Apenas tenían brillo.

Pasó una prenda sobre una cuerda gruesa. Tomó de ambos extremos de ella y se dejó deslizar cuerda abajo, dando un gran salto y quedando frente a mí.

- Creo que ese anciano comienza a perder el juicio.

- Ya estoy harta de no entender qué está sucediendo. ¿Quién es ese tal Hamadi y por qué están detrás de esta espada?

- ¿Hablas en serio? - Extrañada, por un instante, perdió su buen humor. - Nunca pensé que una chica tan tonta sería quien encontró la espada. No importa, ¡será más fácil!

No lo pensó ni un segundo más. Apareció frente a mí. Su habilidad era inconcebible. Cada ataque que intentaba atinar, ella lo esquivaba sin problema alguno. Luchaba con suma gracia y sus golpes eran más pesados de lo que parecían. Golpeó mis piernas, haciéndome caer de rodillas al instante.

- No lo puedo creer. ¡Ni siquiera se necesitará de una gran amenaza para acabar contigo!

Cada vez lograba parecerse más a Shadow. 

Mis piernas flaqueaban. Conseguí levantarme de una buena vez. Hubo un segundo asalto, pero tampoco logré nada en esta ocasión. Ella sólo se reía. Me obligó a acercarme contra su rostro. Ya no me observaba con aquel desagrado de momentos atrás, pero no por ello su sonrisa era mejor.

- Es una lástima que no tengas mis años de experiencia. - Me lanzó desinteresadamente contra el suelo. Llevé mi mano contra mi cuello, sin poder creer la fuerza de aquella chica. Ella regresó a verme, entretenida. - Además, todavía no he recuperado todas mis fuerzas, es por eso que necesito tu ayuda.

-  ¿Mi ayuda?

- Qué fastidio que ese anciano me haya ganado. - Llevó una mano contra su rostro y con la otra, apuntó a la espada.

Apenas me había levantado, sosteniendo ésta entre manos.

- ¿Qué está sucediendo?

- Te lo diré cuando llegue el momento. Mientras tanto, asegúrate de no perder en combate. Sería muy molesto tener que ayudarte en esta condición. - Me miró con una última sonrisa, bastante intimidante. Así como había hecho el anciano, su cuerpo comenzó a desintegrarse y toda esa energía quedó atrapada en el arma, dejándome sola una vez más.

No regresaría a ver ni me detendría hasta no haber salido de Downhood.

La pelea anterior me dejó en tal estado que sentía desmayarme a cada paso que daba. No soportaría ni un sólo combate más. Conseguí llegar a las afueras de la ciudad. Subí por una colina, y pese a que el medio seguía siendo parecido al de la ciudad, cada vez se tornaba más tranquilo. 

No recuerdo cuándo fue que me quedé dormida, pero lo hice sobre un cálido suelo alfombrado de pasto. Nada había interrumpido mi sueño. Había tenido una pesadilla, como ya se había vuelto costumbre. La espada seguía a un lado mío. Lo primero que vi tras enfundar el arma y sentarme fue el amanecer. Parecía ser el comienzo de un muy hermoso nuevo día, pero ver la ciudad destruida al final de la colina, eternamente sombría, me bajó los ánimos, forzándome a desviar la mirada.

Y pensar que el erizo venía de un lugar como ése...

Al abrir los ojos, quedé plenamente desconcertada. Frente a mí, había una hermosa casa, pequeña. Mitad del techo había colapsado y todos los vidrios estaban rotos. Pero algo tenía. Me resultaba  extrañamente familiar, como si ya antes hubiera estado aquí. Quizá en sueños, y en mejor estado. Sí, la pintura era vieja y tenía un aspecto deplorable, pero por alguna razón podía ver con claridad cómo era antes de quedar en ese estado.

Me levanté sin poder quitar la mirada de ella. Con una mano apartaba las lágrimas de mis ojos, impidiendo que llegaran a mis mejillas. Tratando de contenerme, pensaba si era posible que algo me hubiese llamado. Mejor dicho, si alguien me hubiese guiado hasta aquí. Volví a ver mi propio cuerpo.

Ya debería aceptar que nada de esto era un sueño.

Seguía tan pálida como momentos atrás. Desde mi enfrentamiento con aquellos espíritus, tenía que admitir que me sentía en suma más ligera y ágil. Ahora entendía que ese anciano me había prestado toda su energía, y aunque era en verdad fascinante, no dejaba de recorrerme un escalofrío de tan sólo pensar en las implicaciones. ¿Qué exactamente estaba sucedido? ¿Dónde estaba él? Y luego pensar en aquella chica... Ella tenía que ser el oponente más fuerte contra el que alguna vez me haya enfrentado. No sabía ni su nombre, pero jamás olvidaría aquel rostro.

Regresé a ver la espada. ¿Por qué tendría que ayudarlos?

Dejé caer mis brazos, soltando un prolongado suspiro. Recordaba a mi familia, a mis amigos... a mi nueva familia... Pensaba en todas las decisiones que me llevaron a este momento. Desde el instante en que llegué a aquella base. Todas esas misiones en las que, odiaba admitirlo, el erizo siempre había sido el protagonista. Y ahora... después de aquel enfrentamiento en aquella madrugada, había pasado todo un mes desde que no sabía nada de él.

Me dejé caer de rodillas. Golpeé con ambas manos violentamente contra el piso. ¡Maldición! Quizá no se tratara de un ángel, ¿pero porqué lo había juzgado como a cualquier otra persona? ¿No había tenido oportunidad ya de darle una probada al infierno del que venía? Mi rostro se había encedido y mis lágrimas no paraban de reventar contra la tierra.

Había perdido a Shadow.

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*23/06/2018
- Sam

miércoles, 20 de junio de 2018

XII


Tenía que ser un mes desde que había llegado a la ciudad y no me había vuelto a preocupar por esas tres malditas aves. En realidad, mis días habían pasado completamente ajenos a mi pasado. Mi plan de venganza estaba completamente estancado y cada vez menos recordaba mi vida en Downhood. Era obra del erizo. Había adoptado su carácter habitual en tan poco tiempo y tenía una habilidad envidiable para olvidarse de sus problemas. Entre más lo conocía, más contagiosa resultaba esa actitud.

Quizá era esa amnesia la que le permitía ser siempre tan feliz.

Seguía siendo el sujeto impredecible e inquieto de siempre y aquel día insistió en que hiciéramos algo distinto. Los jueves se habían vuelto días de comer hamburguesa, así que no tenía mucho ánimo de negociarlo con él. Se repetía una y otra vez, intentando toda táctica inimaginable, sin lograr que me detuviera a escucharlo. En realidad, sólo estaba fastidiándolo un poco. Seguía siendo tan entretenido como siempre y cada vez era más común este tipo de juegos entre él y yo. 

Luego de tanto jalonear de mi chamarra sin éxito, echó a correr sin previo aviso en dirección opuesta. Cediendo ante mi curiosidad, fui tras él nada más para dar frente a un enorme centro comercial. Regresó a verme. Sonreía con pena.

- Necesito comprar un regalo. Mañana cumpliré un mes de noviazgo con Amy.

Todavía sabía cómo irritarme.

Recorrimos todas las tiendas de ese inmenso lugar y él no dejaba de preguntar incansablemente quién sabe qué a cada esclava que se le cruzaba en el camino. Luego de tanto caminar, finalmente nos detuvimos en una tienda rosada a más no poder. Como él seguía ignorándome, me fui al fondo de aquel lugar. Me detuve frente a una enorme piscina de peluches. No había ruido ni gente. Comencé a agarrar uno tras otro. Tan pronto tomaba uno, tan pronto lo lanzaba. ¿Qué demonios se suponía que estábamos buscando? No tenía una maldita idea. Continué repitiendo el acto maquinalmente, sin siquiera prestar atención a lo que tenía frente a mis ojos. Incluso cuando en ocasiones se reunía con ella en el colegio, a veces olvidaba ese detalle. ¿Pero cuál era exactamente el compromiso que existía entre esos dos? 

Después de todo, eso se supone que es lo que hacen los novios, ¿no?

Se disipó mi enojo cuando pesqué un bonito peluche. ¿Cómo dijo que se llamaban esas criaturas que habíamos visto en el acuario? Bueno, era tan gordo y divertido como lo eran ellos, pero en versión miniatura. Regresé a ver al erizo, pero tan sólo verlo interactuar con ese entusiasmo con una de las chicas de la tienda me provocó nauseas y desistí de llamarlo. Regresé nuevamente a ver al peluche. Me maldecía. No me había percatado de que lo había presionado con fuerza. Pasaba mis pulgares lentamente sobre él, acariciando su barriga tan suave. Veía a todos lados. No había nadie en la cercanía. Llevé mi mano a mi bolsillo en un abrir y cerrar de ojos.

Prometí que ésta sería la última vez que robaría en la ciudad. 

- Shadow. - De repente, sentí una mano contra mi hombro, sacándome súbitamente de mis pensamientos. - ¿Te encuentras bien? - No sabía en qué momento me había perdido. Bajé la mirada. Tenía una gran orca de peluche bajo su brazo, la cuál mecía para guiar mi atención a ella. Volvía a sonreír con pena. - Lamento haber tardado.

Retiré mi hombro con brusquedad. 

- Si ya conseguiste tu estúpido regalo, ¿podemos irnos?

Salí apresurado, sintiéndome en verdad irritado. Quería alejarme de ahí en cuanto antes. 


- ¿Tú crees que le guste?

- Cómo saberlo. 

- ¡Ya quiero ver su rostro mañana cuando vea lo que le tengo! ¡Quedará sorprendida! 

- ¿Entonces porqué no esperas callado a que sea mañana? - Me detuve frente a él, severo.

Quizá no era el lugar. Quizá más bien era el erizo, quien no cerraba la boca de una maldita vez.

- Lo siento, Shadow. - Pero se esfumó mi malestar al verlo palidecer de esa manera, escondiéndose detrás de la gran orca de peluche. - Es sólo que nunca he sido bueno con esto de dar regalos. Es la primera vez que me siento tan seguro al comprar uno. Creo que es por eso que me siento de tan buen humor, es todo... 

- Te hubieras ahorrado la molestia comprándole uno de esos modernísimos celulares a los que ve incluso más que a ti.

- ¡No! No puedes sólo comprar ese tipo de cosas y pretender que es un obsequio. - Y como si tuviera derecho a sermonearme, continuó hablando. - Shadow, cuando quieres a alguien, lo ideal es regalarle algo que sea importante para ti. Así dejas saber a la persona cuánto te importa, ¿entiendes?

- ¿Y cómo exactamente es un peluche importante para ti? - Me crucé de brazos, escéptico.

- Bueno, tuve una corazonada. - Dijo deteniendo con ambas manos al gran animal, alzándolo frente a él y observándolo con una gran sonrisa. - Me gustó mucho desde el momento en que la vi y sencillamente supe que tenía que comprarla. 

- Felicidades. - Ignoré su mirada confusa, dándole la espalda y marchándome de ahí. 

Terminamos en aquel parque al que solíamos frecuentar y tomé asiento en la primera banca que vi disponible. El erizo me había seguido a paso lento. Pero cuando finalmente llegó, todavía permaneció parado durante unos instantes, su mirada distraída.

Pasó un largo rato antes de que volviera a pronunciar palabra alguna.

- Tengo que ser sincero con alguien, Shadow. - Regresé a verlo, extrañado al escucharlo hablar con ese tono tan deprimente. - Bueno, sí, ella me agrada bastante y no dudo de que sea una gran amiga. Pero quizá fui muy superficial en mi elección. - Hizo una pausa, vacilando en cómo quería completar su idea. - ...Pensé que podría llegar a quererla con el tiempo y ése ha sido mi error siempre, ¿verdad? 

No respondí.

- Estoy tan acostumbrado a que las chicas se fijen en mí que jamás me había dado tiempo para pensar qué era lo que yo quería. - Alzó a la gran orca. Sus ojos tenían un brillo particular y su sonrisa era mucho más suave que de costumbre. - Para serte sincero, puede ser que esta orca la haya comprado para mí. No tengo intención alguna de dársela. 

- No te entiendo. - Ni sus motivos ni porqué me estaba diciendo esto a mí. 

- Lo que trato de decir es que, en realidad, no me gusta Amy. Y estoy harto de este juego. Volvió a llevarse al peluche debajo del brazo y tomó asiento a un lado mío antes de continuar. - Es una lástima. En verdad se encariñó con esa imagen falsa que le vendí de mí. 

- ¿Falsa? - Me crucé de brazos, cerrando los ojos para ya no tener que ver su cara. 

- El misterioso extranjero; atleta, divertido, guapo... - Él mismo repetía las palabras de siempre con mofa. 

- El chico perfecto, ya veo... - Aborrecía junto con él el listado tan familiar. Igual sonreí, con burla. - Hace sentido. Siempre te has comportado de manera muy extraña cuando ella estaba presente. 

- ¿Y frente a quién no? - Dejó salir un largo suspiro. - No sé en qué momento aprendí a actuar de esta manera. - Con un gesto en los labios que apenas podría clasificársele como una sonrisa, regresó a verme. - Es triste pero, en dieciséis años, ésta es la primera vez que le digo a alguien lo que en verdad pienso y no lo que quiere escuchar. Y muy probablemente, sea la primera vez que dejo a alguien conocer mi verdadero yo. O al menos eso creo. Una parte de ella. No lo sé. Ni siquiera yo la conozco. No sabría cómo hacerlo...

- ¿Hablas del chico molesto? ¿Hiperactivo? ¿Terco? ¿Quien siempre debe salirse con la suya? Honestamente... - No pude reprimir una leve carcajada al escucharlo reír de igual manera. - Si Amy conociera a la persona que yo conozco, no podría soportarte en lo absoluto.

- Ja, puede que tengas razón. - Con risa tan fingida, su ánimo lo había abandonado. Abrí los ojos, perplejo al escucharlo reaccionar de esa manera.

Hubo nuevamente un silencio entre nosotros. Tenía mis manos deteniendo la banca debajo de mí, mi pie inquieto, sintiéndome un tanto nervioso sin realmente saber por qué. No pude contenerme de regresar a verlo con curiosidad. Tenía la cabeza gacha. Su mirada estaba apagada pero su sonrisa no se rendía. Era apenas visible pero seguía ahí. No sabía qué o por qué, pero apenas intenté pronunciar palabra alguna, él había vuelto la cabeza una vez más. Nos habíamos interrumpido mútuamente. Desvié la mirada, sintiéndome ya bastante ridículo. La regresé cuando, de súbito, él empezó a reír. En un inicio, con voz suave. Al poco rato, se trataba de una carcajada sacada del alma. Comenzaba a sentirme en verdad incómodo, especialmente cuando finalmente regresó a verme de aquella manera. Había recuperado aquella sonrisa tan característica de él, sino es que acaso una todavía más viva. No pude evitar retroceder involuntariamente.

- Pero entre más lo pienso, más suena a una locura. - Seguía divertido. Incluso podía jurar que era la primera vez que lo veía tan nervioso. Se llevó una mano contra su frente, cerrando los ojos y negando con la cabeza. - No puedo creer las cosas que pienso, Shadow. 

- ¿Y en qué cosas piensas? - Estaba auténticamente confundido a estas alturas y quería una explicación para todo este show ya. 

- Sé que si alguna vez llegara a ser mi verdadero yo, jamás nadie me podría querer.

Quedé completamente desconcertado. 

- ¿En verdad es eso lo que tanto te molesta? 

- Nunca he correspondido a nadie. Nunca he querido a nadie. Ni siquiera podría decir que tengo un sólo amigo. - Volví a retroceder el cuerpo, sintiendo viva amargura. - ¿Por qué de corresponderme a mí?

- ¿De quién o de qué carajos me estás hablando?  

- ¡De mí! - De súbito, con voz firme, se puso de pie. - ¡Ya no quiero más mentiras en mi vida! Y sé que debo empezar conmigo mismo.

Pero apenas pudo levantarse cuando fuimos interrumpidos. Hice lo mismo. A lo lejos, una voz familiar gritaba el nombre del erizo. 

- ¡Así que son verdaderos los rumores! ¡No lo puedo creer! - Dijo el furioso equidna apuntando a la gran orca de peluche. Dos de sus amigos llegaron instantes más tarde, fatigados, intentando tranquilizarlo pero sin atreverse realmente a confrontarlo. - ¡Estoy en verdad hasta la madre de que Amy me haya cambiado por un idiota como tú! ¡Me niego a dejar que las cosas sigan así! 

Embistió al erizo cual toro, quien lo detuvo de ambos puños sin mayor problema. Juro que el equidna también contaba con una fuerza sobrenatural para tratarse de alguien de esta ciudad, hoy más que nunca.

- Ya me tienes harto, Knuckles. Entiende que ella te dejó antes de siquiera conocerme. - Pero sonreía con auténtica picardía. - ¿Qué culpa tengo yo de que se fijara en alguien que sí sabe cómo tratar a una dama?  

- ¡Cierra tu maldita boca! - Si hubiera sido posible, se hubiera puesto más rojo de lo que ya estaba. Llevé mi mano contra mi rostro, desviando la mirada, sintiéndome incluso más avergonzado.

Logró soltarse y lanzó una ráfaga de puñetazos. No era problema alguno esquivar para el erizo y ya no se molestaba en disimularlo. No hacía más que divertirse con él. 

Retrocedió, sin haber sentado siquiera un golpe, jadeando. El erizo se cruzó de brazos, negando con la cabeza, pretendiendo sentirse decepcionado. 

- Mientras no puedas vencerme en combate, no pienso cederte a mi novia.  

Aquella había sido una sonrisa terrible.

El equidna volvió a lanzarse. Intercepté su golpe. De un rodillazo en el estómago, lo obligué a retroceder. Con quien no medí mi fuerza, fue contra el erizo. 

- Shadow...


Alzó la mirada al instante, aturdido, su mano contra su mejilla. 

- Entonces, ¿en qué momento comenzaste a ser sincero?

- ¿Por qué...? 

Su sorpresa era auténtica. Verlo desde esta distancia, desde este ángulo... Por primera vez, sentía genuina aversión por el erizo.

Sin apartar su mano, se levantó, adelantando un paso en mi dirección, firme. Su pasmo se tornó en enojo.

- ¡Por qué hiciste eso!  

- ¿Qué? ¿Creíste que jamás te haría daño? - Pronuncié esas palabras con cierta burla, admirado de su estupidez. 

- ¡Creí que jamás me traicionarías! - Apartó su mano con brusquedad, acercándose todavía un paso más. Retrocedí a la par, colocando ambos puños frente a mi rostro. El erizo gruñó tras ver aquel acto, imitando mi gesto.

No supe en qué momento sucedió, o porqué el desenlace fue éste. Una furia ciega me movía y debía ser el mismo caso para él. No podía siquiera reflexionar lo que estaba sucediendo ni mucho menos meditaba mis golpes. Nuestros puños caían con gran peso. Adivinaba mis movimientos. Era creativo en sus ataques. Tomaba cualquier minúscula oportunidad y cada nuevo asalto era tan fatal como el anterior. Su habilidad era magistral, ni hablar de aquella endemoniada velocidad. No podía ya avergonzarme de haberlo confundido con uno de esos molestos espíritus. Y quizá si alguno de los dos hubiese podido desatar aquel poder maldito, quizá no habría sido tan reñido el asunto como lo estaba siendo ahora. 

Jamás imaginé que todo desencadenaría en un combate titánico entre el erizo y yo. 

- ¡Traicionar! 

 Pero la verdad es que él jamás sería rival para mí.

Llevó su mano contra su estómago, apoyándose de una rodilla para no caer contra el suelo. Se levantó lo antes posible, echándose a correr contra mí una vez más.

- ¿De qué hablas? - Esquivé su golpe, devolviéndoselo contra su rostro. - Tú y yo nunca fuimos aliados.

Ni siquiera flaqueó, sentando un rodillazo contra mi estómago. 

- ¡Y entonces para qué demonios han sido estas últimas semanas! 

Tomé cuanto aire pude y, firme, lancé otro golpe, esta vez contra su barbilla. 

Se trató de una discusión muy airada. Aunque breve, estuvo repleta de gritos. Tuvo lugar un intercambio de golpes. Veía su sangre correr por la comisura de sus labios pero él hacía caso omiso a este hecho. Sostuve con una mano su siguiente golpe. Él también detuvo el mío con la otra. Nuestros brazos terminaron entrecruzados.

- ¡Una pérdida de tiempo! 

Intentábamos hacer retroceder al otro. Ninguno de los dos cedía.

- ¡Así que pretendes sólo olvidar todo lo que ha pasado y ya!

Atinamos los dos en lanzar un cabezazo al mismo tiempo, lo suficientemente pesado para saber que aquel debía ser el final de nuestro combate. Nuestras manos quedaron libres y retrocedimos unos pasos, aturdidos, pero ninguno se atrevía a siquiera deparar en ese dolor. Tanta euforia invadió aquel evento. 

Había caído la noche. Ninguno se percató del momento en que comenzó la lluvia. En un principio, debió tratarse apenas de unas gotas, pero a estas alturas se trataba ya de una lluvia torrencial. Éramos los únicos que permanecíamos en el parque. Ignorábamos por completo la presencia del equidna y sus acompañantes, quienes en ningún momento se atrevieron a intervenir. La mirada del erizo estaba reservada para la mía y la mía para la suya. Jadeábamos con intensidad, nuestros brazos apenas a la altura de nuestra cintura. 

Y como si el combate jamás hubiera tomado lugar, recuperé mi compostura en cuestión de nada, cediendo a mi posición de combate y levantándome, dejando al erizo perplejo cuando, con naturalidad, pronuncié las siguientes palabras:

- ¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo? Que incluso cuando inculco temor en la gente, mi nombre y mi rostro jamás serán olvidados. ¿Sabes por qué es eso? Porque el terror es auténtico; viene del auténtico monstruo que soy y nadie ni nada me disuadirá a cambiar. ¿Pero tú? No mereces la pena ser recordado, por más perfecto que seas. Porque la gente sólo te usa. Y te seguirán utilizando hasta que dejes de serviles. - Le di la espalda. - Como yo, en este momento. 

El enojo del erizo se esfumó de súbito. Temblaba.

- ¿Por qué estás haciendo esto? Shadow... - Estaba sumamente perplejo. Intentó alcanzarme, pero tan sólo ver mi rostro, como si lo hubiera entendido a la perfección, el equidna le cortó el paso al instante. Regresó a verlo primero a él, luego a mí, más confundido que antes. - No era esta la manera en la que quería comprobar tu fuerza...

Bruscamente, se soltó del equidna. Dándome la espalda, la cabeza gacha, se alejó dando marcadas pisotadas contra los charcos, no sin antes tomar a esa estúpida orca. Al hacerlo, dio media vuelta abruptamente, posando sobre mí una mirada como jamás la había visto en su rostro. Estaba realmente enfadado. 

Pero mi tono de voz ya no era severo. 

- Tal vez tú puedas ser un bufón el resto de tu vida y no pasa nada. Tienes ese lujo de poder ser feliz el momento que quieras. Tú no tienes tus días contados.

Incluso así, su única estúpida reacción fue acercarse a esa maldita orca, a la cuál abrazaba muy pegado a su pecho. Lo único que tenía yo para desahogar este mal estar eran mis puños, los cuáles comenzaban ya a sangrar luego de tanto apretar. 

El equidna colocó una mano contra él, la cuál muy descortésmente apartó con un brusco movimiento de hombro, sin siquiera prestarle atención. Su mirada estaba reservada para mí. Apretaba todavía más a aquel peluche entre más fruncía el ceño.

Yo ya no tengo nada que perder. 

Si él se hubiera atrevido a seguirme ahora, lo habría matado.

Me dejé caer en alguna parte cuando finalmente me quedé sin aire. Jadeaba, mi rostro hacia el cielo. La lluvia más intensa que antes bañaba todo mi cuerpo, recorriendo todo mi rostro, esperando porque me ahogara de una maldita vez.

Era éste el punto en el que mi vida volvía a ser tan monótona como siempre, tan carente de sentido. Era el final de aquella vida en la ciudad que, sin darme cuenta, había comenzado a atesorar. 

Aunque eso no lo sabía en ese momento. 

Fue así como me despedí del erizo. Sería ésta la primera vez que no podría olvidar con tanta facilidad. Sabía que jamás olvidaría ese nombre del ser a quien más debía odiar; Shadow. 

Pero no contaba con que a mí también me resultaría imposible olvidar a aquel sujeto tan desagradable; Sonic. 

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*20/06/2018
- Sam

lunes, 4 de junio de 2018

Yo y mis desaparecidas habituales

¡Hey! ¡Hola hola!

¿Cómo han estado? Cuánto tiempo, ¡Dios! Lo siento, ¡lo hice de nuevo! D: 

No, no me he rendido de esta historia ni me voy a rendir <3

Rápido anuncio... ¿Anuncio? Pff, mensaje a quien me lea, demonios xD

En serio, lamento no haberme mantenido constante como prometo y prometo. No es que haya estado holgazaneando (bueno, sí, a su manera...) ni que me quedé sin inspiración ni cosa similar. De hecho, ya tengo varios capítulos avanzados y, de verdad, es sólo cosa de picar "publicar"...

... Sólo quería sacármelo del pecho; había estado muy deprimida, ¿sí? D: ¿Alguien leerá esto? Damn, bueno, si les interesa el drama, yo nunca tengo problema compartiendo mis penas hahaha sólo no quiero hacerlo público xD

¡En fin! D: No venía a quejarme ni a desahogarme. Ha sido un mes bastante difícil para mí pero, si estoy publicando esto, es porque de hecho ya me siento bastante mejor y con ánimo de retomar mi life como me gusta :3 Sólo quiero terminar de reorganizar bien mi vida y prometo hacerlo de tal manera que terminar esta historia siga siendo mi prioridad ñ.ñ

(Y es que la verdad es que le tuve aberración a esta historia en ese lapso porque la asocio mucho con lo que me pasó >.< ... En fin, yo y mis payasadas haha!)

¡De verdad, gracias por la paciencia a quienes todavía me siguen! ¡Significa muchísimo para mí! :,) <3

¡Cuídense mucho y hermoso inicio de semana! <3 Los quiero, shavos y shavas que me leen, de verdad <3

lunes, 14 de mayo de 2018

XI


Permanecí todo este rato parado frente a la ventana, mis manos detrás de mi espalda, observando el lugar en el que momentos atrás nos habíamos enfrentado a aquellas malditas aves. Mi pie, impaciente, era incontrolable y no podía hacer más que recordar el evento, airado.

Me sentía responsable de su estupidez.

No fue hasta bien entrada la madrugada que finalmente despertó. Lo hizo de manera exaltada, escandaloso. Se detuvo unos instantes a observar sus guantes, todavía embarrados de sangre, a la par que hacía memoria. Maldiciendo, comenzó a pegar contra la cama, rabioso.

No se tranquilizó hasta que sintió mi mano contra su pecho. Con una voz casi inaudible, pudo apenas decir mi nombre. Había logrado apaciguar ese acaloramiento sin pronunciar palabra alguna.

Me senté al borde de la cama, cerca de él. Finalmente podía ver aquellos ojos verdes que por tanto tiempo me habían inquietado. Llevé mi mano contra su rostro. El erizo hizo el gesto inconsciente de girar la cabeza, nervioso, pero no por ello impidió que fuera removiendo su pelaje de poco en poco con mis dedos conforme lo examinaba. Había limpiado ya la sangre pero renegaba de tan sólo ver su frente rota.

Nuestras miradas volvieron a encontrarse. Admito que todavía veía con desconfianza el brillo tan inusual en aquellos ojos. Ya entendía que todo en él era inusual. También me observaba de la misma manera. Sonreí con desagrado.

- Tranquilo. No soy uno de ellos. - Llevé mi mano contra su barbilla, alzándola para ver su rostro con mayor claridad, pero logré todo menos tranquilizarlo. - Nunca había visto unos ojos como los tuyos, y para ser justos, tu piel es bastante pálida. - Retiré mi mano con desprecio. - Al menos ya sé que tú tampoco eres uno de ellos.

Poco a poco, comenzó a soltar una leve carcajada, dirigiendo su mirada al techo, si acaso entretenido por lo ridículo del origen de nuestra desconfianza.

- Me alegra que estés bien. - Dejó el espacio en el que se encontraba para sentarse a un lado mío. Me veía con aquella sonrisa tan suave y sus ojos volvían a estar sobre mí, curiosos. Había recuperado su semblante habitual en cosa de nada. - Me pregunto porqué insisto en preocuparme por ti de esa manera.

Sin más, finalmente contó su versión de la historia. Dijo que conoció a esos sujetos hace poco más de dos meses, el día en que llegó a la ciudad. Detalló todo el incidente en su colegio, haciendo énfasis en las cualidades tan inconcebibles del enemigo. Él reconocía que su muerte debía ser un hecho indiscutible. ¿Así que él ya conocía el famoso ataque de la destrucción? Intenté permanecer inmutable conforme hablaba, pero sentía el sudor resbalarse por mis sienes. Cómo era posible... Hubiera hecho más sentido si él fuera uno de ellos.

Y pensar que bastó uno de esos para acabar conmigo...

- Lo que quiere decir que corriste con suerte. En otras circunstancias, no hubieran dudado en matarte.

- Shadow. - Llegó el momento en que finalmente se atrevió a retar mi mirada. En sus ojos, existía una viva incertidumbre y yo ya no podría seguir ignorándolo. - ¿Por fin me dirás qué es aquello en lo que estás involucrado?

- Es complicado... - Ya no quería seguir sumando gente a este caótico evento. Intentaba hablar, pero lo único que lograba era soltar suspiro tras suspiro. Una semana se había sentido como una eternidad en la que ya no pensaba en mi vida en Downhood, ni en mi vida como un peón. Y ahora, todo se atropellaba en mi mente de manera tan abrupta, manifestándose tan real como siempre lo había sido. El erizo me veía incrédulo. No podía dar crédito a mi explicación. - Si puedes aceptar que su fuerza es extraordinaria, tendrás que aceptar que su naturaleza es igual de sobrenatural. Esos sujetos murieron hace miles de años. Es la gente de un vieja civilización, el imperio más grande de su tiempo, sentada en la mismísima ciudad de las joyas. - Mi mirada era severa. Me enfermaba pensar en esas molestas criaturas. - Y así como ellos, hay otros cientos más, miles. Conforme hablamos, cada vez son más de ellos los que regresan a la vida.

- No... no te entiendo...

- De alguna manera, toda esa gente está resucitando. - Agaché la mirada, hartándome de esto. - Lo siento, sencillamente no estoy seguro de por qué está sucediendo esto. No entiendo cómo lograron pasar de su mundo al nuestro ni mucho menos cuál fue el motivo. Sólo sé que son absurdamente violentos.

Al verme de esa manera, el erizo no tuvo de otra más que aceptar mi insólita, pero verídica, explicación.

- ¿Tratas de decirme que existen sujetos todavía más poderosos que esas aves?

- Está el dictador de aquella sociedad reprimida; Hamadi. - Sentí un vuelco en el corazón de tan sólo pronunciar ese nombre. - Llegó a ese puesto tras matar al rey. Su gobierno no estuvo basado en más que en puño de hierro. Se trataba de un guerrero prodigioso, pero también era un sádico inigualable. Lo único que me hace sentido es que esté buscando una oportunidad para recuperar su gloria en este mundo, pero eso no explica cómo logró regresar. - Ni mucho menos cómo podría regresarlo. Nuevamente me encontraba suspirando. - La buena noticia es que esas aves eran quienes conformaban su élite de defensa personal; Myrtah, Nerea y Ozane.

- ¿Cómo son esas buenas noticias?

- Piénsalo; no debería de haber contrincantes más poderosos que ellos. - Me levanté de ahí, alejándome del erizo, mis brazos cruzados y dándole la espalda. - La mala noticia es que, mientras tengan esa habilidad para canalizar su energía, confrontar a los demás espíritus no será más sencillo. Por la naturaleza de la metrópoli, corrupta y dividida, la gran mayoría de ellos no eran más que bandidos. O sea que ya eran expertos en el arte de matar antes de siquiera contar con fuerzas sobrenaturales. - Luego de un silencio desesperanzado por parte del erizo, regresé a verlo con malicia, sin poder contenerme de sonreír. - ¿Quieres saber porqué ellos no te mataron?

Intentaba mostrarse seguro, pero al escucharme pronunciar aquello, tragó saliva.

- Escúchame bien. ¿Sentiste cómo sin importar cuán pesados fueran tus golpes, parecían ser mucho más ligeros que de costumbre? - Luego de pensarlo, asintió con desagrado. - Bueno, eso es porque ellos no pueden permanecer del todo en este mundo. Ellos apenas y tienen un cuerpo, si acaso todavía no crees que te estoy hablando de fantasmas. - Me recargué de espaldas contra la pared, haciendo memoria con disgusto, de brazos cruzados.

- Eso explica su palidez tan enfermiza...

- Tengo la teoría de que, entre más tiempo pasan en esta tierra, más vuelven a ser parte de ella. La razón por la cuál ellos no te mataron en aquella primera ocasión fue porque no pueden permanecer mucho tiempo en este lado. Hace sentido si dices que tu encuentro sucedió a mediados de enero. Ellos hicieron su primera aparición hace tres meses aproximadamente, por lo cuál no muchos de ellos podían permanecer del todo libres en este mundo. No sabían cómo hacerlo. La luz del sol actúa sobre ellos de tal manera que no tienen más opción que ir a refugiarse. Quizá porque se trata de una excelente fuente de vida. O eso me imagino yo.

- ¿Y en dónde se refugian?

- Es lo que no sé.

Hubo un silencio prologando. No paraba de recordar tantos escenarios y regresar al origen del problema era sencillamente desesperante. Me recordaba cuáles eran los términos y condiciones bajo los que estaba sujeto. No era ni la mitad de la historia, pero eso él no tenía por qué saberlo. Escuchar su voz finalmente me sacó de mis pensamientos.

- ... Pero si lo averiguáramos, seguramente podríamos ponerle final a este asunto.

- Quizá... - Dejé salir una profunda exhalación. Después de varios segundos, sin atreverme a regresar la mirada, tuve que añadir. - Lamento que estés involucrado en esto. Es una historia de chiflados.

- Siendo honestos, tú has sido lo más extraordinario de todo este asunto. No esperaba menos. - Se había acercado en mi dirección, llevando sus manos contra su cintura y agachándose de tal manera que pudiera dar con mi rostro. Tenía una gran sonrisa. - No necesitas de ese poder maldito para ser peligroso. Después de todo, derribaste a aquel tucán de un sólo golpe.

Desvié la mirada para no tener que aguantar esa sonrisa. Me incomodaba que se expresara así de mi persona. Él sencillamente rió, entretenido, antes de volver a incorporarse.

- Qué giro tan inesperado. De no ser por ti, estaría muerto. - Mientras el erizo continuaba balbuceando estupideces, yo me encontraba meditando cuál sería la mejor vía a seguir ahora. - ¡Rayos! Y pensar que sería esa la oportunidad que estaba buscando para verte en acción.

- Escucha. - Lo callé de súbito, irritado. - Ésta es una carrera. Hay alguien más que quiere poner sus manos encima de uno de ellos. No sé por qué o con qué fin, pero sé que si lo permitimos, será el peor escenario posible. - Gruñía de tan pensar en ello. - La verdad es que no tengo idea de cómo encontrarlos. Jewel City es un blanco perfecto, si dices que esas malditas aves llegaron ahí como su primer destino. Si nos fuéramos, quedaría bajo gran peligro, así que no tenemos de otra más que esperar a que ellos vengan a nosotros.

- ¿Pero no dices que hay muchos más libres por el mundo? ¿No matarán a más gente mientras esperamos?

- ¿Has escuchado un escándalo? Ellos todavía son muy débiles como para que algo así esté sucediendo. - Mentí. No quería jugar al héroe. Mi motivo era otro; ver colapsar todos los esfuerzos del profesor Eggman y nada más. - Además, sería una pérdida de tiempo interceptar a cualquiera. Muchos de ellos son apenas civiles y seguramente están tan confundidos como nosotros con respecto al asunto. Esos tres son los que nos importan, especialmente el más grande de ellos, Ozane. Si logramos hacerlo nuestro prisionero, nos ayudará sí o sí. - Regresé a verlo con una sonrisa pícara. - En fin que él también daría lo que fuera por dar con Hamadi.

No podía evitar reír, incluso con cierta euforia, de tan sólo pensar que la vida se resolvía frente a mis ojos sin esfuerzo alguno. Y pensar que contaba con la ayuda de un aliado tan servicial y poderoso.

- Shadow, ¿acaso te enfrentaste a uno de ellos en el bosque?

Callé al momento de escucharlo decir eso. El erizo se encontraba cabizbajo. Me acerqué a él y puse mis manos sobre sus hombros, mirándolo de frente, obligándolo a alzar la mirada.

No tenía tiempo para estupideces.

- Si quieres serme útil, será mejor que descanses. - Me fui de ahí.

Si las cosas marchaban bien, no sería algo que necesite saber el erizo.

Lamentablemente, no sanaba tan rápido como yo lo haría. Pasó todo el día siguiente en cama, exhausto, e incluso las actividades más rutinarias le resultaban dificultosas. De igual manera insistió en que continuáramos yendo a la escuela, argumentando que era un lugar certero para nuestro reencuentro con esas almas en pena. En fin que también continuaba siendo ese mi plan. En ningún momento mencioné que ellos podían rastrearme. No quería darle motivo al erizo para sobre pensar las cosas. De todas maneras, eso no garantizaba nada y seguramente Hamadi ya habría aprendido de su error. No se dejaría cazar tan fácilmente.

Ya en la ciudad, el erizo era un amo para disimular. Nadie nunca preguntó nada, porque realmente parecía que no había sucedido nada.

Pero de regreso a su casa aquella tarde, se dejó caer de rodillas en plena subida. Estaba completamente agotado y no paraba de jadear con angustia.

- Admito que incluso a mí me engañaste... - Dije hincándome frente a él, dándole la espalda.

- Shadow, por favor...

- No te agobies por recuperarte, todavía hay tiempo. - El erizo no protestó más, o quizá fue que sencillamente ya no podía hacerlo. Estaba tan fatigado que se quedó dormido al instante. - E incluso en el evento de que regresaran antes, yo estaré aquí para enfrentarlos.

Solté un suspiro lastimero. Incluso si no se hubiera descuidado, él sabía que esa hubiera sido una pelea perdida. Él cree que tuvo suerte de que yo estuviera ahí.

Tal vez sólo no quería que él supiera que ellos estarían donde yo esté.

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*03/05/2018
- Sam

lunes, 7 de mayo de 2018

X


Así que después de todo era cierto. Esta corazonada no había sido una exageración mía. Él seguía aquí. Aquella aura tan pútrida en la lejanía era inconfundible. Actuaba como veneno sobre mi alma. Y era quizá tan tóxica que ni siquiera él pudo ocultarse más, si acaso fuera por tan sólo un segundo. 

Tres sombras se acercaban. Adquirían corporeidad a cada paso que daban. El ruido que producían sus joyas era distintivo de ellos, al igual que la enfermiza tonalidad de sus cuerpos, tan pálida, casi etérea.

Y cómo olvidar aquellos ojos rojizos como el mismísimo infierno del que venían.

El gran tucán sostenía una detestable sonrisa. Sujetaba a ambas urracas, una en cada brazo, quienes portaban la misma expresión nefasta en sus rostros.

No cabía duda. Se trataba de él.

Miraba a mi alrededor con discreción. Comenzaba a sentir la adrenalina recorrer todo mi cuerpo. No había ya rastro alguno de sol. Y de no ser por las antorchas que permanecían encendidas, la oscuridad sería absoluta.

Tragué saliva. ¿Qué hacían ellos aquí?

- ¿Ocultándome? - Adelantó un paso, imprudente. - ¿No fueron ustedes quienes se fueron sin siquiera despedirse?

- ¿Acaso tú los conoces? - Regresé a ver al erizo, estupefacto, pero no pude dar un paso más. Me cortó el paso colocando su mano frente a mí. Algo en él era distinto. Esos ojos brillaban con determinación.

- Es una larga historia. No podría explicarlo, pero estos sujetos son algo fuera de lo ordinario. Me temo que ni siquiera tú serías rival para ellos, Shadow. - La exasperación en su rostro era real. Sus puños comenzaban a temblar. Incluso así, regresó a verme con aquella sonrisa que siempre tenía al disculparse. - No quería creer que fuera real.

- No perdamos más tiempo. - Una de ellas, la de la larga cabellera oscura, dijo con tedio, llevándose una mano contra su cintura. - Terminemos con esto y sigamos buscando.

- ¿Tenemos prisa? - Su manía por la sangre tenía que ser verdadera, juzgando por la mirada desorbitada con la que nos observaba aquella otra chica de pelo corto.

- Estoy cabreado. No puedo creer que me haya equivocado. - Empezó a caminar en esta dirección el más grande de ellos, tronándose los dedos de sus puños. - Tendré que desahogar mi decepción contigo. No estoy de buen humor como en aquella vez. Me aseguraré de matarte.

- No volveré a caer en sus trucos. - Asumió posición de combate. Tenía una defensa formidable. Volvía a sonreír, seguro de sí mismo. - Quiero verte intentarlo.

Embistió al erizo. Tenían que ser los golpes más pesados que haya presenciado desde mi accidente en Downhood. El erizo bloqueaba todos y cada uno de ellos, pero el impacto comenzaba a debilitar sus brazos. Aumentada la rabia de su oponente, esquivar se volvió una opción y ahora era él quien golpeaba. Acertó un derechazo, un golpe contra su barbilla y, de una patada en el estómago, mandó a volar al tucán colina abajo.

Simultáneamente, comenzaba otro asalto. Ambas chicas se abalanzaron sobre mí. Lo que no tenían en fuerza, lo tenían en velocidad. No podían acertar ni un sólo golpe, pero no veía la manera de contraatacar.

Tan enigmático como ellos lo hacían, de un momento a otro el erizo ya se encontraba frente a mí. Interceptó el puño de una de ellas, acertando un rodillazo en el estómago de la otra. Tomó del brazo de la primera y la arrojó contra la segunda con una fuerza indescriptible, destruyendo el tronco de un árbol en la lejanía.

No podía creer lo que veía. No podía creer el carácter tan brutal de este combate. Recordaba nuestro encuentro en el bosque y él definitivamente no peleó de esta manera. Su semblante era irreconocible. Me daba coraje de tan sólo recordar las palabras de ese idiota.

No te quiero hacer daño.

El erizo necesitaba recuperar aire pero no por eso se mostraba agotado. Su velocidad era inconcebible. Había dejado a los tres en el suelo en cuestión de nada y ni siquiera había considerado mi ayuda.

Fue su estupidez lo que le costó el combate.

- ¡Idiota! ¡Nunca pierdas de vista al enemigo!

Dejó de verme con aquella sonrisa y gesto triunfante, pero no tuvo tiempo para reaccionar. Apenas regresó la mirada, el gran tucán ya había sujetado firmemente de su cabeza. Impactó un potente rodillazo contra su rostro. Cerraba mis puños con suma violencia, rechinando los dientes. No podía creer lo que había hecho. El erizo jadeaba al punto de desmayarse, completamente bañado en sangre. El tucán se regocijaba por su hazaña, alzando al erizo como trofeo y deleitándose con la vista, maniático. Apenas pudo regresar a verme. Tenía una cara de tremendo estúpido.

No esperaba que me abalanzara contra él.

Bastó un cabezazo para que se desplomara el pobre idiota. Soltó al erizo, a quien atrapé antes de que cayera contra el suelo. Un hilo de sangre descendía por mi rostro. Hincado, observé al erizo con detenimiento. Respiraba con dificultad y había perdido mucha sangre, pero todavía no se había desmayado. Con suma dificultad, apenas entreabrió los ojos para dar contra los míos. No podía creer que incluso así se permitiera aquella mirada, si acaso sólo para disculparse...

- Eres un entrometido. ¡Cómo te atreves...!

Bastó una mirada para paralizarlo. Golpeó en lo más profundo de su ser y no podía dejar de balbucear como el idiota que era. Mis ojos hervían de rabia de tan sólo verlo de esa manera tan repugnante, tan patética.

- ¡Tú! ¡Tú eres...! - Apenas podía levantarse, apoyándose de ambas urracas. Él ya no podía pelear. - ¡De ti proviene toda ese energía que nos guió hasta aquí! ¡Por qué!

- ¡Lárgate de aquí, Ozane!

- ¿Tú sabes quién soy yo? - Se dejó caer de rodillas, incrédulo. - Ya veo... - De repente, todo ese frenesí y esa confusión se desvanecieron para dar lugar a una sonrisa enfermiza. - Nerea, Myrtah, nos vamos de aquí.

Perplejas, protestaron.

- ¡No me oyeron! ¡Dije que nos vamos!

Dedicándome una última mirada que sentenciaba nuestra enemistad, se desvanecieron con el viento. Sólo quedaba el eco de su gran risotada y el recuerdo de su endemoniada sonrisa lunática antes de desaparecer.

Me dejé caer de rodillas, soltando un gran suspiro y dejando de aferrar al erizo contra mi pecho. Recordándolo, agaché la mirada. Se había negado a cerrar los ojos en todo este momento.

- Nada te puede apagar esa molesta sonrisa, ¿verdad? - Pero ya sabía que su respuesta siempre sería una risa, aunque esta vez fuera apenas una exhalación.

No pude evitar imitar su gesto.

-  Calcularon mal. Ellos no sabían que yo no podría contra ellos.

- No digas eso... - Dijo apenas en un susurro.

Cerré los ojos y dejé salir un suspiro. No hubiera sido problema alguno vencerlos si no se hubiera descuidado de esa manera y no se hubiera vuelto un estorbo. ¿Qué hubiera sucedido si liberaban el poder de la destrucción?

Permanecimos de esa manera durante un largo rato. La oscuridad reinaba y la noche era cada vez más solitaria, silenciosa.

Maldecía.

La esperanza de Ozane había sido renovada. ¿Cómo es posible que me rastreara? Al parecer, también despedía la repugnante esencia de esos seres y ni siquiera él podía ocultarlo. Pero yo no podía sentirlos. Eso hubiera hecho las cosas mucho más sencillas desde el principio. Regresé la mirada al erizo. Había sido un malentendido todo este tiempo.

Siempre he sido yo el imán que los atrae.

Para mi alivio, el erizo finalmente se había desmayado.

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*06/04/2015
- Sam

lunes, 30 de abril de 2018

IX


Algo que realmente me inquietaba de él, era la tranquilidad con la que podía mentirte. Su rostro era inmutable, siempre permanecía inocente. No podía advertir en qué momento comenzaba a jugar. Lo hacía todo el tiempo pero no por ello terminaba de acostumbrarme.

Su sonrisa era lo más molesto.

Insistió en que ordenara todo lo que quisiera y eso hice. Terminamos en algún restaurante de comida rápida, perfecto para el antojo insaciable que traía desde el día anterior. Jamás había tenido tanta comida frente a mí. Era un fastidio tener que depender del erizo.

- ¿Por qué tú no comes? - Pregunté con la boca llena, harto de que siempre estuviera observándome de esa manera.

Quizá era yo quien se lo tomaba muy a pecho.

- Tengo mejores cosas que hacer. - Alegre, cerró los ojos y dio su primer bocado. A propósito, continuó de esa manera durante un largo rato, incluso después de haber terminado su hamburguesa.

O quizá era él a quien no le importaba.

- Eres un fenómeno.

Sencillamente se reía, entretenido, abriendo los ojos de una buena maldita vez.

- ¿No eres tú quien está teniendo alucinaciones? - Apenas agachó la cabeza, mirándome con picardía.

Entre más tiempo sostenía mi mirada contra la suya, menos podía reprimir aquella sonrisa. Fui yo quien terminó desviando la mirada primero o él jamás lo haría. Negó con la cabeza, repitiendo mi nombre apenas en un susurro.

Le divertía todo esto.

- Eres en verdad antojadizo. - Se inclinó hacia el frente, curioso, apoyándose contra sus manos. La mesa era un desastre por mi culpa. - Sabes que no tenemos prisa, ¿verdad?

- Sabes que tu vida es muy pacífica, ¿verdad? - Continué comiendo con el mismo frenesí, mis manos siempre ocupadas.

Incorporándose nuevamente, juntando sus manos y riendo con suavidad, volvió a negar con la cabeza.

- Mi vida es muy aburrida.

- Sí, claro. No terminas de emanar alegría y siempre te estás riendo de algo.

- ¿Qué te parece la ciudad hasta ahora? ¿Qué te pareció el colegio? Divertido, ¿no? - Hizo una pausa, picando de las papas que estaban al centro de la mesa. - De alguna u otra manera tengo que sobrevivir.

- ¿Sobrevivir? ¿Sobrevivir a qué? ¿A todos estos lujos y comida interminable? - Tragué mi bocado a la fuerza. - Tienes la vida resuelta en esta ciudad.

- Eso es gracias a mis padres. - Veía a través de la ventana, llevándose una mano contra su barbilla. Por un momento, su semblante adquirió un matiz completamente ajeno. - No creo que haya nada para mí después del colegio. Mis calificaciones ni siquiera son tan buenas.

- Entonces deja de asistir y ya. Si tu plan es "sobrevivir", no lo necesitas. - Arranqué un gran pedazo de carne con los dientes. - Todavía no puedo creer que vayas a perder tu tiempo en un lugar como ese.

- Bueno, no todos nacimos prodigiosos como tú, Shadow. - Volvía a hacerlo. Sonreía con esa sospechosa familiaridad que no podía hacer más que desconfiar de él.

- ¡Ja! ¿Qué dices? A mi no me engañas. - Pero él ni siquiera estaba intentando ocultarse ante mí. Impaciente, pegué mis manos contra la mesa. Era más de lo que podía soportar. - Ya sé que no eres un sujeto cualquiera. Y quiero saber por qué.

- ¿De qué hablas, Shadow? - Volvió a meterse más papas a la boca, esta vez un puñado entero, sin siquiera molestarse en terminar su bocado antes de hablar. - A algunos quizá no nos espera mejor futuro que trabajar en un establecimiento de comida rápida como éste.

Nuestras miradas volvieron a contender después de aquellas palabras. La facilidad con la que podía verme directamente a los ojos era todavía más alarmante que mi mirada misma. Permanecimos de esa manera durante lo que parecía una eternidad. Comenzaba a agachar la mirada, pero cuando parecía exhibir los primeros síntomas de nerviosismo, su sonrisa impedía que cediera.

De repente, una mano colocó una malteada entre nosotros, rompiendo toda esta tensión. No pude evitar desviar lo mirada. Destruí la lata de refresco que estaba en mi mano. ¡No lo había visto en el menú!

- ¡Ah! Ya entiendo. Así que alguien quiere una malteada... - Dijo sacando un popote de su envoltura, jugando pacientemente con él. - Sería una lástima que fuera la última en existencia.

Regresé a ver a todos lados pero no encontraba a ni un sólo esclavo en los alrededores. Comenzaba a impacientarme y él continuaba desnudando otro popote con toda tranquilidad. Colocó ambos en la copa y empezó a beber de uno de ellos, exagerando su deleite.

- Si la quieres, tendrás que compartirla conmigo.

Desvié la mirada, rojo de vergüenza.

- ¡Por qué tienes que actuar así!

Simplemente se reía. Alzó la mano y en cuestión de nada, llegó uno de esos chicos en uniforme y, luego de unos minutos, trajeron otra para mí. La acepté con desgana, sin siquiera regresar a ver al erizo. Ya sabía la reacción que tendría en su rostro.

- Pero hablemos más de ti, Shadow. - Volvía a relucir esa molesta sonrisa de fascinación que tan poco le importaba ocultar. - ¿Qué hace alguien como tú en una ciudad tan burda como ésta?

- Lo mismo me pregunto de ti. - Meneaba la lata de refresco con un dedo sobre la mesa, sin quitarle la mirada de encima.

- ¿Qué hacías antes de que nos conociéramos? ¿Por qué te fuiste de Downhood? - Ni siquiera se inmutaba al hacer ese tipo de preguntas tan indiscretas. En un lugar como éste...

- No he estado en Downhood en meses.

- ¿Y qué estuviste haciendo en todo ese tiempo? ¿Acaso estuviste escondido en el bosque? ¿De quién?

- Ya veo. Puedes ser muy metido cuando quieres y no te molesta en lo absoluto.

- ¡Ja! Perdón si estoy siendo muy personal. - Se reclinó contra su asiento, reposando su brazo contra el respaldo de éste y mirando una vez más por la ventana. Realmente no volvió a insistir ni se mostraba impaciente por hacerlo. Con calma, regresó a verme una última vez.  - Sólo quería hacer plática.

Incluso si se lo dijera, no ganaba nada con ello.

Cuando quería algo, realmente podía llegar a ser muy terco. Pero también podía llegar a ser muy indiferente de un momento a otro. Como yo no volví a pronunciar palabra alguna, él tampoco lo hizo.

Nos fuimos de ahí.

Insistió en que aprovecháramos las tardes después de clases para recorrer la ciudad. ¿De qué clases me hablaba? No lo sé. Yo no pensaba volver a ese lugar. Expresaba repetidas veces lo tedioso que sería estar encerrado en casa todo el día. Se detuvo frente a mí y, seguro de si mismo, hizo esta absurda apuesta en la que pretendía enseñarme toda la ciudad y juraba que, al terminar, me enamoraría perdidamente de ella y jamás querría abandonarla. Con una sonrisa maliciosa, acepté el desafío. En fin que no dependía de mí cuánto tiempo pudiera estar en la ciudad.

Ya entrada la noche, antes de pasar a su hogar, regresó a verme por última vez aquel día.

- Por favor, tienes que seguir acompañándome. Hay tanto que todavía tengo que saber de ti.

No sabía qué era lo más increíble; que realmente completara mi primera semana de asistencia en el colegio o que no hubiera sido del todo insufrible. Bueno, sí, las clases eran sobrenaturalmente aburridas. Decidí tomar más participación, ello hacía que pasaran un poco más rápido, al menos. La gente persistía en intentar hablar conmigo. Yo prefería evitarlo, pero el erizo procuraba tenerme presente en todo momento. Los profesores eran en suma estrictos, pero no tenían ningún problema conmigo, incluso cuando en repetidas ocasiones me había quedado dormido. Tenía que saber cómo es que logró que me aceptaran en un lugar como éste, por cuánto tiempo y por qué.  El erizo terminó explicándome que el rector no era nada más ni nada menos que el mismísimo tío de Amy.

- No es como que le dijera que eras mi primo perdido de Downhood o algo similar.

Lo tomé de la chamarra y lo sacudí frenéticamente.

- ¡Cómo pudiste decirle algo así!

Su risa venía del alma. Tenía que dejar de creerme todo lo que dijera. A su lado, parecía un novato en el arte de desconfiar.

O él era muy bueno mintiendo, o yo era pésimo para desconfiar de ese carisma tan enigmático.

Pero lo que en realidad haría que los días se fueran volando, serían esas tardes en las que recorríamos la ciudad. Sí, todavía pensaba que era un sujeto muy molesto, pero cuando lo conocías, no era tan malo. Me resultaba muy entretenido ver las estupideces que hacía.

El acuario era una ciudad dentro de otra ciudad. Me llamaba la atención los colores tan extravagantes que había de pecera a pecera. Él seguía insistiendo pero yo no le hacía caso. Se escuchó el estridente sonido de una trompeta a lo lejos y todo el mundo se echó a correr.

- Ya te dije que no me interesa. - No despegaba los ojos de aquella vitrina. - No sabía que había algo como lobos marinos. ¿Por qué? Ni siquiera lucen como lobos...

- ¡Shadow! ¡Es allá a donde quiero que me sigas! - Finalmente me había soltado. - Te garantizo que habrán más y podrás verlos en acción.

- ¿En acción? - Regresé a ver al erizo, incrédulo, casi dejando caer mi bebida. Me puse de mal humor y no pude contenerme de pulverizar el envase entre mis manos. - ¿Me estás mintiendo?

- ¡No! Seguramente nunca en tu vida has visto un show marino. - Dijo mientras se echaba a correr con ese ánimo que a todo mundo contagiaba. Se detuvo para verme unos instantes. - Yo tampoco he visto uno.

El erizo me tomó del brazo cuando finalmente llegamos y se hizo paso entre la gran multitud, consiguiéndonos un lugar hasta el frente. El erizo no había mentido. Un grupo de personas en atuendos ridículos hacía danzar a las criaturas marinas, ir y brincar de un lado a otro. Cada vez que saludaban, lanzaban agua al público con sus divertidas aletas. La euforia era increíble. Incluso con mi aberración al ruido, sentí que me perdía entre todo ese acaloramiento. Pero, para ser sinceros, lo más alucinante fue cuando sacaron a aquella colosal orca para dar cierre al espectáculo. Daba unos saltos espectaculares que sentía que nos aplastaría en cualquier momento.

Ese día, terminamos completamente empapados.

Y ese sólo fue uno de los varios lugares que visitamos. Conocimos hartos parques, plazas, restaurantes, tantos que no sabría cómo describirlos. Ese jueves, después ir por hamburguesas, terminamos en un arcade. Me costaba entender esos controles y cuál era exactamente mi objetivo, pero sin darme cuenta había terminado muy picado. El erizo también una vez que comencé a patearle el trasero en aquel juego de peleas. No dejaba de meter moneda tras moneda en la máquina. No podía evitar sonreír al verlo de esa manera, tan desesperado y clavado. Tenía suerte de que el combate fuera sólo detrás de una pantalla.

Y aunque en mi opinión todos esos lugares fueran prácticamente lo mismo, por momentos el erizo lograba hacerme olvidar lo monótona y aburrida que había sido mi vida hasta entonces.

Era una lástima saber que esta vida no era para mí.

Finalmente llegó el viernes y en aquella ocasión nos acompañó la chica rosada de días anteriores. Era de las pocas personas que no me desagradaba del todo, aunque pasara más tiempo en su celular que con nosotros. Era amigable y divertida. No brillaba por su inteligencia pero era lo suficientemente sencilla para no resultar molesta. En fin, parecía el prototipo de la mujer perfecta y ya había quedado claro que ella estaba locamente enamorada del erizo, por mejor que lograra disimularlo. 

Ese día nos fuimos temprano y nos sentamos en la gran colina a las afueras de la ciudad. El erizo insistía en lo hermoso que era ver el atardecer desde su casa y que teníamos que hacer un picnic en honor al fin de semana. Nos acompañó hasta ese momento. Ni bien cayó la noche, llegó por ella ese alargado carro negro de siempre. Cada día era mucho más abierta conmigo. Me preguntaba qué mentiras le habría contado el erizo acerca de mí. De él se despidió dulcemente, plantándole un beso en la mejilla y abrazándolo. Recostado en el pasto, con mis manos debajo de mi cabeza, observaba la escena.

Finalmente se fue.

- Aún no puedo creer lo ridículo que eres. 

- Qué te digo. Así son las niñas cuando están enamoradas. - Dijo acercándose, sentándose frente a mí. - ¿Acaso tú nunca te has enamorado, Shadow?

- ¿Y de quién exactamente podría enamorarme? - Hice como él y me senté al instante, retando su mirada.

Era la pregunta del millón entre las chicas de Downhood, pero que él lo preguntara era sencillamente ridículo.

- No tienes que ser tan apático. - Él prefirió esquivar mi mirada, sin darle mayor importancia. Sostenía apenas una pequeña sonrisa en su rostro. - Cuando conozcas a la persona indicada, pagaré por ver eso.

Permanecimos de aquella manera durante un buen rato. E incluso cuando estaba acostumbrado a que existieran silencios prolongados entre nosotros dos, no pude contener mi curiosidad.

- ¿Y supongo que tú estás enamorado? 

- ¿Enamorado yo? - Por primera vez, mis palabras lo habían tomado por sorpresa. Fue la primera vez que titubeaba al darme una respuesta. Recuperando la calma, desvió la mirada. - Quiero decir, sí, es verdad que no puedo quitarle la mirada de encima y no me doy cuenta en qué momento ya vuelve a estar en mis pensamientos... - Alcé una ceja. No esperaba verlo de esa manera, tan de repente. - ... ¿Pero enamorado? - Regresó a verme al momento de hacer aquella pregunta, entretenido. - No sería la palabra que usaría.

- ¿Y cuál sería esa palabra?

- No lo sé. - Tranquilamente, vino a sentarse a un lado mío. Una vez acomodado, regresó la mirada hacia el frente, en dirección al cielo estrellado. - ¿Fascinado? ¿Admirado?

- ¿Obsesionado?

Rió al escucharme decirlo.

- Quizá. 

Nuevamente me recosté en el pasto. Abrí un ojo lo suficiente para poder ver al erizo, quien permanecía sentado, abrazando sus piernas y observando maravillado las estrellas.

- Supongo que también tendrás que conocer a la persona indicada. 

Por un momento, su sonrisa se había borrado. Lo miraba con curiosidad, estaba en verdad sumido en sus pensamientos. Pero cuando regresó a verme de súbito, pretendí permanecer con los ojos cerrados. Él sólo se sonrió y volvió a ver hacia el frente. No volvió a decir nada.

Estuvimos recostados en aquella colina durante un largo rato. Como era habitual, el erizo encendió el par de antorchas que se encontraban fuera de su hogar y volvió a incorporarse, esta vez dejándose caer contra el césped. El ruido de la ciudad no llegaba hasta este lugar. Éramos sólo nosotros, nuestra respiración y el intenso brillo de la luna llena.

No me pude quedar dormido. Abrí los ojos de súbito, regresando la mirada en un instante. El erizo me llevaba ventaja. Ya se encontraba de pie cuando aquellas pisadas insufriblemente ligeras comenzaban a hacerse notar desde la lejanía.

- Así que es aquí donde te has ocultado todo este tiempo...

Regresé a ver al erizo, incrédulo. Era éste el encuentro que esperaba en el peor de los escenarios. ¿Tuve razón de desconfiar en todo este tiempo? Pero él se mostraba muy nervioso, con su guardia en alto. ¿O es que acaso él era como yo?

Se podía distinguir la silueta de tres aves a la distancia. Se detuvieron frente a nosotros.

- ¿Nos recuerdas? 

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*02/04/2018

¡Hola! Lamento el retraso, me quedé sin internet en casa D: Continúa la publicación semanal, todos los lunes, sin interrupciones :3
Gracias por leer ^ - ^
¡Lindo día!

- Sam

lunes, 23 de abril de 2018

VIII


- ¡Ya te dije que no! - El erizo era insistente con sus extravagancias hasta el punto de abrumarte. - ¡No usaré ese atuendo tan ridículo!

- Por favor, Shadow. - Sonriendo con verdadera autenticidad, no dejaba de intentarlo, ocultándose tras esas desagradables prendas. - Apuesto a que alguien como tú lo haría lucir tan formidable.

- ¡Eso no me va a convencer! - Me había puesto rojo de coraje. ¡Pensar que podía hacer comentarios tan estúpidos...!

- Vaya, de verdad eres necio. Está bien, igual no es como que pensara que funcionaría. - Sin inconveniente alguno, fue al armario y sacó otro uniforme, esta vez uno como el suyo. - En fin, ¡seguramente éste también te hará lucir genial!

- ¡Dijiste que sólo tenías uno para hombre!

- ¡Bueno, bueno! Acabo de recordar que tenía otro. - Se excusó sin siquiera esmerarse en fingir que era cierto, o que al menos lo sentía.

Me dejé caer nuevamente contra el sofá, soltando una gran exhalación. Me esperaba un largo día y me había condenado a pasarlo con él.

¿Era tarde para cambiar de estrategia?

Crujió mi estómago de tan sólo recordar que habíamos salido sin desayunar. ¿Se atrevería de verdad a matarme de hambre? Veía al erizo con desagrado. Mantenía mi ritmo como si ello no representara problema alguno para él. No terminaba de entenderlo. Mientras él no me quitara la mirada de encima, yo no lo haría. Regresó a verme. No podía descifrar su verdadera naturaleza, siempre oculta detrás de aquella molesta sonrisa.

Atravesamos un enorme pasillo cuando finalmente llegamos. Había casi tanta gente y lujo como en la ciudad misma. ¿Esto en verdad era una escuela? Tampoco estaba del todo seguro de qué se suponía que ocurriría en las siguientes ocho horas. Mi tedio era más grande que mi curiosidad por el erizo.

Nos detuvimos al fin frente a un salón tras subir infinitas escaleras y recorrer interminables pasillos.

- ¡Oye! ¿Me estás escuchando?

- Por supuesto, su majestad. - Me crucé de brazos y me apoyé contra la pared, con una marcada mueca de disgusto en mi rostro. El erizo había estado hablándome desde que llegamos a la ciudad, pero no tenía ánimo de escuchar sus nimiedades.

- En serio siempre eres tan pesado. - Pero permanecía tan amigable como siempre. - Tú sólo sígueme el juego, ¿entendido?

Entramos y reinó el silencio. Había al menos veinte estudiantes dentro de aquel enorme aula, todos ellos sentados firmemente en sus asientos. Esos ojos curiosos estaban completamente destinados a mí.

- Sonic. Tarde otra vez. - Comentó una morsa hembra de gran tamaño con libro en mano, observando al erizo ya con poca sorpresa. Él se disculpó agachando la cabeza, un tanto avergonzado. La gorda aquella alzó una ceja mientras que algunos trataban de callar sus carcajadas. - No me dijeron nada de un rostro nuevo. Ya tendrá oportunidad de presentarse. Tomen asiento, por favor. - Continuó con su lectura pero la atención general estaba reservada para mí.

Y pensar que incluso en la gran ciudad seguía produciendo ese efecto sobre la gente... 

Tomé asiento una banca detrás del erizo. Para mi sorpresa, no pasó mucho tiempo antes de que el primer mocoso intentara entablar conversación conmigo. Algunos murmuraban, otros incluso se atrevieron a lanzarme bolas de papel. Abrí la primera con cierta curiosidad, lanzada por una chica que se ruborizó al ver que lo tomaba y, tras leer el ridículo mensaje, la rompí y lancé las demás al suelo.

No necesitaba sus estúpidos piropos.

Lo que más me extrañó fue que el único que evitara todo contacto conmigo, fuera el erizo. Pese a que era un alivio poder quitármelo de encima siquiera por un momento, me resultaba raro. Asomé con discreción al frente. No podía creer a este sujeto. No había notado que a su lado se encontraba aquella chica de la larga cabellera rosada del día anterior, a quien no le quitaba la mirada de encima. Ella ni siquiera le prestaba atención y él seguía suspirando. Di una fuerte patada contra el respaldo de su asiento cuando se tornó insoportable.

- ¿Por qué hiciste eso? - Susurró molesto.

- Pon atención, ¿no?

Pero en realidad no estaba molesto, pues al regresar a verme, su mirada obtuvo un semblante muy distinto. Verlo sonreír con aquella calma me desconcertó. Incluso, se disculpó conmigo antes de regresar la mirada a la pizarra. ¿En qué estaba pensando? Desvié la mirada.

Yo no iba a disculparme con él.

Continuaba de brazos cruzados, cada vez más impaciente. Ya nadie intentaba hablar con nadie y todos tomaban apunte en sus cuadernos, o seguramente sólo pretendían, como tanto me lo había advertido el erizo antes de venir. No los culpo. Intentaba prestar atención a lo que decía la profesora, pero sencillamente no me interesaba. ¿Era éste su secreto? ¿Venir a perder su tiempo todas las mañanas de esta manera? Puse mi mano sobre su hombro, pero antes de poder siquiera pronunciar palabra alguna, me di cuenta de que el erizo ya estaba completamente dormido. Me dio tanto coraje que estuve a punto de darle otra patada a su asiento y mandarlo a volar hasta el pizarrón. Es ahí donde tenían que estar sus ojos, maldita sea. ¡Y pensar que se esmeró tanto en arrastrarme a este absurdo...!

Al girar la cabeza, mis ojos se encontraron con aquella misteriosa chica rosada. Algo en ella me desconcertaba, pero no podía decir con certeza qué. Quizá era la manera con la que observaba atenta al erizo, una mirada que jamás antes había visto. Curiosos, sus ojos brillaban como los de un bebé. Sus pequeños labios que sonreían con suavidad denotaban fascinación. Se me revolvió el estómago de tan sólo pensarlo. ¿Acaso esos eran los famosos ojos de amor? ¡Y por ese erizo! Pobrecita. Tan sólo desviar la mirada, un par de miradas también lo hicieron. Estaba acostumbrado a que la gente me viera con temor, pero esas niñas comenzaban a hartarme.

Apoyé mi cabeza contra mi mano, girando entre mis dedos la única pluma que traía conmigo, pensativo. Desde que dejé Downhood, todas las miradas han sido muy distintas. Mi reputación variaba ante cada nueva persona. Era todavía más difícil descifrar una mirada libre de odio. Rompí la pluma entre mi puño. Lo era todavía más sí usaba esas molestas gafas oscuras.

Pero tan sólo recordar la mirada del erizo, sabía que había mejores maneras de ocultar sus intenciones.

De repente, otra bola de papel cayó sobre mi cabeza. No noté en qué momento me había quedado dormido. Ebrio de cansancio, leí la nota.

¿Aburrido?

Abrí los ojos poco a poco y vi al erizo apoyado contra mi pupitre. Su sonrisa volvía a ser la misma. Susurró algo y regresó la mirada al frente, juguetón. Confundido, el sonido estridente de una campana terminó de despertarme. Todos se levantaron de sus asientos y salieron disparados del salón.

- ¿Qué está sucediendo? ¿Acaso hay que evacuar?

- No, Shadow. - Se reía de tan sólo verme aturdido. - Es nuestro primer receso. Tenemos treinta minutos libres. Vamos por algo de comer y a estirarnos un rato, ¿sí?

Tomó de mi brazo y me obligó a seguirlo hasta un gran patio donde la cantidad de gente era inconcebible. La fila en la cafetería era enorme. Jalaba de mi brazo cada vez que intentaba abrirme paso al frente. Se reía cada vez que gruñía cuando hacía ese gesto tan molesto.

- No es correcto saltarse la fila, ya te lo explicaré luego.

Mascullando insultos, fui a sentarme en una banca lejos de todo ese murmullo. Me senté y esperé con impaciencia.

- ¡Oye, Shadow! - Después de una eternidad, finalmente volví a escuchar su voz. Traía consigo dos platos llenos de comida y un par de bebidas, las cuáles dejó a un lado mío, incorporándose nuevamente. -  Disculpen mis modales. Creo que es hora de que los presente formalmente.

No fue necesario. 

Lo acompañaba la misma chica a quien no dejaba de ver en clases. Ya no debería ser sorpresa, pero de igual manera me levanté de súbito cuando finalmente pude verla con tanta claridad.

- Ahora lo entiendo todo. Tú eres la chica que estaba con el erizo en el incidente del bosque. - Adelanté unos pasos mientras la señalaba, incrédulo, sin poder contener una maliciosa sonrisa de tan sólo recordar.

- Mucho gusto en conocerte, Shadow. Mi nombre es Amy, Amy Rose. - Retrocedió inconscientemente, sosteniendo una sonrisa intranquila.

De igual manera, me extendió su mano. No quería ser grosera. Acepté el gesto y tomé de ella. Era bastante inocente y todavía podías advertir que estaba nerviosa. No sabía si me agradaba o sencillamente me entretenía.

- Lindo nombre para una linda chica. - Al menos. Su voz era chillona, esperaba algo más dulce que sentara con su apariencia. En realidad, cuando no te veía con horror, se trataba de una chica en verdad hermosa.

- Sí, muy linda. - El erizo, quien se mostraba fastidiado desde el inicio, la tomó de los hombros, alzando una ceja.

Regresé a verlo, severo. ¿Era eso lo que le molestaba? Me acerqué a él sin pensarlo, pero de último momento me contuve.

- Quizá eres algo patético. - Cerré los ojos y llevé mis manos a los bolsillos de mi pantalón. - Mi más sincera admiración, Amy Rose. Eres tú quien debe soportar a este idiota todos los días.

Nuestras miradas se enfrentaron. Una tensión espantosa se creó en aquel momento entre el erizo y yo.

La chica tomó asiento y nos acompañó mientras comíamos. O mejor dicho, era yo quien los estaba acompañando a ellos. Mientras platicaban y reían, yo no hacía más que devorar mi comida.

- ¿Te gusta el fútbol americano, Shadow? - La chica veía en mi dirección. Yo realmente no estaba prestando atención a los sujetos que jugaban al fondo del patio.

- No lo sé. Nunca lo había intentado, pero seguramente lo juego mucho mejor que todos esos perdedores.

Ambos me miraron con alarma, haciendo gestos como locos porque me callara. Un par de jugadores regresaron a verme con mala cara. Al comprender la situación, sencillamente sonreí y regresé a dar los últimos bocados.

- Déjame adivinar; podrías ganarles tú sólo con los ojos vendados. - El erizo se cruzó de brazos e hizo el comentario al aire libre, retándome.

- Hoy estás más insoportable que de costumbre. ¿Cuál es tu problema?

De verdad existía una tensión entre ambos el día de hoy, sin poder explicarme porqué. Ambos nos habíamos levantado, nuestras miradas se confrontaron cuando de repente un balón impactó bruscamente contra mi pecho. Un par de voces gruñeron al verme tomarlo sin inmutarme, apenas observándolo con curiosidad.

- Veamos qué tan bueno eres, chico rudo. - Un tigre de bengala de grandes músculos me miraba con ira mientras se echaba a correr nuevamente al centro del campo. Todos los jugadores habían tomado sus posiciones, dejando un espacio claramente para mí.

- Shadow, no deberías de hacer amistad con esos chicos, mucho menos enemistad... - Susurró auténticamente preocupada.

- Te sorprendería saber cuántos enemigos tengo. - Respondí desinteresado, dirigiéndome al centro del campo con el balón en manos. - No notaría si incrementara mi lista.

Ambos me observaban incrédulos. El erizo se dio una palmada contra su frente.

Era una excelente excusa para alejarme de ese sujeto.

- ¿Conoces las reglas, enano? - Con una mirada asesina, un tigre anaranjado me arrebató el balón de las manos.

- Sé que no está permitido matar a mis contrincantes. Puedo ganar con eso. - O al menos esa era la regla de oro de la ciudad, según me dijo el erizo antes de que llegáramos. Ya me las ingeniaría para vencer.

Comenzó el juego y todos, incluyendo mi propio equipo, buscaban una oportunidad para derrumbarme. No me molestaba en lo absoluto. La confianza que transmitía mi sonrisa era capaz de hacer enfurecer a los mismísimos dioses.

- Sonic, ¿qué está pasando? ¿En serio el fútbol americano tiene que ser tan violento?

- Por supuesto que no. Tú espérame aquí. Iré a ayudarlo.

El disgusto tras escuchar sus palabras fue tal que le dio la oportunidad a un gigantón de aplastarme. Riendo, se quitó de encima, quitándome el balón y regresando a la posición inicial de juego. 

- ¿Qué demonios crees que haces, erizo? - Seguía en el suelo, no tenía ánimo de levantarme con las nuevas reglas.

- Sí, ¿qué demonios crees que haces pisando mi territorio, eh, Sonic?

Interrumpió un sujeto tomándolo de la playera y acercándoselo al rostro, molesto. Bueno, sé que no era el único al que podía desagradarle el erizo, pero a diferencia de mí, aquel equidna rojo de baja estatura parecía guardarle una especie de rencor.

- ¿Tienes algún problema con que juegue? - Su sonrisa volvía a ser distinta. Era odiosa, pero me agradaba.

- Lárgate a jugar con las porristas, nadie te quiere en su equipo. - Dio media vuelta, pero frenó al momento que interrumpí.

- Yo lo quiero en mi equipo. - Coloqué mi mano sobre el hombro del erizo. - Quiero ver cómo te humilla. 

- ¡Qué dijiste, gusano! - Pero no protestó más al notar en mi sonrisa lo divertido que me resultaba. - Cómo sea. Puedes jugar en su equipo, sólo porque me lo pide tu novio. - Finalmente se largó a su posición. 

- Ya te arrepentirás, imbécil. - Me coloqué igualmente en posición, regresándole la mirada al erizo, harto. - Ahora, será mejor que me demuestres de una buena vez que esto vale la pena, inútil.

- ¿Inútil? Oye, no puedes ganar sólo corriendo de un lado a otro con el balón. Al menos yo sé las reglas. Recuerda, tú sólo sígueme el juego.

Tan molesta como me resultara su risa, ignoré sus palabras y reanudamos el partido. Me llamaba la atención aquel tomatito andante, pues tenía una habilidad digna de reconocer. Él tenía que ser el líder del equipo contrario.

Lástima que no era gran cosa contra mí.

Tenía razón. Este juego era más sencillo de lo que pensaba. Comenzó la paliza. En cuestión de segundos, una multitud impresionante se había reunido a ver el partido. Todos gritaban eufóricos, la pasión que recibía nuestro equipo resultaba hasta ridícula. Aunque, en realidad, tuve muy poca participación en un principio. Ese erizo era en verdad increíble, si tan sólo para perseguir un balón. No estaba jugando ni la mitad en serio, sencillamente se divertía. Tal vez tendría que encontrarle un reto todavía más formidable. Éste era mi deporte favorito y creo que lo compartíamos; humillar a los demás. No podían contra nosotros.

Empezó una cuenta regresiva y el juego terminó cuando sonó la campana. Aclamaban nuestros nombres y de un grito nos nombraron campeones. El erizo mandaba saludos a todos, alegre, y yo sencillamente fui a su lado, una vez más aburrido. Para mi sorpresa, mis contrincantes se acercaron para felicitarme por un buen juego. Incluso, se mostraban bastante amigables conmigo. ¿A dónde se había ido todo ese odio? 

Al poco tiempo, ya todos se habían marchado a sus clases salvo nosotros y unos cuántos pocos más. El mismo gordo trajeado del día anterior se había acercado a nosotros para invitarnos personalmente a formar parte del equipo de fútbol americano. Todos se mostraban muy respetuosos ante él, y cómo no, se trataba del mismísimo rector de este colegio. Tenía que ser él quien permitió mi estadía gratuita aquí, pues no dejaba de darme la más cordial bienvenida. El erizo pretendía con magistral habilidad considerar su invitación, pues se fue sumamente satisfecho. Era claro que a él no le interesaban esas cosas. Puede que fuera extraño, pero quizá no era tan idiota después de todo.

Se escuchó un rugido desde la lejanía. El erizo interceptó el puño del equidna, que en realidad había estado destinado para mí.

-  Es sólo un juego, por amor de Dios. No pienso unirme a tu equipo. No soportaría tener que verte todas las tardes, Knuckles.

- No creas que eres la gran cosa sólo porque el rector lo cree así. Algún día te expondré como el bufón que en verdad eres. - Añadió lanzando otro puñetazo, el cuál nuevamente volvió a interceptar. Detenía ambas manos. 

- ¿Te importaría controlar tu maldita ira, Knuckles? 

- ¡No te tengo miedo, Sonic! 

Tan sólo tomar a la chica de la mano, la tensión se desvió hacia mí.

- No tengo ánimo de ver algo tan patético. Te veo en el aula.

Pese a la confusión general, nadie nos siguió. No fue hasta que llegamos al abandonado pasillo frente a nuestra siguiente clase que la solté.

- Gracias, Shadow, pero no era necesario que hicieras todo esto. Lamentablemente, ya sé cómo puede llegar a ser Knuckles.

- Gracias a ti por darme la excusa perfecta para alejarme de esos dos dolores de cabeza.

Sin embargo, insistía en verme con esa carita de confusión. Sonreí con ironía de tan sólo pensar en lo acostumbrada que debía estar a que todo el mundo estuviera enamorado de ella.

- Tranquila, sólo quería fastidiarlos un poco. Lamento que fuera de una manera tan despreciable.

- No puedo creer que siga comportándose de esa manera... - Soltó un suspiro. Se mostraba en verdad desanimada de tan sólo pensarlo. - ¿Sonic estará bien enfrentándose a alguien como él? No sabes lo terrible que ha sido estos últimos meses. No quiero entrar en detalles con respecto a lo que haya sucedido entre Knuckles y yo en el pasado, pero no sabría qué hacer si llegara a vencer...

- Oye, no eres un objeto. ¿Acaso no tienes voz en todo este asunto? - Desvié la mirada con disgusto. ¿Por qué me estaba diciendo todo esto? - Ese erizo podría matarlo si quisiera. Yo que sé, tú lo conoces más que yo, ¿no?

Ella se quedó parada ahí un rato más, embobada y pensativa por su príncipe azul. Me fui de ahí. Y pensar que el aula podía ser menos tedioso, ¡qué ridículo! Todo era tan absurdo. Todo en esta ciudad lo era.

¿Cuándo podría irme de aquí?

Cinco clases y un receso más era la respuesta. No tenía sueño pero quedarme dormido había sido la mejor estrategia para saltarme esta tortura de día. Cuando finalmente volví a abrir los ojos, apenas llegaba un nuevo profesor. Se tomó su tiempo para escribir signos y números en la pizarra.

Claro que el erizo continuaba mirando a su costado tan embobado como siempre. Al verla ruborizarse, le mandó un pequeño saludo con la mano y le dedicó una suave sonrisa.

- Entonces, ¿cuándo se van a casar ustedes dos? - Volví a patear ese respaldo, llamando su atención.

- Eres todo un cómico. - Respondió con una sonrisa sarcástica. - ¿Acaso estás celoso porque ni con todas esas siestas puedes ser tan bello como Amy?

- "Tan." - Continué a la burla, jugando con mis púas. – Vaya, no sabía que bateabas con la zurda. Tampoco me sorprende.

- Alguien está celoso. - Dijo a manera de canto y ese imbécil se me abalanzó encima, rodeándome con sus brazos sin piedad alguna. 

-¡Qué crees que haces! ¡Quítate de encima! - Hacía un escándalo pero no me dejaba en paz.

- Shadow está celoso aunque él sea mi favorito. - ¡Continuaba coreando una y otra y otra vez!

La confianza que se tomaba conmigo era irritante. Se divertía con autenticidad. ¡Cómo se atrevía a tratarme de esa manera, sabiendo quién era yo...! No me soltó hasta que el profesor finalmente empezó a explicar su tema. 

Sería la única clase a la que prestara atención, y pese a haber durado dos horas, no pasó tan mal. Su explicación era realmente sencilla y la actividad que dejó era pan comido. Y se lo demostraría al erizo. 

- Entonces... A ver, sí está multiplicando y es negativo, entonces... No sé.

- ¡Oye, erizo! - Estrellé la hoja de ejercicios contra su pupitre. Sonreía con burla mientras presumía la firma del profesor y una nota perfecta.

- Felicidades, Shadow. - Pero no prestaba atención, o al menos intentaba no hacerlo.

- Mira, incluso me dibujó una carita feliz. ¿Te han puesto alguna vez una carita feliz?

- ¡Shadow! ¡Cállate! ¡Me desconcentras! - Llevó sus manos sobre su destruido cráneo, realmente histérico. Era la reacción que estaba esperando. 

Volví a mi asiento y, sólo para vengarme por todas las malas bromas que me había jugado en el día, no dejaba de mecer su silla con mi pie. Enloqueció a tal punto que prefirió entregar su ejercicio así como estaba, regresando con un triste seis sobre diez.

- Es definitivo, ¡odio graficar!

- Ni siquiera te pedía eso…

Emerald Institute, cero; Universidad de la Vida, uno.

Finalmente había terminado el día y pude salir de ahí. La chica rosada nos acompañó hasta la salida y luego de intercambiar unas palabras con el erizo, se despidió de nosotros, un tanto apresurada. Antes de subirse a ese vehículo del futuro, se despidió del erizo con un beso en la mejilla y un breve, pero cariñoso, abrazo. El erizo se llevó su mano a su mejilla, incrédulo. Quise hacer caso omiso de toda esa situación, pero no pude soportar ni un minuto de verlo en ese trance que no pude contenerme. Me planté frente a él.

- Qué ridículo eres. ¿Quién es esa chica y por qué tienes que actuar tan insoportable frente a ella?

- ¿Qué? ¿No la escuchaste? Es Amy Rose. - Se reía con burla, simpático.

- Sabes a qué me refiero. Realmente le gustas a esa chica.

- ¿Qué dices? No. Ella sólo está intentándolo. Es normal. Después de todo, eso se supone que es lo que hacen los novios, ¿no?

- ¡Eh! ¡Ustedes dos son novios! - Retrocedí inconscientemente. Ahora todo tenía sentido.

- Bueno, apenas llevamos un par de días de noviazgo. Un cierto cadáver en el bosque arruinó nuestra primera cita. - Sonrió mirándome con burla. Sencillamente se reía.

- No necesitas que yo lo arruine para que se dé cuenta de lo molesto que eres.

- Pero no hablemos de eso, Shadow.

Desvió la mirada. Incluso cuando su mano continuaba contra su mejilla, él no volvió a decir nada más del asunto. Estaba realmente sumido en sus pensamientos pero no es como que estuviera que explotaba en felicidad. En fin, ese no era mi asunto y me quité del medio de tan sólo pensar en lo ridículo que era esto.

Había estado caminando unos pasos frente a mí, todavía absorto en sus pensamientos. De repente se detuvo, regresándome a ver con una sonrisa renovada.

- Gracias por acompañarme.

Esquivé su mirada y continué caminando, pasando a un lado de él.

- No pienso volver mañana.

Pero me detuvo del hombro, sonriendo a la par que soltaba una pequeña carcajada.

- Sé lo tedioso que puede ser. Es por eso que tienes seguir viniendo conmigo. - Quedé de frente hacia él, observándolo al rostro. Tenía oportunidad de ver esos malditos ojos una vez más con claridad. Sus preocupaciones eran sumamente comunes para tratarse de un fenómeno como él. Puso ambas manos contra mis hombros, desconcertándome todavía más.

Él siempre encontraba todo divertido.

- Tenemos toda la tarde para nosotros en este laberinto. Vamos por algo de comer.

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*15/04/2018
- Sam