lunes, 14 de mayo de 2018

XI


Permanecí todo este rato parado frente a la ventana, mis manos detrás de mi espalda, observando el lugar en el que momentos atrás nos habíamos enfrentado a aquellas malditas aves. Mi pie, impaciente, era incontrolable y no podía hacer más que recordar el evento, airado.

Me sentía responsable de su estupidez.

No fue hasta bien entrada la madrugada que finalmente despertó. Lo hizo de manera exaltada, escandaloso. Se detuvo unos instantes a observar sus guantes, todavía embarrados de sangre, a la par que hacía memoria. Maldiciendo, comenzó a pegar contra la cama, rabioso.

No se tranquilizó hasta que sintió mi mano contra su pecho. Con una voz casi inaudible, pudo apenas decir mi nombre. Había logrado apaciguar ese acaloramiento sin pronunciar palabra alguna.

Me senté al borde de la cama, cerca de él. Finalmente podía ver aquellos ojos verdes que por tanto tiempo me habían inquietado. Llevé mi mano contra su rostro. El erizo hizo el gesto inconsciente de girar la cabeza, nervioso, pero no por ello impidió que fuera removiendo su pelaje de poco en poco con mis dedos conforme lo examinaba. Había limpiado ya la sangre pero renegaba de tan sólo ver su frente rota.

Nuestras miradas volvieron a encontrarse. Admito que todavía veía con desconfianza el brillo tan inusual en aquellos ojos. Ya entendía que todo en él era inusual. También me observaba de la misma manera. Sonreí con desagrado.

- Tranquilo. No soy uno de ellos. - Llevé mi mano contra su barbilla, alzándola para ver su rostro con mayor claridad, pero logré todo menos tranquilizarlo. - Nunca había visto unos ojos como los tuyos, y para ser justos, tu piel es bastante pálida. - Retiré mi mano con desprecio. - Al menos ya sé que tú tampoco eres uno de ellos.

Poco a poco, comenzó a soltar una leve carcajada, dirigiendo su mirada al techo, si acaso entretenido por lo ridículo del origen de nuestra desconfianza.

- Me alegra que estés bien. - Dejó el espacio en el que se encontraba para sentarse a un lado mío. Me veía con aquella sonrisa tan suave y sus ojos volvían a estar sobre mí, curiosos. Había recuperado su semblante habitual en cosa de nada. - Me pregunto porqué insisto en preocuparme por ti de esa manera.

Sin más, finalmente contó su versión de la historia. Dijo que conoció a esos sujetos hace poco más de dos meses, el día en que llegó a la ciudad. Detalló todo el incidente en su colegio, haciendo énfasis en las cualidades tan inconcebibles del enemigo. Él reconocía que su muerte debía ser un hecho indiscutible. ¿Así que él ya conocía el famoso ataque de la destrucción? Intenté permanecer inmutable conforme hablaba, pero sentía el sudor resbalarse por mis sienes. Cómo era posible... Hubiera hecho más sentido si él fuera uno de ellos.

Y pensar que bastó uno de esos para acabar conmigo...

- Lo que quiere decir que corriste con suerte. En otras circunstancias, no hubieran dudado en matarte.

- Shadow. - Llegó el momento en que finalmente se atrevió a retar mi mirada. En sus ojos, existía una viva incertidumbre y yo ya no podría seguir ignorándolo. - ¿Por fin me dirás qué es aquello en lo que estás involucrado?

- Es complicado... - Ya no quería seguir sumando gente a este caótico evento. Intentaba hablar, pero lo único que lograba era soltar suspiro tras suspiro. Una semana se había sentido como una eternidad en la que ya no pensaba en mi vida en Downhood, ni en mi vida como un peón. Y ahora, todo se atropellaba en mi mente de manera tan abrupta, manifestándose tan real como siempre lo había sido. El erizo me veía incrédulo. No podía dar crédito a mi explicación. - Si puedes aceptar que su fuerza es extraordinaria, tendrás que aceptar que su naturaleza es igual de sobrenatural. Esos sujetos murieron hace miles de años. Es la gente de un vieja civilización, el imperio más grande de su tiempo, sentada en la mismísima ciudad de las joyas. - Mi mirada era severa. Me enfermaba pensar en esas molestas criaturas. - Y así como ellos, hay otros cientos más, miles. Conforme hablamos, cada vez son más de ellos los que regresan a la vida.

- No... no te entiendo...

- De alguna manera, toda esa gente está resucitando. - Agaché la mirada, hartándome de esto. - Lo siento, sencillamente no estoy seguro de por qué está sucediendo esto. No entiendo cómo lograron pasar de su mundo al nuestro ni mucho menos cuál fue el motivo. Sólo sé que son absurdamente violentos.

Al verme de esa manera, el erizo no tuvo de otra más que aceptar mi insólita, pero verídica, explicación.

- ¿Tratas de decirme que existen sujetos todavía más poderosos que esas aves?

- Está el dictador de aquella sociedad reprimida; Hamadi. - Sentí un vuelco en el corazón de tan sólo pronunciar ese nombre. - Llegó a ese puesto tras matar al rey. Su gobierno no estuvo basado en más que en puño de hierro. Se trataba de un guerrero prodigioso, pero también era un sádico inigualable. Lo único que me hace sentido es que esté buscando una oportunidad para recuperar su gloria en este mundo, pero eso no explica cómo logró regresar. - Ni mucho menos cómo podría regresarlo. Nuevamente me encontraba suspirando. - La buena noticia es que esas aves eran quienes conformaban su élite de defensa personal; Myrtah, Nerea y Ozane.

- ¿Cómo son esas buenas noticias?

- Piénsalo; no debería de haber contrincantes más poderosos que ellos. - Me levanté de ahí, alejándome del erizo, mis brazos cruzados y dándole la espalda. - La mala noticia es que, mientras tengan esa habilidad para canalizar su energía, confrontar a los demás espíritus no será más sencillo. Por la naturaleza de la metrópoli, corrupta y dividida, la gran mayoría de ellos no eran más que bandidos. O sea que ya eran expertos en el arte de matar antes de siquiera contar con fuerzas sobrenaturales. - Luego de un silencio desesperanzado por parte del erizo, regresé a verlo con malicia, sin poder contenerme de sonreír. - ¿Quieres saber porqué ellos no te mataron?

Intentaba mostrarse seguro, pero al escucharme pronunciar aquello, tragó saliva.

- Escúchame bien. ¿Sentiste cómo sin importar cuán pesados fueran tus golpes, parecían ser mucho más ligeros que de costumbre? - Luego de pensarlo, asintió con desagrado. - Bueno, eso es porque ellos no pueden permanecer del todo en este mundo. Ellos apenas y tienen un cuerpo, si acaso todavía no crees que te estoy hablando de fantasmas. - Me recargué de espaldas contra la pared, haciendo memoria con disgusto, de brazos cruzados.

- Eso explica su palidez tan enfermiza...

- Tengo la teoría de que, entre más tiempo pasan en esta tierra, más vuelven a ser parte de ella. La razón por la cuál ellos no te mataron en aquella primera ocasión fue porque no pueden permanecer mucho tiempo en este lado. Hace sentido si dices que tu encuentro sucedió a mediados de enero. Ellos hicieron su primera aparición hace tres meses aproximadamente, por lo cuál no muchos de ellos podían permanecer del todo libres en este mundo. No sabían cómo hacerlo. La luz del sol actúa sobre ellos de tal manera que no tienen más opción que ir a refugiarse. Quizá porque se trata de una excelente fuente de vida. O eso me imagino yo.

- ¿Y en dónde se refugian?

- Es lo que no sé.

Hubo un silencio prologando. No paraba de recordar tantos escenarios y regresar al origen del problema era sencillamente desesperante. Me recordaba cuáles eran los términos y condiciones bajo los que estaba sujeto. No era ni la mitad de la historia, pero eso él no tenía por qué saberlo. Escuchar su voz finalmente me sacó de mis pensamientos.

- ... Pero si lo averiguáramos, seguramente podríamos ponerle final a este asunto.

- Quizá... - Dejé salir una profunda exhalación. Después de varios segundos, sin atreverme a regresar la mirada, tuve que añadir. - Lamento que estés involucrado en esto. Es una historia de chiflados.

- Siendo honestos, tú has sido lo más extraordinario de todo este asunto. No esperaba menos. - Se había acercado en mi dirección, llevando sus manos contra su cintura y agachándose de tal manera que pudiera dar con mi rostro. Tenía una gran sonrisa. - No necesitas de ese poder maldito para ser peligroso. Después de todo, derribaste a aquel tucán de un sólo golpe.

Desvié la mirada para no tener que aguantar esa sonrisa. Me incomodaba que se expresara así de mi persona. Él sencillamente rió, entretenido, antes de volver a incorporarse.

- Qué giro tan inesperado. De no ser por ti, estaría muerto. - Mientras el erizo continuaba balbuceando estupideces, yo me encontraba meditando cuál sería la mejor vía a seguir ahora. - ¡Rayos! Y pensar que sería esa la oportunidad que estaba buscando para verte en acción.

- Escucha. - Lo callé de súbito, irritado. - Ésta es una carrera. Hay alguien más que quiere poner sus manos encima de uno de ellos. No sé por qué o con qué fin, pero sé que si lo permitimos, será el peor escenario posible. - Gruñía de tan pensar en ello. - La verdad es que no tengo idea de cómo encontrarlos. Jewel City es un blanco perfecto, si dices que esas malditas aves llegaron ahí como su primer destino. Si nos fuéramos, quedaría bajo gran peligro, así que no tenemos de otra más que esperar a que ellos vengan a nosotros.

- ¿Pero no dices que hay muchos más libres por el mundo? ¿No matarán a más gente mientras esperamos?

- ¿Has escuchado un escándalo? Ellos todavía son muy débiles como para que algo así esté sucediendo. - Mentí. No quería jugar al héroe. Mi motivo era otro; ver colapsar todos los esfuerzos del profesor Eggman y nada más. - Además, sería una pérdida de tiempo interceptar a cualquiera. Muchos de ellos son apenas civiles y seguramente están tan confundidos como nosotros con respecto al asunto. Esos tres son los que nos importan, especialmente el más grande de ellos, Ozane. Si logramos hacerlo nuestro prisionero, nos ayudará sí o sí. - Regresé a verlo con una sonrisa pícara. - En fin que él también daría lo que fuera por dar con Hamadi.

No podía evitar reír, incluso con cierta euforia, de tan sólo pensar que la vida se resolvía frente a mis ojos sin esfuerzo alguno. Y pensar que contaba con la ayuda de un aliado tan servicial y poderoso.

- Shadow, ¿acaso te enfrentaste a uno de ellos en el bosque?

Callé al momento de escucharlo decir eso. El erizo se encontraba cabizbajo. Me acerqué a él y puse mis manos sobre sus hombros, mirándolo de frente, obligándolo a alzar la mirada.

No tenía tiempo para estupideces.

- Si quieres serme útil, será mejor que descanses. - Me fui de ahí.

Si las cosas marchaban bien, no sería algo que necesite saber el erizo.

Lamentablemente, no sanaba tan rápido como yo lo haría. Pasó todo el día siguiente en cama, exhausto, e incluso las actividades más rutinarias le resultaban dificultosas. De igual manera insistió en que continuáramos yendo a la escuela, argumentando que era un lugar certero para nuestro reencuentro con esas almas en pena. En fin que también continuaba siendo ese mi plan. En ningún momento mencioné que ellos podían rastrearme. No quería darle motivo al erizo para sobre pensar las cosas. De todas maneras, eso no garantizaba nada y seguramente Hamadi ya habría aprendido de su error. No se dejaría cazar tan fácilmente.

Ya en la ciudad, el erizo era un amo para disimular. Nadie nunca preguntó nada, porque realmente parecía que no había sucedido nada.

Pero de regreso a su casa aquella tarde, se dejó caer de rodillas en plena subida. Estaba completamente agotado y no paraba de jadear con angustia.

- Admito que incluso a mí me engañaste... - Dije hincándome frente a él, dándole la espalda.

- Shadow, por favor...

- No te agobies por recuperarte, todavía hay tiempo. - El erizo no protestó más, o quizá fue que sencillamente ya no podía hacerlo. Estaba tan fatigado que se quedó dormido al instante. - E incluso en el evento de que regresaran antes, yo estaré aquí para enfrentarlos.

Solté un suspiro lastimero. Incluso si no se hubiera descuidado, él sabía que esa hubiera sido una pelea perdida. Él cree que tuvo suerte de que yo estuviera ahí.

Tal vez sólo no quería que él supiera que ellos estarían donde yo esté.

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*03/05/2018
- Sam

lunes, 7 de mayo de 2018

X


Así que después de todo era cierto. Esta corazonada no había sido una exageración mía. Él seguía aquí. Aquella aura tan pútrida en la lejanía era inconfundible. Actuaba como veneno sobre mi alma. Y era quizá tan tóxica que ni siquiera él pudo ocultarse más, si acaso fuera por tan sólo un segundo. 

Tres sombras se acercaban. Adquirían corporeidad a cada paso que daban. El ruido que producían sus joyas era distintivo de ellos, al igual que la enfermiza tonalidad de sus cuerpos, tan pálida, casi etérea.

Y cómo olvidar aquellos ojos rojizos como el mismísimo infierno del que venían.

El gran tucán sostenía una detestable sonrisa. Sujetaba a ambas urracas, una en cada brazo, quienes portaban la misma expresión nefasta en sus rostros.

No cabía duda. Se trataba de él.

Miraba a mi alrededor con discreción. Comenzaba a sentir la adrenalina recorrer todo mi cuerpo. No había ya rastro alguno de sol. Y de no ser por las antorchas que permanecían encendidas, la oscuridad sería absoluta.

Tragué saliva. ¿Qué hacían ellos aquí?

- ¿Ocultándome? - Adelantó un paso, imprudente. - ¿No fueron ustedes quienes se fueron sin siquiera despedirse?

- ¿Acaso tú los conoces? - Regresé a ver al erizo, estupefacto, pero no pude dar un paso más. Me cortó el paso colocando su mano frente a mí. Algo en él era distinto. Esos ojos brillaban con determinación.

- Es una larga historia. No podría explicarlo, pero estos sujetos son algo fuera de lo ordinario. Me temo que ni siquiera tú serías rival para ellos, Shadow. - La exasperación en su rostro era real. Sus puños comenzaban a temblar. Incluso así, regresó a verme con aquella sonrisa que siempre tenía al disculparse. - No quería creer que fuera real.

- No perdamos más tiempo. - Una de ellas, la de la larga cabellera oscura, dijo con tedio, llevándose una mano contra su cintura. - Terminemos con esto y sigamos buscando.

- ¿Tenemos prisa? - Su manía por la sangre tenía que ser verdadera, juzgando por la mirada desorbitada con la que nos observaba aquella otra chica de pelo corto.

- Estoy cabreado. No puedo creer que me haya equivocado. - Empezó a caminar en esta dirección el más grande de ellos, tronándose los dedos de sus puños. - Tendré que desahogar mi decepción contigo. No estoy de buen humor como en aquella vez. Me aseguraré de matarte.

- No volveré a caer en sus trucos. - Asumió posición de combate. Tenía una defensa formidable. Volvía a sonreír, seguro de sí mismo. - Quiero verte intentarlo.

Embistió al erizo. Tenían que ser los golpes más pesados que haya presenciado desde mi accidente en Downhood. El erizo bloqueaba todos y cada uno de ellos, pero el impacto comenzaba a debilitar sus brazos. Aumentada la rabia de su oponente, esquivar se volvió una opción y ahora era él quien golpeaba. Acertó un derechazo, un golpe contra su barbilla y, de una patada en el estómago, mandó a volar al tucán colina abajo.

Simultáneamente, comenzaba otro asalto. Ambas chicas se abalanzaron sobre mí. Lo que no tenían en fuerza, lo tenían en velocidad. No podían acertar ni un sólo golpe, pero no veía la manera de contraatacar.

Tan enigmático como ellos lo hacían, de un momento a otro el erizo ya se encontraba frente a mí. Interceptó el puño de una de ellas, acertando un rodillazo en el estómago de la otra. Tomó del brazo de la primera y la arrojó contra la segunda con una fuerza indescriptible, destruyendo el tronco de un árbol en la lejanía.

No podía creer lo que veía. No podía creer el carácter tan brutal de este combate. Recordaba nuestro encuentro en el bosque y él definitivamente no peleó de esta manera. Su semblante era irreconocible. Me daba coraje de tan sólo recordar las palabras de ese idiota.

No te quiero hacer daño.

El erizo necesitaba recuperar aire pero no por eso se mostraba agotado. Su velocidad era inconcebible. Había dejado a los tres en el suelo en cuestión de nada y ni siquiera había considerado mi ayuda.

Fue su estupidez lo que le costó el combate.

- ¡Idiota! ¡Nunca pierdas de vista al enemigo!

Dejó de verme con aquella sonrisa y gesto triunfante, pero no tuvo tiempo para reaccionar. Apenas regresó la mirada, el gran tucán ya había sujetado firmemente de su cabeza. Impactó un potente rodillazo contra su rostro. Cerraba mis puños con suma violencia, rechinando los dientes. No podía creer lo que había hecho. El erizo jadeaba al punto de desmayarse, completamente bañado en sangre. El tucán se regocijaba por su hazaña, alzando al erizo como trofeo y deleitándose con la vista, maniático. Apenas pudo regresar a verme. Tenía una cara de tremendo estúpido.

No esperaba que me abalanzara contra él.

Bastó un cabezazo para que se desplomara el pobre idiota. Soltó al erizo, a quien atrapé antes de que cayera contra el suelo. Un hilo de sangre descendía por mi rostro. Hincado, observé al erizo con detenimiento. Respiraba con dificultad y había perdido mucha sangre, pero todavía no se había desmayado. Con suma dificultad, apenas entreabrió los ojos para dar contra los míos. No podía creer que incluso así se permitiera aquella mirada, si acaso sólo para disculparse...

- Eres un entrometido. ¡Cómo te atreves...!

Bastó una mirada para paralizarlo. Golpeó en lo más profundo de su ser y no podía dejar de balbucear como el idiota que era. Mis ojos hervían de rabia de tan sólo verlo de esa manera tan repugnante, tan patética.

- ¡Tú! ¡Tú eres...! - Apenas podía levantarse, apoyándose de ambas urracas. Él ya no podía pelear. - ¡De ti proviene toda ese energía que nos guió hasta aquí! ¡Por qué!

- ¡Lárgate de aquí, Ozane!

- ¿Tú sabes quién soy yo? - Se dejó caer de rodillas, incrédulo. - Ya veo... - De repente, todo ese frenesí y esa confusión se desvanecieron para dar lugar a una sonrisa enfermiza. - Nerea, Myrtah, nos vamos de aquí.

Perplejas, protestaron.

- ¡No me oyeron! ¡Dije que nos vamos!

Dedicándome una última mirada que sentenciaba nuestra enemistad, se desvanecieron con el viento. Sólo quedaba el eco de su gran risotada y el recuerdo de su endemoniada sonrisa lunática antes de desaparecer.

Me dejé caer de rodillas, soltando un gran suspiro y dejando de aferrar al erizo contra mi pecho. Recordándolo, agaché la mirada. Se había negado a cerrar los ojos en todo este momento.

- Nada te puede apagar esa molesta sonrisa, ¿verdad? - Pero ya sabía que su respuesta siempre sería una risa, aunque esta vez fuera apenas una exhalación.

No pude evitar imitar su gesto.

-  Calcularon mal. Ellos no sabían que yo no podría contra ellos.

- No digas eso... - Dijo apenas en un susurro.

Cerré los ojos y dejé salir un suspiro. No hubiera sido problema alguno vencerlos si no se hubiera descuidado de esa manera y no se hubiera vuelto un estorbo. ¿Qué hubiera sucedido si liberaban el poder de la destrucción?

Permanecimos de esa manera durante un largo rato. La oscuridad reinaba y la noche era cada vez más solitaria, silenciosa.

Maldecía.

La esperanza de Ozane había sido renovada. ¿Cómo es posible que me rastreara? Al parecer, también despedía la repugnante esencia de esos seres y ni siquiera él podía ocultarlo. Pero yo no podía sentirlos. Eso hubiera hecho las cosas mucho más sencillas desde el principio. Regresé la mirada al erizo. Había sido un malentendido todo este tiempo.

Siempre he sido yo el imán que los atrae.

Para mi alivio, el erizo finalmente se había desmayado.

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*06/04/2015
- Sam