sábado, 21 de diciembre de 2013

XVI


Sentado sobre una apestosa pila de cajas viejas, no hacía más que girar una cadena con mi dedo. Encontré este refugio casi al instante. Mis inquilinos no eran más que un anciano senil y sus tres molestos nietos. No sabía que todavía quedaban de esas familias que no podían hacer más que esperar pacientemente a la muerte. Una mueca de disgusto se marcaba cada vez en mi rostro. No era difícil advertir que mi protección no era el servicio que ellos buscaban. Pero, por alguna razón, me sentía comprometido a mi promesa de no volver a ejercerme como verdugo. Reflexioné tarde que no debí haber ahuyentado a ese estúpido espíritu cuando encontró este escondite. Quizá nos hubiera hecho el favor a todos. Rompí la cadena entre mi puño.

Ya no esperaría de brazos cruzado a la muerte.

Ese viejo todavía tenía la suficiente amabilidad y capacidad mental para indicarme el camino a Jewel City. Tan sólo recordar ese nombre me trajo recuerdos amargos. Fue fácil conseguir una nueva chamarra antes de partir, y cómo no, era lo único que abundaba en Downhood por culpa de ese maldito frío eterno.

Apenas se ocultaba el sol, el verdadero espectáculo comenzaba. Era cuando la ciudad de las joyas brillaba con más intensidad que en el día, cuando el tráfico se volvía la mayor atracción y el ruido del gentío era la música del lugar. Maldita rutina. Si es cierto que Downhood alguna vez fue así, entonces me alegra que la destruyeran. 

Y pensar que estaba tan próximo a sucederle lo mismo a Jewel City. 

Aunque me invadía un malestar insufrible, no tenía ánimo de correr ni prisa por llegar. De todas maneras, necesitaría contar con toda mi energía para dar el golpe final. 

Me maldecía por haberme detenido en este lugar. Parecía un bosque a estas horas de la noche y ya no podías ver a ni un sólo pato en la laguna. Pensé que ese idiota azul era diferente a todos ellos. Llevé mi mano contra mi mejilla. Todavía me dolía el cuerpo desde aquel enfrentamiento. Para tratarse de un ser tan poderoso y extraordinario, jamás alcanzaré a entender cómo es que sucumbió a una vida tan molesta y mediocre. Después de todo, seguía siendo un idiota. 

Eché un último vistazo y, comprendiendo que nada ni nadie me detendría, me fui. 

Llegué en la madrugada. El momento perfecto para el camuflaje; las sombras. No podía creer que la contraseña de acceso siguiera siendo la misma, y que mi mano todavía fuera bienvenida por el escáner. 

- Me alegra que me estés esperando, Eggman. Yo ansío ver tu regordeta y asquerosa cara. 

Todo lucía igual. El camino seguía siendo el mismo. Ahora dependía más que nunca en mi instinto y mi habilidad innata para el combate. Miraba a los lados con escrúpulo; al parecer, el sistema de seguridad aún me reconocía como uno de los suyos. Me recargaba contra los muros mientras analizaba la ruta habitual de guardia. Me incorporé, sonriendo con incredulidad. 

Miracle no estaba en la base.

Continué adentrándome. A mi derecha, una puerta abierta dejaba relucir toda la chatarra de Alfas, Betas y Omegas desmantelados en el suelo. Esa basura se supone que sería la élite encargada de aniquilar a cualquier intruso. Sonreí con malicia. Después de esos absurdos combates de prueba en los que me ponía para evaluar su poder, no le daría tiempo de arreglarlos. 

Era mi tercer intento dentro de aquella habitación. Por supuesto, no importaba el deterioro/pésimo estado de la base ni que yo llegara hasta acá si no había caja por destruir. Era la única sala que se encontraba completamente distinta. Había dedicado todo su tiempo exclusivamente a este momento. Por supuesto, la caja de operaciones ya no se encontraba en esta habitación. Maldije apenas entre dientes. En fin que ya había renunciado a ese absurdo sueño. De todas maneras, me encontraba adentro y en algo tenía que aprovechar esta ausencia. Algo podría hacer que finalmente me ganara mi libertad. 

Botones, botones, botones… No tenía ni idea de cuál oprimir primero. Mis dedos no dejaban de bailar mientras mis ojos trataban de enfocar su objetivo. Iba a presionar el primero apostando a mi suerte. Sólo se encendió un monitor. El segundo, ni una pista. El tercero, no fueron bocinas ni una alarma. El cuarto. El quinto. Comenzaba a hartarme. Golpee con fuerza la nueva caja de operaciones y finalmente parecía que algo interesante estaba por suceder. Se abrió una compuerta en el suelo. Una vitrina ascendía de ahí, de ella se reflejaba un intenso destello. Continuaba elevándose y yo dejé todo lo demás por ver qué demonios era eso. Se detuvo y finalmente pude admirar aquella extraña gema azulada. Puse mi mano contra la vitrina, pero tan rápido la coloqué, tan rápido la quité. Sacudía mi mano, adolorido. Había desprendido energía de manera intensa, conectando conmigo y lastimándome al momento. No sabía qué era esto, pero sonreía; tenía que ser ésta la razón de mi viaje. La curiosidad era enorme y yo quería saber qué hacía esto aquí. No le molestaría si la robara, ¿verdad? 

Fueron necesarios al menos tres golpes para destruir el contenedor que la resguardaba. También rompí mi mano. La gema rodó por el piso y al instante se activaron todas las alarmas. Se cerró la puerta de entrada en un flash y un rifle comenzó a disparar frenéticamente en mi dirección. Corrí y pude agarrar la gema sin que esta actuara de manera extraña. Vaya, ahora que podía sentirla, en verdad corría un flujo de energía sorprendente en ella. Di un gran salto. Gracias a la tecnología y las manías del doctor mis guantes podían imitar a las palmas de un gecko, por lo cual podía lanzarme de un lugar a otro, aferrarme al techo por un breve lapso, todo esto para esquivar la ráfaga imparable de destrucción. El ruido era insoportable y el impacto de los proyectiles lucía mortal. Volví a subestimarlo. Procuraba hacer que todos ellos impactaran en un mismo lugar, en un intento por debilitar la gran barrera que me encerraba en esta habitación. No me quedaba mucho tiempo, una horrible alarma llevaba varios segundos sonando, por no llamarle eternidad, y los proyectiles eran cada vez más insufribles. Debía intentarlo ahora. Varias patadas, un último golpe y gracias al cielo el gran muro metálico finalmente cedió. Pude escapar de ahí dejando una lluvia de balas detrás de mí.

Lamentablemente afuera de la sala no me esperaba algo más sencillo, pero mi humor era tal que simplemente pude ignorar el terrible cansancio y la agitación de tan fatal momento. No me importaba nada. Salir de ahí fue difícil, sí, pero pude sentirlo como si hubiera sido una broma. No salí ileso. Una que bala dado con mi brazo izquierdo, pero no logró detenerme. No me dejaría derribar por ese chiflado, no aún. Había robado algo sumamente valioso. ¿Cómo lo sabía? Mi primera pista fue el frenesí de balazos y explosiones. Pero mi pista favorita fue el profesor, él y sus terribles gemidos. Todavía afuera de la base seguían siendo audibles sus gritos, “¡Shadow! ¡Shadow! ¡Te mataré! ¡Maldito!” Todos y cada uno de ellos más lleno de odio que el anterior.

Una vez estando lo suficientemente lejos, lo suficientemente perdido, derrapé y me dejé caer sentado en la fría tierra. Reía, reía bastante, como no recordaba haberlo hecho jamás. Alcé la extraña gema hacia el cielo y la contemplé. Más risa. No sabía por qué era tan importante para ese desgraciado, pero lo era, y ahora lo era para mí, porque yo se la había robado, ahora era mía y no suya. Primero le había quitado su primer y gran experimento, y ahora, al parecer, su gran fuente de poder o lo que fuera. Todo al mismo tiempo.

Una considerable cantidad de sangre continuaba fluyendo fuera de mi cuerpo, pronto brazos y piernas comenzaron a debilitarse, a fallar. Yo seguía riendo. Abracé la esmeralda con fuerza, contra mi pecho. Me dejé caer contra el suelo. Sonreía, pero no era feliz. No podía contener las lágrimas. Por un instante, por primera vez pensaba… pensaba en mi vida. Llegué a pensar por un momento que mi vida era tan desdichada. Sí, mi misión al venir hasta acá era que finalmente me matara, ¿finalmente lo haría? ¿Luego de quitarle algo tan valioso? Recordaba toda mi vida y pensaba en lo desdichada que era. Me había rendido porque no tenía de otra, sí... pero no me quería ir, no ahora. Había enfurecido a ese chiflado. Arruiné su vida, era natural que él acabara con la mía. Lo odiaba, ¡lo odiaba! ¡Él ya había arruinado la mía! ¡Y no le bastaba!

No sabía si era desesperación o resignación. En realidad, no tenía tiempo para sufrir. Mi último vistazo al cielo, mi último recuerdo. Esperaba con impaciencia a que mi corazón dejara de funcionar, que todo mi cuerpo obedeciera a sus maquinales órdenes y renunciaran a toda esta existencia. Mi último recuerdo, fue aquel erizo y su despreciable sonrisa. No pude reprimir una última carcajada sorda. Seguía sin comprender cómo le hacía.

Cerré los ojos. Pronto, oscuridad.

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*16/04/2018