sábado, 23 de junio de 2018

XIII


Enloquecería. No sé cuántos días han pasado desde que llegué a Downhood. Una hora aquí era como una eternidad en el infierno. 
Gran parte del tiempo, pasaba escondida entre los escombros y conseguir alimentos era tarea imposible. Si lograra permanecer la semana con vida, sería un logro digno de presumir. Pero sencillamente no podía irme. Volver ahora significaría renunciar a todo lo que había logrado... ¿Qué había logrado? ¡Nada! 

Y por eso no podía irme.

La ciudad de la muerte, el lugar más peligroso del mundo... Jamás fueron exageraciones. Edificios enteros destruidos; cadáveres desinteresadamente regados por todos lados; un hedor putrefacto que gobernaba la ciudad. No sabía qué era más peligroso; esos malditos espíritus o los mismísimos ciudadanos que no paraban de asaltarme.  

Era difícil distinguir entre uno de los otros.  

No podía mantener a ninguno como mi rehén. Se encuentran todos en un estado de delicadeza como no había visto en tiempos. Se drenaban al instante utilizando aquel poder de la destrucción. Al menos ya sabía que tenía que ser ésta la ciudad a la que regresaban cuando necesitaban refugio. La cantidad de esos seres conglomerados en este único lugar era absurda.

- ¿Dónde lo escondes? - En aquella ocasión, fue un chico lobo quien me interceptó. En vida tenía que ser igual de pálido; era en suma delgado y no dejaba de temblar. - ¡Sé qué está aquí! ¡Puedo sentirlo! - Luego de desenfundar las dos espadas que traía consigo, apunto a la mía, lleno de rabia. - ¡Dame esa espada! 

- Realmente nunca he entendido porqué a ustedes les atrae tanto. - Negaba con la cabeza. Hice como él y me preparé para el asalto, sin fe en conseguir progreso alguno.

Para lo nervioso que se encontraba, corría a una velocidad admirable. Me preparé para el momento del golpe pero nunca sucedió. Un shock de energía impactó contra él a plena carrera y lo mandó a volar, estrellándolo violentamente contra un edificio. Entre nosotros, se encontraba un anciano de magistral agilidad. Volvió a repetir aquel truco, alejando todavía más a mi contrincante. Regresó a verme, sonriendo con suma picardía.

- ¿Así que es por tu culpa que la ciudad está tan alborotada últimamente?

- ¿Mi culpa? - Quedé paralizada ante su mirada. Sus ojos eran de un bello color magenta. Brillaban con una intensidad inusual incluso para los de su especie.

Extendió su mano, lanzando de ella un destello de energía. Apenas tuve tiempo de colocar el arma frente a mi rostro, interceptando el ataque. Pero no hubo explosión. Sencillamente desapareció al hacer contacto con la hoja, la cuál miraba con suma atención, perpleja. ¿También podía hacer eso?

No tienes idea del poder con el que te estás metiendo, niña. Qué lío. Lo menos que puedo hacer, es ayudarte. - No me percaté en qué momento había colocado su mano sobre mi cabeza. Una gran aura se desprendía con furia de aquel anciano. La ciudad desapareció en un instante. No podía moverme. El tacto de su mano contra mi frente actuaba como un puente entre él y yo, entre el mundo espiritual y el mundo físico. Pronto, esa aura también me rodeo a mí. - Hamadi... En qué momento te perdiste... - Fue su último susurro. Toda esa energía había pasado de él a mí. Era una sensación indescriptible. Mi visión se iluminó por unos instantes, cegándome por completo. 

- ¡Oye, espera! - Pero no logré nada. Cuando finalmente pude ver, él ya no estaba ahí. 

Bajé la mirada, dando con mis manos. Temblaba. Eché a correr a un charco apenas a unos pasos de distancia sólo para confirmar que no estaba enloqueciendo. Mis brazos, mis piernas, mi rostro... ¡ésta no era yo! Todo mi pelaje se había tornado azulado. Debajo de él, mi piel estaba en suma pálida. Mi apariencia era repulsiva. Palpaba por todos lados pero no podía sentirme. Y mis ojos... mis ojos habían adquirido la misma tonalidad que los del anciano. 

Mis piernas me traicionaron y caí contra el suelo. No podía estarme pasando esto. ¿Era así como se multiplicaban? ¿Acaso me estaba convirtiendo en uno de ellos? ¡No podía ser eso! ¡Era absurdo! 

- ¡Lo dejaste escapar! - Regresé la mirada nada más para dar nuevamente contra aquel chico lobo. Jadeaba con harta dificultad y apenas podía sostenerse en pie. Comenzaba a desprender aquel humo de su cuerpo pero ello no le impidió echarse a correr nuevamente hacia mí. - ¡Por qué están haciendo esto!

Me lancé contra la espada. Pasara lo que pasara, no podía dejar que ellos la tomaran. Comenzó a brillar. Solía actuar por su cuenta más seguido de lo que me gustaría admitir, pero no por ello resultaba más sencillo atinar a qué truco haría. Sentí un gran flujo de energía. Una poderosa ráfaga salió disparada contra el espíritu. Gritaba con desesperación, suplicando que lo dejara ir pero eso ya no dependía de mí. Se desintegró en cuestión de segundos, transformándose una vez más en energía. 

Quedó atrapado en la espada. 

Volvió a gobernar el silencio. Sólo entonces me levanté, inhalando y exhalando prolongadamente en un intento por tranquilizarme. Tomé la espada y la alcé frente a mí. La observaba con detenimiento. Todavía seguía desprendiendo humo. ¿Estaba realmente ese chico aquí encerrado? ¿Eso era bueno? ¿Era malo? Era útil. Sonreía al percatarme de lo que había logrado. 

¡Misión cumplida!

Eché a correr. Me sentía mucho más ligera y con mucha más energía que antes. Ya no tenía ningún asunto en este lugar; ¡Iba de salida de Downhood! 

Pero, como por instinto, detuve el paso al instante. Una daga pasó volando frente a mis ojos, clavándose contra el suelo a pocos pasos en frente de mí. 

- Primero Hamadi y ahora tú. - Se trataba de una rata, quien me observaba de brazos cruzados y con una sonrisa desagradable desde la cima de un edificio.

Era delgada, de una larga cabellera grisácea. Tenía que llevar en este mundo un muy buen rato, pues no podría haber advertido que se trataba de un espíritu de no ser porque emanaba esa aura putrefacta con descaro. Eso, y sus ojos rojos que comenzaban a tornarse opacos. Apenas tenían brillo.

Pasó una prenda sobre una cuerda gruesa. Tomó de ambos extremos de ella y se dejó deslizar cuerda abajo, dando un gran salto y quedando frente a mí.

- Creo que ese anciano comienza a perder el juicio.

- Ya estoy harta de no entender qué está sucediendo. ¿Quién es ese tal Hamadi y por qué están detrás de esta espada?

- ¿Hablas en serio? - Extrañada, por un instante, perdió su buen humor. - Nunca pensé que una chica tan tonta sería quien encontró la espada. No importa, ¡será más fácil!

No lo pensó ni un segundo más. Apareció frente a mí. Su habilidad era inconcebible. Cada ataque que intentaba atinar, ella lo esquivaba sin problema alguno. Luchaba con suma gracia y sus golpes eran más pesados de lo que parecían. Golpeó mis piernas, haciéndome caer de rodillas al instante.

- No lo puedo creer. ¡Ni siquiera se necesitará de una gran amenaza para acabar contigo!

Cada vez lograba parecerse más a Shadow. 

Mis piernas flaqueaban. Conseguí levantarme de una buena vez. Hubo un segundo asalto, pero tampoco logré nada en esta ocasión. Ella sólo se reía. Me obligó a acercarme contra su rostro. Ya no me observaba con aquel desagrado de momentos atrás, pero no por ello su sonrisa era mejor.

- Es una lástima que no tengas mis años de experiencia. - Me lanzó desinteresadamente contra el suelo. Llevé mi mano contra mi cuello, sin poder creer la fuerza de aquella chica. Ella regresó a verme, entretenida. - Además, todavía no he recuperado todas mis fuerzas, es por eso que necesito tu ayuda.

-  ¿Mi ayuda?

- Qué fastidio que ese anciano me haya ganado. - Llevó una mano contra su rostro y con la otra, apuntó a la espada.

Apenas me había levantado, sosteniendo ésta entre manos.

- ¿Qué está sucediendo?

- Te lo diré cuando llegue el momento. Mientras tanto, asegúrate de no perder en combate. Sería muy molesto tener que ayudarte en esta condición. - Me miró con una última sonrisa, bastante intimidante. Así como había hecho el anciano, su cuerpo comenzó a desintegrarse y toda esa energía quedó atrapada en el arma, dejándome sola una vez más.

No regresaría a ver ni me detendría hasta no haber salido de Downhood.

La pelea anterior me dejó en tal estado que sentía desmayarme a cada paso que daba. No soportaría ni un sólo combate más. Conseguí llegar a las afueras de la ciudad. Subí por una colina, y pese a que el medio seguía siendo parecido al de la ciudad, cada vez se tornaba más tranquilo. 

No recuerdo cuándo fue que me quedé dormida, pero lo hice sobre un cálido suelo alfombrado de pasto. Nada había interrumpido mi sueño. Había tenido una pesadilla, como ya se había vuelto costumbre. La espada seguía a un lado mío. Lo primero que vi tras enfundar el arma y sentarme fue el amanecer. Parecía ser el comienzo de un muy hermoso nuevo día, pero ver la ciudad destruida al final de la colina, eternamente sombría, me bajó los ánimos, forzándome a desviar la mirada.

Y pensar que el erizo venía de un lugar como ése...

Al abrir los ojos, quedé plenamente desconcertada. Frente a mí, había una hermosa casa, pequeña. Mitad del techo había colapsado y todos los vidrios estaban rotos. Pero algo tenía. Me resultaba  extrañamente familiar, como si ya antes hubiera estado aquí. Quizá en sueños, y en mejor estado. Sí, la pintura era vieja y tenía un aspecto deplorable, pero por alguna razón podía ver con claridad cómo era antes de quedar en ese estado.

Me levanté sin poder quitar la mirada de ella. Con una mano apartaba las lágrimas de mis ojos, impidiendo que llegaran a mis mejillas. Tratando de contenerme, pensaba si era posible que algo me hubiese llamado. Mejor dicho, si alguien me hubiese guiado hasta aquí. Volví a ver mi propio cuerpo.

Ya debería aceptar que nada de esto era un sueño.

Seguía tan pálida como momentos atrás. Desde mi enfrentamiento con aquellos espíritus, tenía que admitir que me sentía en suma más ligera y ágil. Ahora entendía que ese anciano me había prestado toda su energía, y aunque era en verdad fascinante, no dejaba de recorrerme un escalofrío de tan sólo pensar en las implicaciones. ¿Qué exactamente estaba sucedido? ¿Dónde estaba él? Y luego pensar en aquella chica... Ella tenía que ser el oponente más fuerte contra el que alguna vez me haya enfrentado. No sabía ni su nombre, pero jamás olvidaría aquel rostro.

Regresé a ver la espada. ¿Por qué tendría que ayudarlos?

Dejé caer mis brazos, soltando un prolongado suspiro. Recordaba a mi familia, a mis amigos... a mi nueva familia... Pensaba en todas las decisiones que me llevaron a este momento. Desde el instante en que llegué a aquella base. Todas esas misiones en las que, odiaba admitirlo, el erizo siempre había sido el protagonista. Y ahora... después de aquel enfrentamiento en aquella madrugada, había pasado todo un mes desde que no sabía nada de él.

Me dejé caer de rodillas. Golpeé con ambas manos violentamente contra el piso. ¡Maldición! Quizá no se tratara de un ángel, ¿pero porqué lo había juzgado como a cualquier otra persona? ¿No había tenido oportunidad ya de darle una probada al infierno del que venía? Mi rostro se había encedido y mis lágrimas no paraban de reventar contra la tierra.

Había perdido a Shadow.

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*23/06/2018
- Sam

2 comentarios:

  1. Me encanta tu forma de narrar, aaaah <3
    Espero actualices pronto :(
    Bye~

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    1. ¡Hola, Saturn Tears!

      Sé que tu comentario fue de hace años, pero lo aprecio mucho. Últimamente he considerado compartir un resumen o similar de "Corazón Artificial", algo que permita darle un cierre.

      Pero primero, necesito recuperar mi cuenta jajaja.

      ¡Un saludo!
      Sam

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