Algo que realmente me inquietaba de él, era la tranquilidad con la que podía mentirte. Su rostro era inmutable, siempre permanecía inocente. No podía advertir en qué momento comenzaba a jugar. Lo hacía todo el tiempo pero no por ello terminaba de acostumbrarme.
Su sonrisa era lo más molesto.
Insistió en que ordenara todo lo que quisiera y eso hice. Terminamos en algún restaurante de comida rápida, perfecto para el antojo insaciable que traía desde el día anterior. Jamás había tenido tanta comida frente a mí. Era un fastidio tener que depender del erizo.
- ¿Por qué tú no comes? - Pregunté con la boca llena, harto de que siempre estuviera observándome de esa manera.
Quizá era yo quien se lo tomaba muy a pecho.
- Tengo mejores cosas que hacer. - Alegre, cerró los ojos y dio su primer bocado. A propósito, continuó de esa manera durante un largo rato, incluso después de haber terminado su hamburguesa.
O quizá era él a quien no le importaba.
- Eres un fenómeno.
Sencillamente se reía, entretenido, abriendo los ojos de una buena maldita vez.
- ¿No eres tú quien está teniendo alucinaciones? - Apenas agachó la cabeza, mirándome con picardía.
Entre más tiempo sostenía mi mirada contra la suya, menos podía reprimir aquella sonrisa. Fui yo quien terminó desviando la mirada primero o él jamás lo haría. Negó con la cabeza, repitiendo mi nombre apenas en un susurro.
Le divertía todo esto.
- Eres en verdad antojadizo. - Se inclinó hacia el frente, curioso, apoyándose contra sus manos. La mesa era un desastre por mi culpa. - Sabes que no tenemos prisa, ¿verdad?
- Sabes que tu vida es muy pacífica, ¿verdad? - Continué comiendo con el mismo frenesí, mis manos siempre ocupadas.
Incorporándose nuevamente, juntando sus manos y riendo con suavidad, volvió a negar con la cabeza.
- Mi vida es muy aburrida.
- Sí, claro. No terminas de emanar alegría y siempre te estás riendo de algo.
- ¿Qué te parece la ciudad hasta ahora? ¿Qué te pareció el colegio? Divertido, ¿no? - Hizo una pausa, picando de las papas que estaban al centro de la mesa. - De alguna u otra manera tengo que sobrevivir.
- ¿Sobrevivir? ¿Sobrevivir a qué? ¿A todos estos lujos y comida interminable? - Tragué mi bocado a la fuerza. - Tienes la vida resuelta en esta ciudad.
- Eso es gracias a mis padres. - Veía a través de la ventana, llevándose una mano contra su barbilla. Por un momento, su semblante adquirió un matiz completamente ajeno. - No creo que haya nada para mí después del colegio. Mis calificaciones ni siquiera son tan buenas.
- Entonces deja de asistir y ya. Si tu plan es "sobrevivir", no lo necesitas. - Arranqué un gran pedazo de carne con los dientes. - Todavía no puedo creer que vayas a perder tu tiempo en un lugar como ese.
- Bueno, no todos nacimos prodigiosos como tú, Shadow. - Volvía a hacerlo. Sonreía con esa sospechosa familiaridad que no podía hacer más que desconfiar de él.
- ¡Ja! ¿Qué dices? A mi no me engañas. - Pero él ni siquiera estaba intentando ocultarse ante mí. Impaciente, pegué mis manos contra la mesa. Era más de lo que podía soportar. - Ya sé que no eres un sujeto cualquiera. Y quiero saber por qué.
- ¿De qué hablas, Shadow? - Volvió a meterse más papas a la boca, esta vez un puñado entero, sin siquiera molestarse en terminar su bocado antes de hablar. - A algunos quizá no nos espera mejor futuro que trabajar en un establecimiento de comida rápida como éste.
Nuestras miradas volvieron a contender después de aquellas palabras. La facilidad con la que podía verme directamente a los ojos era todavía más alarmante que mi mirada misma. Permanecimos de esa manera durante lo que parecía una eternidad. Comenzaba a agachar la mirada, pero cuando parecía exhibir los primeros síntomas de nerviosismo, su sonrisa impedía que cediera.
De repente, una mano colocó una malteada entre nosotros, rompiendo toda esta tensión. No pude evitar desviar lo mirada. Destruí la lata de refresco que estaba en mi mano. ¡No lo había visto en el menú!
- ¡Ah! Ya entiendo. Así que alguien quiere una malteada... - Dijo sacando un popote de su envoltura, jugando pacientemente con él. - Sería una lástima que fuera la última en existencia.
Regresé a ver a todos lados pero no encontraba a ni un sólo esclavo en los alrededores. Comenzaba a impacientarme y él continuaba desnudando otro popote con toda tranquilidad. Colocó ambos en la copa y empezó a beber de uno de ellos, exagerando su deleite.
- Si la quieres, tendrás que compartirla conmigo.
Desvié la mirada, rojo de vergüenza.
- ¡Por qué tienes que actuar así!
Simplemente se reía. Alzó la mano y en cuestión de nada, llegó uno de esos chicos en uniforme y, luego de unos minutos, trajeron otra para mí. La acepté con desgana, sin siquiera regresar a ver al erizo. Ya sabía la reacción que tendría en su rostro.
- Pero hablemos más de ti, Shadow. - Volvía a relucir esa molesta sonrisa de fascinación que tan poco le importaba ocultar. - ¿Qué hace alguien como tú en una ciudad tan burda como ésta?
- Lo mismo me pregunto de ti. - Meneaba la lata de refresco con un dedo sobre la mesa, sin quitarle la mirada de encima.
- ¿Qué hacías antes de que nos conociéramos? ¿Por qué te fuiste de Downhood? - Ni siquiera se inmutaba al hacer ese tipo de preguntas tan indiscretas. En un lugar como éste...
- No he estado en Downhood en meses.
- ¿Y qué estuviste haciendo en todo ese tiempo? ¿Acaso estuviste escondido en el bosque? ¿De quién?
- Ya veo. Puedes ser muy metido cuando quieres y no te molesta en lo absoluto.
- ¡Ja! Perdón si estoy siendo muy personal. - Se reclinó contra su asiento, reposando su brazo contra el respaldo de éste y mirando una vez más por la ventana. Realmente no volvió a insistir ni se mostraba impaciente por hacerlo. Con calma, regresó a verme una última vez. - Sólo quería hacer plática.
Incluso si se lo dijera, no ganaba nada con ello.
Cuando quería algo, realmente podía llegar a ser muy terco. Pero también podía llegar a ser muy indiferente de un momento a otro. Como yo no volví a pronunciar palabra alguna, él tampoco lo hizo.
Nos fuimos de ahí.
Insistió en que aprovecháramos las tardes después de clases para recorrer la ciudad. ¿De qué clases me hablaba? No lo sé. Yo no pensaba volver a ese lugar. Expresaba repetidas veces lo tedioso que sería estar encerrado en casa todo el día. Se detuvo frente a mí y, seguro de si mismo, hizo esta absurda apuesta en la que pretendía enseñarme toda la ciudad y juraba que, al terminar, me enamoraría perdidamente de ella y jamás querría abandonarla. Con una sonrisa maliciosa, acepté el desafío. En fin que no dependía de mí cuánto tiempo pudiera estar en la ciudad.
Ya entrada la noche, antes de pasar a su hogar, regresó a verme por última vez aquel día.
- Por favor, tienes que seguir acompañándome. Hay tanto que todavía tengo que saber de ti.
No sabía qué era lo más increíble; que realmente completara mi primera semana de asistencia en el colegio o que no hubiera sido del todo insufrible. Bueno, sí, las clases eran sobrenaturalmente aburridas. Decidí tomar más participación, ello hacía que pasaran un poco más rápido, al menos. La gente persistía en intentar hablar conmigo. Yo prefería evitarlo, pero el erizo procuraba tenerme presente en todo momento. Los profesores eran en suma estrictos, pero no tenían ningún problema conmigo, incluso cuando en repetidas ocasiones me había quedado dormido. Tenía que saber cómo es que logró que me aceptaran en un lugar como éste, por cuánto tiempo y por qué. El erizo terminó explicándome que el rector no era nada más ni nada menos que el mismísimo tío de Amy.
- No es como que le dijera que eras mi primo perdido de Downhood o algo similar.
Lo tomé de la chamarra y lo sacudí frenéticamente.
- ¡Cómo pudiste decirle algo así!
Su risa venía del alma. Tenía que dejar de creerme todo lo que dijera. A su lado, parecía un novato en el arte de desconfiar.
O él era muy bueno mintiendo, o yo era pésimo para desconfiar de ese carisma tan enigmático.
Pero lo que en realidad haría que los días se fueran volando, serían esas tardes en las que recorríamos la ciudad. Sí, todavía pensaba que era un sujeto muy molesto, pero cuando lo conocías, no era tan malo. Me resultaba muy entretenido ver las estupideces que hacía.
El acuario era una ciudad dentro de otra ciudad. Me llamaba la atención los colores tan extravagantes que había de pecera a pecera. Él seguía insistiendo pero yo no le hacía caso. Se escuchó el estridente sonido de una trompeta a lo lejos y todo el mundo se echó a correr.
- Ya te dije que no me interesa. - No despegaba los ojos de aquella vitrina. - No sabía que había algo como lobos marinos. ¿Por qué? Ni siquiera lucen como lobos...
- ¡Shadow! ¡Es allá a donde quiero que me sigas! - Finalmente me había soltado. - Te garantizo que habrán más y podrás verlos en acción.
- ¿En acción? - Regresé a ver al erizo, incrédulo, casi dejando caer mi bebida. Me puse de mal humor y no pude contenerme de pulverizar el envase entre mis manos. - ¿Me estás mintiendo?
- ¡No! Seguramente nunca en tu vida has visto un show marino. - Dijo mientras se echaba a correr con ese ánimo que a todo mundo contagiaba. Se detuvo para verme unos instantes. - Yo tampoco he visto uno.
El erizo me tomó del brazo cuando finalmente llegamos y se hizo paso entre la gran multitud, consiguiéndonos un lugar hasta el frente. El erizo no había mentido. Un grupo de personas en atuendos ridículos hacía danzar a las criaturas marinas, ir y brincar de un lado a otro. Cada vez que saludaban, lanzaban agua al público con sus divertidas aletas. La euforia era increíble. Incluso con mi aberración al ruido, sentí que me perdía entre todo ese acaloramiento. Pero, para ser sinceros, lo más alucinante fue cuando sacaron a aquella colosal orca para dar cierre al espectáculo. Daba unos saltos espectaculares que sentía que nos aplastaría en cualquier momento.
Ese día, terminamos completamente empapados.
Y ese sólo fue uno de los varios lugares que visitamos. Conocimos hartos parques, plazas, restaurantes, tantos que no sabría cómo describirlos. Ese jueves, después ir por hamburguesas, terminamos en un arcade. Me costaba entender esos controles y cuál era exactamente mi objetivo, pero sin darme cuenta había terminado muy picado. El erizo también una vez que comencé a patearle el trasero en aquel juego de peleas. No dejaba de meter moneda tras moneda en la máquina. No podía evitar sonreír al verlo de esa manera, tan desesperado y clavado. Tenía suerte de que el combate fuera sólo detrás de una pantalla.
Y aunque en mi opinión todos esos lugares fueran prácticamente lo mismo, por momentos el erizo lograba hacerme olvidar lo monótona y aburrida que había sido mi vida hasta entonces.
Era una lástima saber que esta vida no era para mí.
Finalmente llegó el viernes y en aquella ocasión nos acompañó la chica rosada de días anteriores. Era de las pocas personas que no me desagradaba del todo, aunque pasara más tiempo en su celular que con nosotros. Era amigable y divertida. No brillaba por su inteligencia pero era lo suficientemente sencilla para no resultar molesta. En fin, parecía el prototipo de la mujer perfecta y ya había quedado claro que ella estaba locamente enamorada del erizo, por mejor que lograra disimularlo.
Ese día nos fuimos temprano y nos sentamos en la gran colina a las afueras de la ciudad. El erizo insistía en lo hermoso que era ver el atardecer desde su casa y que teníamos que hacer un picnic en honor al fin de semana. Nos acompañó hasta ese momento. Ni bien cayó la noche, llegó por ella ese alargado carro negro de siempre. Cada día era mucho más abierta conmigo. Me preguntaba qué mentiras le habría contado el erizo acerca de mí. De él se despidió dulcemente, plantándole un beso en la mejilla y abrazándolo. Recostado en el pasto, con mis manos debajo de mi cabeza, observaba la escena.
Finalmente se fue.
- Aún no puedo creer lo ridículo que eres.
- Qué te digo. Así son las niñas cuando están enamoradas. - Dijo acercándose, sentándose frente a mí. - ¿Acaso tú nunca te has enamorado, Shadow?
- ¿Y de quién exactamente podría enamorarme? - Hice como él y me senté al instante, retando su mirada.
Era la pregunta del millón entre las chicas de Downhood, pero que él lo preguntara era sencillamente ridículo.
- No tienes que ser tan apático. - Él prefirió esquivar mi mirada, sin darle mayor importancia. Sostenía apenas una pequeña sonrisa en su rostro. - Cuando conozcas a la persona indicada, pagaré por ver eso.
Permanecimos de aquella manera durante un buen rato. E incluso cuando estaba acostumbrado a que existieran silencios prolongados entre nosotros dos, no pude contener mi curiosidad.
- ¿Y supongo que tú estás enamorado?
- ¿Enamorado yo? - Por primera vez, mis palabras lo habían tomado por sorpresa. Fue la primera vez que titubeaba al darme una respuesta. Recuperando la calma, desvió la mirada. - Quiero decir, sí, es verdad que no puedo quitarle la mirada de encima y no me doy cuenta en qué momento ya vuelve a estar en mis pensamientos... - Alcé una ceja. No esperaba verlo de esa manera, tan de repente. - ... ¿Pero enamorado? - Regresó a verme al momento de hacer aquella pregunta, entretenido. - No sería la palabra que usaría.
- ¿Y cuál sería esa palabra?
- No lo sé. - Tranquilamente, vino a sentarse a un lado mío. Una vez acomodado, regresó la mirada hacia el frente, en dirección al cielo estrellado. - ¿Fascinado? ¿Admirado?
- ¿Obsesionado?
Rió al escucharme decirlo.
- Quizá.
Nuevamente me recosté en el pasto. Abrí un ojo lo suficiente para poder ver al erizo, quien permanecía sentado, abrazando sus piernas y observando maravillado las estrellas.
- Supongo que también tendrás que conocer a la persona indicada.
Por un momento, su sonrisa se había borrado. Lo miraba con curiosidad, estaba en verdad sumido en sus pensamientos. Pero cuando regresó a verme de súbito, pretendí permanecer con los ojos cerrados. Él sólo se sonrió y volvió a ver hacia el frente. No volvió a decir nada.
Estuvimos recostados en aquella colina durante un largo rato. Como era habitual, el erizo encendió el par de antorchas que se encontraban fuera de su hogar y volvió a incorporarse, esta vez dejándose caer contra el césped. El ruido de la ciudad no llegaba hasta este lugar. Éramos sólo nosotros, nuestra respiración y el intenso brillo de la luna llena.
No me pude quedar dormido. Abrí los ojos de súbito, regresando la mirada en un instante. El erizo me llevaba ventaja. Ya se encontraba de pie cuando aquellas pisadas insufriblemente ligeras comenzaban a hacerse notar desde la lejanía.
- Así que es aquí donde te has ocultado todo este tiempo...
Regresé a ver al erizo, incrédulo. Era éste el encuentro que esperaba en el peor de los escenarios. ¿Tuve razón de desconfiar en todo este tiempo? Pero él se mostraba muy nervioso, con su guardia en alto. ¿O es que acaso él era como yo?
Se podía distinguir la silueta de tres aves a la distancia. Se detuvieron frente a nosotros.
- ¿Nos recuerdas?
*02/04/2018
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- Sam