miércoles, 20 de junio de 2018

XII


Tenía que ser un mes desde que había llegado a la ciudad y no me había vuelto a preocupar por esas tres malditas aves. En realidad, mis días habían pasado completamente ajenos a mi pasado. Mi plan de venganza estaba completamente estancado y cada vez menos recordaba mi vida en Downhood. Era obra del erizo. Había adoptado su carácter habitual en tan poco tiempo y tenía una habilidad envidiable para olvidarse de sus problemas. Entre más lo conocía, más contagiosa resultaba esa actitud.

Quizá era esa amnesia la que le permitía ser siempre tan feliz.

Seguía siendo el sujeto impredecible e inquieto de siempre y aquel día insistió en que hiciéramos algo distinto. Los jueves se habían vuelto días de comer hamburguesa, así que no tenía mucho ánimo de negociarlo con él. Se repetía una y otra vez, intentando toda táctica inimaginable, sin lograr que me detuviera a escucharlo. En realidad, sólo estaba fastidiándolo un poco. Seguía siendo tan entretenido como siempre y cada vez era más común este tipo de juegos entre él y yo. 

Luego de tanto jalonear de mi chamarra sin éxito, echó a correr sin previo aviso en dirección opuesta. Cediendo ante mi curiosidad, fui tras él nada más para dar frente a un enorme centro comercial. Regresó a verme. Sonreía con pena.

- Necesito comprar un regalo. Mañana cumpliré un mes de noviazgo con Amy.

Todavía sabía cómo irritarme.

Recorrimos todas las tiendas de ese inmenso lugar y él no dejaba de preguntar incansablemente quién sabe qué a cada esclava que se le cruzaba en el camino. Luego de tanto caminar, finalmente nos detuvimos en una tienda rosada a más no poder. Como él seguía ignorándome, me fui al fondo de aquel lugar. Me detuve frente a una enorme piscina de peluches. No había ruido ni gente. Comencé a agarrar uno tras otro. Tan pronto tomaba uno, tan pronto lo lanzaba. ¿Qué demonios se suponía que estábamos buscando? No tenía una maldita idea. Continué repitiendo el acto maquinalmente, sin siquiera prestar atención a lo que tenía frente a mis ojos. Incluso cuando en ocasiones se reunía con ella en el colegio, a veces olvidaba ese detalle. ¿Pero cuál era exactamente el compromiso que existía entre esos dos? 

Después de todo, eso se supone que es lo que hacen los novios, ¿no?

Se disipó mi enojo cuando pesqué un bonito peluche. ¿Cómo dijo que se llamaban esas criaturas que habíamos visto en el acuario? Bueno, era tan gordo y divertido como lo eran ellos, pero en versión miniatura. Regresé a ver al erizo, pero tan sólo verlo interactuar con ese entusiasmo con una de las chicas de la tienda me provocó nauseas y desistí de llamarlo. Regresé nuevamente a ver al peluche. Me maldecía. No me había percatado de que lo había presionado con fuerza. Pasaba mis pulgares lentamente sobre él, acariciando su barriga tan suave. Veía a todos lados. No había nadie en la cercanía. Llevé mi mano a mi bolsillo en un abrir y cerrar de ojos.

Prometí que ésta sería la última vez que robaría en la ciudad. 

- Shadow. - De repente, sentí una mano contra mi hombro, sacándome súbitamente de mis pensamientos. - ¿Te encuentras bien? - No sabía en qué momento me había perdido. Bajé la mirada. Tenía una gran orca de peluche bajo su brazo, la cuál mecía para guiar mi atención a ella. Volvía a sonreír con pena. - Lamento haber tardado.

Retiré mi hombro con brusquedad. 

- Si ya conseguiste tu estúpido regalo, ¿podemos irnos?

Salí apresurado, sintiéndome en verdad irritado. Quería alejarme de ahí en cuanto antes. 


- ¿Tú crees que le guste?

- Cómo saberlo. 

- ¡Ya quiero ver su rostro mañana cuando vea lo que le tengo! ¡Quedará sorprendida! 

- ¿Entonces porqué no esperas callado a que sea mañana? - Me detuve frente a él, severo.

Quizá no era el lugar. Quizá más bien era el erizo, quien no cerraba la boca de una maldita vez.

- Lo siento, Shadow. - Pero se esfumó mi malestar al verlo palidecer de esa manera, escondiéndose detrás de la gran orca de peluche. - Es sólo que nunca he sido bueno con esto de dar regalos. Es la primera vez que me siento tan seguro al comprar uno. Creo que es por eso que me siento de tan buen humor, es todo... 

- Te hubieras ahorrado la molestia comprándole uno de esos modernísimos celulares a los que ve incluso más que a ti.

- ¡No! No puedes sólo comprar ese tipo de cosas y pretender que es un obsequio. - Y como si tuviera derecho a sermonearme, continuó hablando. - Shadow, cuando quieres a alguien, lo ideal es regalarle algo que sea importante para ti. Así dejas saber a la persona cuánto te importa, ¿entiendes?

- ¿Y cómo exactamente es un peluche importante para ti? - Me crucé de brazos, escéptico.

- Bueno, tuve una corazonada. - Dijo deteniendo con ambas manos al gran animal, alzándolo frente a él y observándolo con una gran sonrisa. - Me gustó mucho desde el momento en que la vi y sencillamente supe que tenía que comprarla. 

- Felicidades. - Ignoré su mirada confusa, dándole la espalda y marchándome de ahí. 

Terminamos en aquel parque al que solíamos frecuentar y tomé asiento en la primera banca que vi disponible. El erizo me había seguido a paso lento. Pero cuando finalmente llegó, todavía permaneció parado durante unos instantes, su mirada distraída.

Pasó un largo rato antes de que volviera a pronunciar palabra alguna.

- Tengo que ser sincero con alguien, Shadow. - Regresé a verlo, extrañado al escucharlo hablar con ese tono tan deprimente. - Bueno, sí, ella me agrada bastante y no dudo de que sea una gran amiga. Pero quizá fui muy superficial en mi elección. - Hizo una pausa, vacilando en cómo quería completar su idea. - ...Pensé que podría llegar a quererla con el tiempo y ése ha sido mi error siempre, ¿verdad? 

No respondí.

- Estoy tan acostumbrado a que las chicas se fijen en mí que jamás me había dado tiempo para pensar qué era lo que yo quería. - Alzó a la gran orca. Sus ojos tenían un brillo particular y su sonrisa era mucho más suave que de costumbre. - Para serte sincero, puede ser que esta orca la haya comprado para mí. No tengo intención alguna de dársela. 

- No te entiendo. - Ni sus motivos ni porqué me estaba diciendo esto a mí. 

- Lo que trato de decir es que, en realidad, no me gusta Amy. Y estoy harto de este juego. Volvió a llevarse al peluche debajo del brazo y tomó asiento a un lado mío antes de continuar. - Es una lástima. En verdad se encariñó con esa imagen falsa que le vendí de mí. 

- ¿Falsa? - Me crucé de brazos, cerrando los ojos para ya no tener que ver su cara. 

- El misterioso extranjero; atleta, divertido, guapo... - Él mismo repetía las palabras de siempre con mofa. 

- El chico perfecto, ya veo... - Aborrecía junto con él el listado tan familiar. Igual sonreí, con burla. - Hace sentido. Siempre te has comportado de manera muy extraña cuando ella estaba presente. 

- ¿Y frente a quién no? - Dejó salir un largo suspiro. - No sé en qué momento aprendí a actuar de esta manera. - Con un gesto en los labios que apenas podría clasificársele como una sonrisa, regresó a verme. - Es triste pero, en dieciséis años, ésta es la primera vez que le digo a alguien lo que en verdad pienso y no lo que quiere escuchar. Y muy probablemente, sea la primera vez que dejo a alguien conocer mi verdadero yo. O al menos eso creo. Una parte de ella. No lo sé. Ni siquiera yo la conozco. No sabría cómo hacerlo...

- ¿Hablas del chico molesto? ¿Hiperactivo? ¿Terco? ¿Quien siempre debe salirse con la suya? Honestamente... - No pude reprimir una leve carcajada al escucharlo reír de igual manera. - Si Amy conociera a la persona que yo conozco, no podría soportarte en lo absoluto.

- Ja, puede que tengas razón. - Con risa tan fingida, su ánimo lo había abandonado. Abrí los ojos, perplejo al escucharlo reaccionar de esa manera.

Hubo nuevamente un silencio entre nosotros. Tenía mis manos deteniendo la banca debajo de mí, mi pie inquieto, sintiéndome un tanto nervioso sin realmente saber por qué. No pude contenerme de regresar a verlo con curiosidad. Tenía la cabeza gacha. Su mirada estaba apagada pero su sonrisa no se rendía. Era apenas visible pero seguía ahí. No sabía qué o por qué, pero apenas intenté pronunciar palabra alguna, él había vuelto la cabeza una vez más. Nos habíamos interrumpido mútuamente. Desvié la mirada, sintiéndome ya bastante ridículo. La regresé cuando, de súbito, él empezó a reír. En un inicio, con voz suave. Al poco rato, se trataba de una carcajada sacada del alma. Comenzaba a sentirme en verdad incómodo, especialmente cuando finalmente regresó a verme de aquella manera. Había recuperado aquella sonrisa tan característica de él, sino es que acaso una todavía más viva. No pude evitar retroceder involuntariamente.

- Pero entre más lo pienso, más suena a una locura. - Seguía divertido. Incluso podía jurar que era la primera vez que lo veía tan nervioso. Se llevó una mano contra su frente, cerrando los ojos y negando con la cabeza. - No puedo creer las cosas que pienso, Shadow. 

- ¿Y en qué cosas piensas? - Estaba auténticamente confundido a estas alturas y quería una explicación para todo este show ya. 

- Sé que si alguna vez llegara a ser mi verdadero yo, jamás nadie me podría querer.

Quedé completamente desconcertado. 

- ¿En verdad es eso lo que tanto te molesta? 

- Nunca he correspondido a nadie. Nunca he querido a nadie. Ni siquiera podría decir que tengo un sólo amigo. - Volví a retroceder el cuerpo, sintiendo viva amargura. - ¿Por qué de corresponderme a mí?

- ¿De quién o de qué carajos me estás hablando?  

- ¡De mí! - De súbito, con voz firme, se puso de pie. - ¡Ya no quiero más mentiras en mi vida! Y sé que debo empezar conmigo mismo.

Pero apenas pudo levantarse cuando fuimos interrumpidos. Hice lo mismo. A lo lejos, una voz familiar gritaba el nombre del erizo. 

- ¡Así que son verdaderos los rumores! ¡No lo puedo creer! - Dijo el furioso equidna apuntando a la gran orca de peluche. Dos de sus amigos llegaron instantes más tarde, fatigados, intentando tranquilizarlo pero sin atreverse realmente a confrontarlo. - ¡Estoy en verdad hasta la madre de que Amy me haya cambiado por un idiota como tú! ¡Me niego a dejar que las cosas sigan así! 

Embistió al erizo cual toro, quien lo detuvo de ambos puños sin mayor problema. Juro que el equidna también contaba con una fuerza sobrenatural para tratarse de alguien de esta ciudad, hoy más que nunca.

- Ya me tienes harto, Knuckles. Entiende que ella te dejó antes de siquiera conocerme. - Pero sonreía con auténtica picardía. - ¿Qué culpa tengo yo de que se fijara en alguien que sí sabe cómo tratar a una dama?  

- ¡Cierra tu maldita boca! - Si hubiera sido posible, se hubiera puesto más rojo de lo que ya estaba. Llevé mi mano contra mi rostro, desviando la mirada, sintiéndome incluso más avergonzado.

Logró soltarse y lanzó una ráfaga de puñetazos. No era problema alguno esquivar para el erizo y ya no se molestaba en disimularlo. No hacía más que divertirse con él. 

Retrocedió, sin haber sentado siquiera un golpe, jadeando. El erizo se cruzó de brazos, negando con la cabeza, pretendiendo sentirse decepcionado. 

- Mientras no puedas vencerme en combate, no pienso cederte a mi novia.  

Aquella había sido una sonrisa terrible.

El equidna volvió a lanzarse. Intercepté su golpe. De un rodillazo en el estómago, lo obligué a retroceder. Con quien no medí mi fuerza, fue contra el erizo. 

- Shadow...


Alzó la mirada al instante, aturdido, su mano contra su mejilla. 

- Entonces, ¿en qué momento comenzaste a ser sincero?

- ¿Por qué...? 

Su sorpresa era auténtica. Verlo desde esta distancia, desde este ángulo... Por primera vez, sentía genuina aversión por el erizo.

Sin apartar su mano, se levantó, adelantando un paso en mi dirección, firme. Su pasmo se tornó en enojo.

- ¡Por qué hiciste eso!  

- ¿Qué? ¿Creíste que jamás te haría daño? - Pronuncié esas palabras con cierta burla, admirado de su estupidez. 

- ¡Creí que jamás me traicionarías! - Apartó su mano con brusquedad, acercándose todavía un paso más. Retrocedí a la par, colocando ambos puños frente a mi rostro. El erizo gruñó tras ver aquel acto, imitando mi gesto.

No supe en qué momento sucedió, o porqué el desenlace fue éste. Una furia ciega me movía y debía ser el mismo caso para él. No podía siquiera reflexionar lo que estaba sucediendo ni mucho menos meditaba mis golpes. Nuestros puños caían con gran peso. Adivinaba mis movimientos. Era creativo en sus ataques. Tomaba cualquier minúscula oportunidad y cada nuevo asalto era tan fatal como el anterior. Su habilidad era magistral, ni hablar de aquella endemoniada velocidad. No podía ya avergonzarme de haberlo confundido con uno de esos molestos espíritus. Y quizá si alguno de los dos hubiese podido desatar aquel poder maldito, quizá no habría sido tan reñido el asunto como lo estaba siendo ahora. 

Jamás imaginé que todo desencadenaría en un combate titánico entre el erizo y yo. 

- ¡Traicionar! 

 Pero la verdad es que él jamás sería rival para mí.

Llevó su mano contra su estómago, apoyándose de una rodilla para no caer contra el suelo. Se levantó lo antes posible, echándose a correr contra mí una vez más.

- ¿De qué hablas? - Esquivé su golpe, devolviéndoselo contra su rostro. - Tú y yo nunca fuimos aliados.

Ni siquiera flaqueó, sentando un rodillazo contra mi estómago. 

- ¡Y entonces para qué demonios han sido estas últimas semanas! 

Tomé cuanto aire pude y, firme, lancé otro golpe, esta vez contra su barbilla. 

Se trató de una discusión muy airada. Aunque breve, estuvo repleta de gritos. Tuvo lugar un intercambio de golpes. Veía su sangre correr por la comisura de sus labios pero él hacía caso omiso a este hecho. Sostuve con una mano su siguiente golpe. Él también detuvo el mío con la otra. Nuestros brazos terminaron entrecruzados.

- ¡Una pérdida de tiempo! 

Intentábamos hacer retroceder al otro. Ninguno de los dos cedía.

- ¡Así que pretendes sólo olvidar todo lo que ha pasado y ya!

Atinamos los dos en lanzar un cabezazo al mismo tiempo, lo suficientemente pesado para saber que aquel debía ser el final de nuestro combate. Nuestras manos quedaron libres y retrocedimos unos pasos, aturdidos, pero ninguno se atrevía a siquiera deparar en ese dolor. Tanta euforia invadió aquel evento. 

Había caído la noche. Ninguno se percató del momento en que comenzó la lluvia. En un principio, debió tratarse apenas de unas gotas, pero a estas alturas se trataba ya de una lluvia torrencial. Éramos los únicos que permanecíamos en el parque. Ignorábamos por completo la presencia del equidna y sus acompañantes, quienes en ningún momento se atrevieron a intervenir. La mirada del erizo estaba reservada para la mía y la mía para la suya. Jadeábamos con intensidad, nuestros brazos apenas a la altura de nuestra cintura. 

Y como si el combate jamás hubiera tomado lugar, recuperé mi compostura en cuestión de nada, cediendo a mi posición de combate y levantándome, dejando al erizo perplejo cuando, con naturalidad, pronuncié las siguientes palabras:

- ¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo? Que incluso cuando inculco temor en la gente, mi nombre y mi rostro jamás serán olvidados. ¿Sabes por qué es eso? Porque el terror es auténtico; viene del auténtico monstruo que soy y nadie ni nada me disuadirá a cambiar. ¿Pero tú? No mereces la pena ser recordado, por más perfecto que seas. Porque la gente sólo te usa. Y te seguirán utilizando hasta que dejes de serviles. - Le di la espalda. - Como yo, en este momento. 

El enojo del erizo se esfumó de súbito. Temblaba.

- ¿Por qué estás haciendo esto? Shadow... - Estaba sumamente perplejo. Intentó alcanzarme, pero tan sólo ver mi rostro, como si lo hubiera entendido a la perfección, el equidna le cortó el paso al instante. Regresó a verlo primero a él, luego a mí, más confundido que antes. - No era esta la manera en la que quería comprobar tu fuerza...

Bruscamente, se soltó del equidna. Dándome la espalda, la cabeza gacha, se alejó dando marcadas pisotadas contra los charcos, no sin antes tomar a esa estúpida orca. Al hacerlo, dio media vuelta abruptamente, posando sobre mí una mirada como jamás la había visto en su rostro. Estaba realmente enfadado. 

Pero mi tono de voz ya no era severo. 

- Tal vez tú puedas ser un bufón el resto de tu vida y no pasa nada. Tienes ese lujo de poder ser feliz el momento que quieras. Tú no tienes tus días contados.

Incluso así, su única estúpida reacción fue acercarse a esa maldita orca, a la cuál abrazaba muy pegado a su pecho. Lo único que tenía yo para desahogar este mal estar eran mis puños, los cuáles comenzaban ya a sangrar luego de tanto apretar. 

El equidna colocó una mano contra él, la cuál muy descortésmente apartó con un brusco movimiento de hombro, sin siquiera prestarle atención. Su mirada estaba reservada para mí. Apretaba todavía más a aquel peluche entre más fruncía el ceño.

Yo ya no tengo nada que perder. 

Si él se hubiera atrevido a seguirme ahora, lo habría matado.

Me dejé caer en alguna parte cuando finalmente me quedé sin aire. Jadeaba, mi rostro hacia el cielo. La lluvia más intensa que antes bañaba todo mi cuerpo, recorriendo todo mi rostro, esperando porque me ahogara de una maldita vez.

Era éste el punto en el que mi vida volvía a ser tan monótona como siempre, tan carente de sentido. Era el final de aquella vida en la ciudad que, sin darme cuenta, había comenzado a atesorar. 

Aunque eso no lo sabía en ese momento. 

Fue así como me despedí del erizo. Sería ésta la primera vez que no podría olvidar con tanta facilidad. Sabía que jamás olvidaría ese nombre del ser a quien más debía odiar; Shadow. 

Pero no contaba con que a mí también me resultaría imposible olvidar a aquel sujeto tan desagradable; Sonic. 

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*20/06/2018
- Sam

2 comentarios:

  1. Me pregunto una y otra vez cuándo fue el momento que Blogger, con contenido tan exquisito y asombroso como este blog, dejo de ser tan activo :(

    Hola, soy Luna(?, puedes llamarme Saturn también. Por si llegaras a escribir nuevamente por aquí, te invito a formar parte de este pequeño proyecto llamado All Together: Blogger, busco reunir a los pocos escritores que siguen activos en la plataforma, para hacer difusión y apoyarnos entre nosotros con nuestras historias.

    De verdad ansío que vuelvas a escribir, esperare por tu regreso~

    Bye~

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