Así que después de todo era cierto. Esta corazonada no había sido una exageración mía. Él seguía aquí. Aquella aura tan pútrida en la lejanía era inconfundible. Actuaba como veneno sobre mi alma. Y era quizá tan tóxica que ni siquiera él pudo ocultarse más, si acaso fuera por tan sólo un segundo.
Tres sombras se acercaban. Adquirían corporeidad a cada paso que daban. El ruido que producían sus joyas era distintivo de ellos, al igual que la enfermiza tonalidad de sus cuerpos, tan pálida, casi etérea.
Y cómo olvidar aquellos ojos rojizos como el mismísimo infierno del que venían.
El gran tucán sostenía una detestable sonrisa. Sujetaba a ambas urracas, una en cada brazo, quienes portaban la misma expresión nefasta en sus rostros.
No cabía duda. Se trataba de él.
Miraba a mi alrededor con discreción. Comenzaba a sentir la adrenalina recorrer todo mi cuerpo. No había ya rastro alguno de sol. Y de no ser por las antorchas que permanecían encendidas, la oscuridad sería absoluta.
Tragué saliva. ¿Qué hacían ellos aquí?
- ¿Ocultándome? - Adelantó un paso, imprudente. - ¿No fueron ustedes quienes se fueron sin siquiera despedirse?
- ¿Acaso tú los conoces? - Regresé a ver al erizo, estupefacto, pero no pude dar un paso más. Me cortó el paso colocando su mano frente a mí. Algo en él era distinto. Esos ojos brillaban con determinación.
- Es una larga historia. No podría explicarlo, pero estos sujetos son algo fuera de lo ordinario. Me temo que ni siquiera tú serías rival para ellos, Shadow. - La exasperación en su rostro era real. Sus puños comenzaban a temblar. Incluso así, regresó a verme con aquella sonrisa que siempre tenía al disculparse. - No quería creer que fuera real.
- No perdamos más tiempo. - Una de ellas, la de la larga cabellera oscura, dijo con tedio, llevándose una mano contra su cintura. - Terminemos con esto y sigamos buscando.
- ¿Tenemos prisa? - Su manía por la sangre tenía que ser verdadera, juzgando por la mirada desorbitada con la que nos observaba aquella otra chica de pelo corto.
- Estoy cabreado. No puedo creer que me haya equivocado. - Empezó a caminar en esta dirección el más grande de ellos, tronándose los dedos de sus puños. - Tendré que desahogar mi decepción contigo. No estoy de buen humor como en aquella vez. Me aseguraré de matarte.
- No volveré a caer en sus trucos. - Asumió posición de combate. Tenía una defensa formidable. Volvía a sonreír, seguro de sí mismo. - Quiero verte intentarlo.
Embistió al erizo. Tenían que ser los golpes más pesados que haya presenciado desde mi accidente en Downhood. El erizo bloqueaba todos y cada uno de ellos, pero el impacto comenzaba a debilitar sus brazos. Aumentada la rabia de su oponente, esquivar se volvió una opción y ahora era él quien golpeaba. Acertó un derechazo, un golpe contra su barbilla y, de una patada en el estómago, mandó a volar al tucán colina abajo.
Simultáneamente, comenzaba otro asalto. Ambas chicas se abalanzaron sobre mí. Lo que no tenían en fuerza, lo tenían en velocidad. No podían acertar ni un sólo golpe, pero no veía la manera de contraatacar.
Tan enigmático como ellos lo hacían, de un momento a otro el erizo ya se encontraba frente a mí. Interceptó el puño de una de ellas, acertando un rodillazo en el estómago de la otra. Tomó del brazo de la primera y la arrojó contra la segunda con una fuerza indescriptible, destruyendo el tronco de un árbol en la lejanía.
No podía creer lo que veía. No podía creer el carácter tan brutal de este combate. Recordaba nuestro encuentro en el bosque y él definitivamente no peleó de esta manera. Su semblante era irreconocible. Me daba coraje de tan sólo recordar las palabras de ese idiota.
No te quiero hacer daño.
El erizo necesitaba recuperar aire pero no por eso se mostraba agotado. Su velocidad era inconcebible. Había dejado a los tres en el suelo en cuestión de nada y ni siquiera había considerado mi ayuda.
Fue su estupidez lo que le costó el combate.
- ¡Idiota! ¡Nunca pierdas de vista al enemigo!
Dejó de verme con aquella sonrisa y gesto triunfante, pero no tuvo tiempo para reaccionar. Apenas regresó la mirada, el gran tucán ya había sujetado firmemente de su cabeza. Impactó un potente rodillazo contra su rostro. Cerraba mis puños con suma violencia, rechinando los dientes. No podía creer lo que había hecho. El erizo jadeaba al punto de desmayarse, completamente bañado en sangre. El tucán se regocijaba por su hazaña, alzando al erizo como trofeo y deleitándose con la vista, maniático. Apenas pudo regresar a verme. Tenía una cara de tremendo estúpido.
No esperaba que me abalanzara contra él.
Bastó un cabezazo para que se desplomara el pobre idiota. Soltó al erizo, a quien atrapé antes de que cayera contra el suelo. Un hilo de sangre descendía por mi rostro. Hincado, observé al erizo con detenimiento. Respiraba con dificultad y había perdido mucha sangre, pero todavía no se había desmayado. Con suma dificultad, apenas entreabrió los ojos para dar contra los míos. No podía creer que incluso así se permitiera aquella mirada, si acaso sólo para disculparse...
- Eres un entrometido. ¡Cómo te atreves...!
Bastó una mirada para paralizarlo. Golpeó en lo más profundo de su ser y no podía dejar de balbucear como el idiota que era. Mis ojos hervían de rabia de tan sólo verlo de esa manera tan repugnante, tan patética.
- ¡Tú! ¡Tú eres...! - Apenas podía levantarse, apoyándose de ambas urracas. Él ya no podía pelear. - ¡De ti proviene toda ese energía que nos guió hasta aquí! ¡Por qué!
- ¡Lárgate de aquí, Ozane!
- ¿Tú sabes quién soy yo? - Se dejó caer de rodillas, incrédulo. - Ya veo... - De repente, todo ese frenesí y esa confusión se desvanecieron para dar lugar a una sonrisa enfermiza. - Nerea, Myrtah, nos vamos de aquí.
Perplejas, protestaron.
- ¡No me oyeron! ¡Dije que nos vamos!
Dedicándome una última mirada que sentenciaba nuestra enemistad, se desvanecieron con el viento. Sólo quedaba el eco de su gran risotada y el recuerdo de su endemoniada sonrisa lunática antes de desaparecer.
Me dejé caer de rodillas, soltando un gran suspiro y dejando de aferrar al erizo contra mi pecho. Recordándolo, agaché la mirada. Se había negado a cerrar los ojos en todo este momento.
- Nada te puede apagar esa molesta sonrisa, ¿verdad? - Pero ya sabía que su respuesta siempre sería una risa, aunque esta vez fuera apenas una exhalación.
No pude evitar imitar su gesto.
- Calcularon mal. Ellos no sabían que yo no podría contra ellos.
- No digas eso... - Dijo apenas en un susurro.
Cerré los ojos y dejé salir un suspiro. No hubiera sido problema alguno vencerlos si no se hubiera descuidado de esa manera y no se hubiera vuelto un estorbo. ¿Qué hubiera sucedido si liberaban el poder de la destrucción?
Permanecimos de esa manera durante un largo rato. La oscuridad reinaba y la noche era cada vez más solitaria, silenciosa.
Maldecía.
La esperanza de Ozane había sido renovada. ¿Cómo es posible que me rastreara? Al parecer, también despedía la repugnante esencia de esos seres y ni siquiera él podía ocultarlo. Pero yo no podía sentirlos. Eso hubiera hecho las cosas mucho más sencillas desde el principio. Regresé la mirada al erizo. Había sido un malentendido todo este tiempo.
Siempre he sido yo el imán que los atrae.
Para mi alivio, el erizo finalmente se había desmayado.
*06/04/2015
- Sam
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