Permanecí todo este rato parado frente a la ventana, mis manos detrás de mi espalda, observando el lugar en el que momentos atrás nos habíamos enfrentado a aquellas malditas aves. Mi pie, impaciente, era incontrolable y no podía hacer más que recordar el evento, airado.
Me sentía responsable de su estupidez.
No fue hasta bien entrada la madrugada que finalmente despertó. Lo hizo de manera exaltada, escandaloso. Se detuvo unos instantes a observar sus guantes, todavía embarrados de sangre, a la par que hacía memoria. Maldiciendo, comenzó a pegar contra la cama, rabioso.
No se tranquilizó hasta que sintió mi mano contra su pecho. Con una voz casi inaudible, pudo apenas decir mi nombre. Había logrado apaciguar ese acaloramiento sin pronunciar palabra alguna.
Me senté al borde de la cama, cerca de él. Finalmente podía ver aquellos ojos verdes que por tanto tiempo me habían inquietado. Llevé mi mano contra su rostro. El erizo hizo el gesto inconsciente de girar la cabeza, nervioso, pero no por ello impidió que fuera removiendo su pelaje de poco en poco con mis dedos conforme lo examinaba. Había limpiado ya la sangre pero renegaba de tan sólo ver su frente rota.
Nuestras miradas volvieron a encontrarse. Admito que todavía veía con desconfianza el brillo tan inusual en aquellos ojos. Ya entendía que todo en él era inusual. También me observaba de la misma manera. Sonreí con desagrado.
- Tranquilo. No soy uno de ellos. - Llevé mi mano contra su barbilla, alzándola para ver su rostro con mayor claridad, pero logré todo menos tranquilizarlo. - Nunca había visto unos ojos como los tuyos, y para ser justos, tu piel es bastante pálida. - Retiré mi mano con desprecio. - Al menos ya sé que tú tampoco eres uno de ellos.
Poco a poco, comenzó a soltar una leve carcajada, dirigiendo su mirada al techo, si acaso entretenido por lo ridículo del origen de nuestra desconfianza.
- Me alegra que estés bien. - Dejó el espacio en el que se encontraba para sentarse a un lado mío. Me veía con aquella sonrisa tan suave y sus ojos volvían a estar sobre mí, curiosos. Había recuperado su semblante habitual en cosa de nada. - Me pregunto porqué insisto en preocuparme por ti de esa manera.
Sin más, finalmente contó su versión de la historia. Dijo que conoció a esos sujetos hace poco más de dos meses, el día en que llegó a la ciudad. Detalló todo el incidente en su colegio, haciendo énfasis en las cualidades tan inconcebibles del enemigo. Él reconocía que su muerte debía ser un hecho indiscutible. ¿Así que él ya conocía el famoso ataque de la destrucción? Intenté permanecer inmutable conforme hablaba, pero sentía el sudor resbalarse por mis sienes. Cómo era posible... Hubiera hecho más sentido si él fuera uno de ellos.
Y pensar que bastó uno de esos para acabar conmigo...
- Lo que quiere decir que corriste con suerte. En otras circunstancias, no hubieran dudado en matarte.
- Shadow. - Llegó el momento en que finalmente se atrevió a retar mi mirada. En sus ojos, existía una viva incertidumbre y yo ya no podría seguir ignorándolo. - ¿Por fin me dirás qué es aquello en lo que estás involucrado?
- Es complicado... - Ya no quería seguir sumando gente a este caótico evento. Intentaba hablar, pero lo único que lograba era soltar suspiro tras suspiro. Una semana se había sentido como una eternidad en la que ya no pensaba en mi vida en Downhood, ni en mi vida como un peón. Y ahora, todo se atropellaba en mi mente de manera tan abrupta, manifestándose tan real como siempre lo había sido. El erizo me veía incrédulo. No podía dar crédito a mi explicación. - Si puedes aceptar que su fuerza es extraordinaria, tendrás que aceptar que su naturaleza es igual de sobrenatural. Esos sujetos murieron hace miles de años. Es la gente de un vieja civilización, el imperio más grande de su tiempo, sentada en la mismísima ciudad de las joyas. - Mi mirada era severa. Me enfermaba pensar en esas molestas criaturas. - Y así como ellos, hay otros cientos más, miles. Conforme hablamos, cada vez son más de ellos los que regresan a la vida.
- No... no te entiendo...
- De alguna manera, toda esa gente está resucitando. - Agaché la mirada, hartándome de esto. - Lo siento, sencillamente no estoy seguro de por qué está sucediendo esto. No entiendo cómo lograron pasar de su mundo al nuestro ni mucho menos cuál fue el motivo. Sólo sé que son absurdamente violentos.
Al verme de esa manera, el erizo no tuvo de otra más que aceptar mi insólita, pero verídica, explicación.
- ¿Tratas de decirme que existen sujetos todavía más poderosos que esas aves?
- Está el dictador de aquella sociedad reprimida; Hamadi. - Sentí un vuelco en el corazón de tan sólo pronunciar ese nombre. - Llegó a ese puesto tras matar al rey. Su gobierno no estuvo basado en más que en puño de hierro. Se trataba de un guerrero prodigioso, pero también era un sádico inigualable. Lo único que me hace sentido es que esté buscando una oportunidad para recuperar su gloria en este mundo, pero eso no explica cómo logró regresar. - Ni mucho menos cómo podría regresarlo. Nuevamente me encontraba suspirando. - La buena noticia es que esas aves eran quienes conformaban su élite de defensa personal; Myrtah, Nerea y Ozane.
- ¿Cómo son esas buenas noticias?
- Piénsalo; no debería de haber contrincantes más poderosos que ellos. - Me levanté de ahí, alejándome del erizo, mis brazos cruzados y dándole la espalda. - La mala noticia es que, mientras tengan esa habilidad para canalizar su energía, confrontar a los demás espíritus no será más sencillo. Por la naturaleza de la metrópoli, corrupta y dividida, la gran mayoría de ellos no eran más que bandidos. O sea que ya eran expertos en el arte de matar antes de siquiera contar con fuerzas sobrenaturales. - Luego de un silencio desesperanzado por parte del erizo, regresé a verlo con malicia, sin poder contenerme de sonreír. - ¿Quieres saber porqué ellos no te mataron?
Intentaba mostrarse seguro, pero al escucharme pronunciar aquello, tragó saliva.
- Escúchame bien. ¿Sentiste cómo sin importar cuán pesados fueran tus golpes, parecían ser mucho más ligeros que de costumbre? - Luego de pensarlo, asintió con desagrado. - Bueno, eso es porque ellos no pueden permanecer del todo en este mundo. Ellos apenas y tienen un cuerpo, si acaso todavía no crees que te estoy hablando de fantasmas. - Me recargué de espaldas contra la pared, haciendo memoria con disgusto, de brazos cruzados.
- Eso explica su palidez tan enfermiza...
- Tengo la teoría de que, entre más tiempo pasan en esta tierra, más vuelven a ser parte de ella. La razón por la cuál ellos no te mataron en aquella primera ocasión fue porque no pueden permanecer mucho tiempo en este lado. Hace sentido si dices que tu encuentro sucedió a mediados de enero. Ellos hicieron su primera aparición hace tres meses aproximadamente, por lo cuál no muchos de ellos podían permanecer del todo libres en este mundo. No sabían cómo hacerlo. La luz del sol actúa sobre ellos de tal manera que no tienen más opción que ir a refugiarse. Quizá porque se trata de una excelente fuente de vida. O eso me imagino yo.
- ¿Y en dónde se refugian?
- Es lo que no sé.
Hubo un silencio prologando. No paraba de recordar tantos escenarios y regresar al origen del problema era sencillamente desesperante. Me recordaba cuáles eran los términos y condiciones bajo los que estaba sujeto. No era ni la mitad de la historia, pero eso él no tenía por qué saberlo. Escuchar su voz finalmente me sacó de mis pensamientos.
- ... Pero si lo averiguáramos, seguramente podríamos ponerle final a este asunto.
- Quizá... - Dejé salir una profunda exhalación. Después de varios segundos, sin atreverme a regresar la mirada, tuve que añadir. - Lamento que estés involucrado en esto. Es una historia de chiflados.
- Siendo honestos, tú has sido lo más extraordinario de todo este asunto. No esperaba menos. - Se había acercado en mi dirección, llevando sus manos contra su cintura y agachándose de tal manera que pudiera dar con mi rostro. Tenía una gran sonrisa. - No necesitas de ese poder maldito para ser peligroso. Después de todo, derribaste a aquel tucán de un sólo golpe.
Desvié la mirada para no tener que aguantar esa sonrisa. Me incomodaba que se expresara así de mi persona. Él sencillamente rió, entretenido, antes de volver a incorporarse.
- Qué giro tan inesperado. De no ser por ti, estaría muerto. - Mientras el erizo continuaba balbuceando estupideces, yo me encontraba meditando cuál sería la mejor vía a seguir ahora. - ¡Rayos! Y pensar que sería esa la oportunidad que estaba buscando para verte en acción.
- Escucha. - Lo callé de súbito, irritado. - Ésta es una carrera. Hay alguien más que quiere poner sus manos encima de uno de ellos. No sé por qué o con qué fin, pero sé que si lo permitimos, será el peor escenario posible. - Gruñía de tan pensar en ello. - La verdad es que no tengo idea de cómo encontrarlos. Jewel City es un blanco perfecto, si dices que esas malditas aves llegaron ahí como su primer destino. Si nos fuéramos, quedaría bajo gran peligro, así que no tenemos de otra más que esperar a que ellos vengan a nosotros.
- ¿Pero no dices que hay muchos más libres por el mundo? ¿No matarán a más gente mientras esperamos?
- ¿Has escuchado un escándalo? Ellos todavía son muy débiles como para que algo así esté sucediendo. - Mentí. No quería jugar al héroe. Mi motivo era otro; ver colapsar todos los esfuerzos del profesor Eggman y nada más. - Además, sería una pérdida de tiempo interceptar a cualquiera. Muchos de ellos son apenas civiles y seguramente están tan confundidos como nosotros con respecto al asunto. Esos tres son los que nos importan, especialmente el más grande de ellos, Ozane. Si logramos hacerlo nuestro prisionero, nos ayudará sí o sí. - Regresé a verlo con una sonrisa pícara. - En fin que él también daría lo que fuera por dar con Hamadi.
No podía evitar reír, incluso con cierta euforia, de tan sólo pensar que la vida se resolvía frente a mis ojos sin esfuerzo alguno. Y pensar que contaba con la ayuda de un aliado tan servicial y poderoso.
- Shadow, ¿acaso te enfrentaste a uno de ellos en el bosque?
Callé al momento de escucharlo decir eso. El erizo se encontraba cabizbajo. Me acerqué a él y puse mis manos sobre sus hombros, mirándolo de frente, obligándolo a alzar la mirada.
No tenía tiempo para estupideces.
- Si quieres serme útil, será mejor que descanses. - Me fui de ahí.
Si las cosas marchaban bien, no sería algo que necesite saber el erizo.
Lamentablemente, no sanaba tan rápido como yo lo haría. Pasó todo el día siguiente en cama, exhausto, e incluso las actividades más rutinarias le resultaban dificultosas. De igual manera insistió en que continuáramos yendo a la escuela, argumentando que era un lugar certero para nuestro reencuentro con esas almas en pena. En fin que también continuaba siendo ese mi plan. En ningún momento mencioné que ellos podían rastrearme. No quería darle motivo al erizo para sobre pensar las cosas. De todas maneras, eso no garantizaba nada y seguramente Hamadi ya habría aprendido de su error. No se dejaría cazar tan fácilmente.
Ya en la ciudad, el erizo era un amo para disimular. Nadie nunca preguntó nada, porque realmente parecía que no había sucedido nada.
- Admito que incluso a mí me engañaste... - Dije hincándome frente a él, dándole la espalda.
- Shadow, por favor...
- No te agobies por recuperarte, todavía hay tiempo. - El erizo no protestó más, o quizá fue que sencillamente ya no podía hacerlo. Estaba tan fatigado que se quedó dormido al instante. - E incluso en el evento de que regresaran antes, yo estaré aquí para enfrentarlos.
Solté un suspiro lastimero. Incluso si no se hubiera descuidado, él sabía que esa hubiera sido una pelea perdida. Él cree que tuvo suerte de que yo estuviera ahí.
Tal vez sólo no quería que él supiera que ellos estarían donde yo esté.
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*03/05/2018
- Sam
*03/05/2018
- Sam